Hombre de Dios, mensajero de paz

16 sep 2019 / 16:37 H.

Reunir en Jaén a tantas almas en un acto no siempre es tarea fácil. Si la cita está fechada en viernes por la tarde y en una jornada de tiempo desapacible, de otoño adelantando, el panorama se complica aún más. Si, además, se le suma que se trata de la presentación de un libro, las previsiones de asistencia, a priori, no pueden ser demasiado optimistas. La puesta de largo de “Julio Millán Medina. Entre amigos”, el libro coral coordinado por el director de Diario JAÉN, Juan Espejo, en homenaje al sacerdote y presidente de Mensajeros de la Paz, cumplía con todos ellos; sin embargo, en el Salón Guadalquivir del Recinto Provincial de Ferias y Congresos no cabía un alfiler. Es más, no me equivoco si aseguro que nadie fue a regañadientes y por cumplir con el trámite de un acto social más. No fue un homenaje al uso, lleno de palabras huecas e intervenciones grandilocuentes para glosar al personaje en cuestión; se convirtió, por el contrario, en un abrazo emocionado, firme y sentido al sacerdote, al amigo, al hermano, al compañero de camino... ¡Qué bueno querer y que te quieran y demostrarlo sin complejos! Una caricia directa al corazón, en definitiva, para continuar alentando al hombre que busca la paz para los de acá y los de allá, y que, con su testimonio, confirma que continúa mereciendo la pena trabajar para que el reino de los cielos se siga construyendo en la tierra, que el pan se reparta entre todos y que haya manos tendidas para los más pequeños, los desheredados, los últimos.

Durante dos horas, al igual que se estructura el libro, se hizo un somero recorrido por su trayectoria, siguiendo los ejes de la Vocación, las Misiones y Mensajeros de la Paz, a través de vídeos y testimonios. Hubo sentidas palabras de quienes han compartido senda con el veterano sacerdote y con el común denominador de la gratitud por su labor y por haber sabido dejar huella en cada uno de ellos. Todos tejieron un emocionante abrazo que culminó con unas palabras de Julio Millán salidas sin filtro del corazón, convencido de no ser merecedor de tal homenaje. “No he hecho nada extraordinario. Siempre hice lo que creí que en conciencia tenía que hacer”, explicó el sacerdote jiennense de Bedmar y criado en Jaén. Sin embargo, todos los testimonios recogidos en el libro y los compartidos en el acto hablan de un hombre de Dios que ha sabido llegar al corazón de la gente, que sabe mirar en lo profundo de cada uno, con humildad y sencillez, haciéndose presente. Evangelio encarnado en pleno siglo XXI y que, con su testimonio, invita a convencerse de que otro mundo es posible, de que merece la pena luchar por la dignidad de cada ser humano, de que la felicidad se encuentra en partirse y repartirse como el pan en la mesa. Espíritu misionero sostenido en el tiempo, no solo más allá del Atlántico, sino especialmente ahora con su mensaje a una sociedad que parece no estar dispuesta a escuchar. Su ejemplo nos interroga.

Homenajear a Julio es también hacerlo a quienes marcaron su trayectoria y dejaron su huella en él, empezando por sus padres, Fernando y Dolores, y siguiendo por sus hermanos, Fernando, Felicísimo y Magdalena, familia sencilla y trabajadora, repleta de compromiso y siempre acogedora; es recordar a Paqui y Sonia, colaboradoras y cómplices imprescindibles en múltiples proyectos y aventuras; también al padre Domingo, compañero infatigable en el trabajo de Mensajeros; es hacer presente al Padre Ángel, cuya huella es perfectamente reconocible en Julio; es evocar a las numerosas personas que han compartido fe y compromiso en las comunidades por las que ha desarrollado su labor pastoral, tanto en la Diócesis de Jaén como en Ecuador, así como en los países a los que acude como mensajero de paz; es recordar a las decenas de niños y niñas, hoy hombres y mujeres, que lo sintieron como único modelo de padre porque el destino les arrebató al propio; es traer a la memoria a los cientos de mayores para los que trabajó y trabaja desde Edad Dorada, preocupado porque no les falten el cariño y los besos en el atardecer de sus vidas; es recordar a una legión de amigos que han compartido y comparten camino y vida.

Personalmente, ha sido un lujo tener el privilegio de ser testigo de primera mano de su testimonio comprometido desde que lo conocí, gracias a mi estrecha relación con algunos de sus sobrinos, desde unos ya lejanos finales de los 80, cuando yo apenas era un adolescente. Gracias por todos estos años de cercanía y compromiso; por tu valentía y tu ejemplo de máxima dignidad, no solo cuando el camino es recto y apacible, sino, especialmente, cuando la senda entra en dificultades. Gracias por ser un hombre de Dios, un mensajero de paz.