La gente fue por Morante y lo encontró con un toro sobrero
Tres orejas para el torero de La Puebla del Río y una inspirada faena a Viña, del hierro de Sancho Dávila

El público fue dándole decibelios a su bronca hasta que salió de toriles Rasguño, toro de la ganadería de Domingo Hernández. Blandeaba sin fuerzas y los lidiadores de Morante de la Puebla le mantenían en pie de milagro. Entonces la plaza protestó en firme y el presidente, Lope Morales, no se lo pensó un segundo más. Se fue a los corrales sin necesidad de sacar a la vacada. Acertada decisión, porque el torero de La Puebla del Río encontró un aliado. La tarde pudo salvarse con Viña, nombre del toro, que dio en la báscula 463 kilos
Los toros, en general, fueron mansos, con poca fuerza y descastados. Aprobaron el fielato de la lidia, no obstante, el citado Viña y Gracioso, del hierro de Garcigrande, que le tocó en suerte a Emilio de Justo. El que cerró plaza, Arrocero, de Domingo Hernández, la misma ganadería, tenía la mejor presencia de todos, bien hecho, pero corto de todo lo demás. Le tocó en suerte a Juan Ortega, el que peor la tuvo de la terna en esta primera y única corrida de lidia ordinaria de la feria de San Lucas.
Nos quedamos en que Morante y Viña vieron una posible alianza. El torero para confirmar lo que apuntara con el primero que entró en el ruedo, llamado Solanito, al que aquilató la embestida doblándose con él hasta quitarle las querencias. Después lo toreó por los dos pitones con la quietud y sapiencia que le caracterizan cuando es imposible que la magia aparezca en el redondel. Primero la derecha, pese a que se le paraba en las embestidas una y otra vez. Trazó una buena tanda de pases y tiró de la zurda en cuanto pudo, esto es, en un minuto. Ligó otra de naturales animado, sólo en esta ocasión, por los acordes del pasodoble “Gallito” que interpretaba la Banda Municipal de Música de Jaén. Volvió a torearlo con la derecha, despacio y con la mano baja, sin noticias de que el pico de la muleta le sirva para otra cosa que afirmar la punta del estoque. Mató bien. Oreja sin discusiones. Y el toro de Sancho Dávila debió pensar que si no hacía algo, la tarde se iba al garete por mucho que se empeñaran los toreros. De este modo, aceptó de buen grado el capote suave y alto que le ofreció Morante en la primera suerte. Le oxigenó. Después hizo lo propio cuando el torero se dobló con él para ir ajustando su embestida en una serie ligada con maneras, oficio e inspiración, apretando terreno el torero y ciñéndose el toro hasta que el aire corría lo justo entre la taleguilla del traje de luces y su casi media tonelada. Antes, Morante ejecutó una tanda de naturales, dos de ellos largos. Y antes ocurrió algo inédito. Sonaba el pasodoble “La concha flamenca” y la banda paró de súbito en la transición entre los naturales y una última tanda de pases cambiados intensos y firmes. El torero miró a la banda que dirige la maestra Juana Martínez de la Hoz y vino a decirle: ahora ni una nota más. Puso después la plaza en pie y las palmas calientes con la serie de cambiados y cuadró a Viña. Se acabó la alianza, pensó el toro. Lo corroboró el torero con una estocada casi entera. Y casi la lía el puntillero, pero no fue así. Morante no alargó la faena, otra virtud que no tienen otros, aunque dos o tres voces le pidieron: ¡No lo mates todavía! Ni el toro tenía más ni el torero podía hacer otro milagro. Las mulillas dieron la vuelta al ruedo al toro cuando le retiraron.

Sus dos compañeros de lidia, Emilio de Justo y Juan Ortega van por el camino, aunque con distintas capacidades. De Justo está en forma. Si llega a matar bien a los dos toros no se hubiera ido sin trofeos. A su primero, Gracioso, de Garcigrande, le toreó muy bien con al derecha, doblándose también para dirigir su embestida y, sobre todo con su segundo, Envarado. Lució más con la muleta en la mano derecha que en la izquierda, pero con ganas y oficio, bajando la mano cuando pudo y arrimándose por momentos, cuajó faena. Pero fue un fiasco al matar —necesitó cuatro intentos— y el trabajo que hizo después su puntillero fue más que grosero. Se lo reprochó el público.
Juan Ortega tuvo mala suerte en su lote, con los dos peores toros. Abrevió en ambos y dejó un par de apuntes con la derecha de lo que es capaz. Quiso y no pudo, o no encontró recursos suficientes. Fin de la corrida de toros, conmemorativa del 50 aniversario de la “Corrida del siglo” del 13 de junio de 1971, la primera que vio el mundo vía satélite, desde Jaén.