Hasta cubrir el aforo: un sueño musical único en el “EnSueña Jaén 6”

Domina su mesa de mezclas con el preciosismo con el que un alquimista prepara sus redomas

18 mar 2024 / 10:08 H.
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Llegados al emplazamiento elegido, y tras intentar reponerse de otro vértigo repentino, no tanto por el precipicio que caía a plomo delante de sus ojos como por lo insólito del camino y del lugar, Fran se dispuso a aparejar su mesa de mezclas con el mismo preciosismo con el que un alquimista prepara sus redomas antes de dar comienzo al ritual de la alquimia. A fin de cuentas, aunque el rito de las mezclas de melodías y la selección de músicas fueran lo mismo de lo de cada noche desde que se dedicaba al oficio de disyóquey, el escenario de esta vez quedaba fuera de todos sus cálculos. No lo hubiera imaginado ni achispándose con una panzá’ de madroños maduros, como aquella que se endiñó tiempos atrás, sin conocerle todavía las malas artes a esas frutillas, fermentando en una siesta al sol del medio día.

—¿Pero tú ves lo que yo veo, Diego? Ya van otra vez por ahí los mismos de siempre— vocea Isidra desde la esquina de la Plaza de Pozo Alcón, mientras se hace visera sobre los ojos con la mano izquierda para que el sol de la mañana no la deslumbre, ni le impida tomar razón de lo poco que acarree hoy el nuevo día. No quiere ella perderse detalle del paso de la caravana, o churretear en el interior de los vehículos por si alcanzara a atisbar a sus ocupantes y poder comadrear más tarde con el vecindario como la “conocedora” oficial y oficiosa.

—¡A dónde irán esta vez esos demontres del periódico JAÉN! Si es que no paran— responde Diego, al tiempo que da una intensa calada al cigarro que cuelga a un lado de la boca, sin advertir que hace ya rato que se le apagó. A fin de cuentas, en Pozo Alcón el tiempo no cuenta; y un cigarro no es mucho más que una disculpa para no tener que abrir demasiado la boca, si no es preciso que algo desabrido salga por ella. “Llevan razón. ¡A dónde iremos con semejante locura de proyecto, con tanto ruido, y tan insuficiente público”! —se remueve Fran.

No en vano venía él abrigando extrañas sospechas, acuciado por premoniciones que jamás antes había vivido. Aquella frase sin sentido se repetía con insistencia, una y otra vez, como un murmullo de aire pasando a través de un atochar en cuanto se permitía una cabezada: “esmérate, Fran, porque allí estarán a la escucha los espíritus del aire”.

A lo mejor lo de las loquerías de los del Periódico JAÉN son contagiosas −—piensa el DJ− dudando si fue o no fue una buena decisión dar el visto bueno a algo tan... ¿Tan...? ¿Tan rompedor...?.

−¡Onde irán estos con semejante balumba! Ni que “jueran” a hacerse los amos del mundo −recuerda que había murmurado una mujer, de hechuras de mochuelo y edad impredecible, con la que se habían cruzado poco antes de llegar a la meta, tras salir del asfalto e iniciar el ascenso por el camino terrero hasta el Mirador del Lirio. Luego la mujer, con una agilidad impropia de su volumen, se había amagado hasta el suelo, había arrejuntado allí un batiburrillo de plumas que él no había visto antes, y, levantándolas por encima de su cabeza, las echaba a volar por delante del parabrisas del coche con una mano, mientras que levantaba la otra hacia el cielo como si trenzara en el aire una consagración convenida.

“Para que luego digan que en estas tierras se acabaron las sanadoras, las santonas y las místicas” −había pensado Fran para sí mismo, sin atreverse a decirlo en voz alta, no fuera que sus acompañantes pensaran que el oficio y las bullas de los locales cerrados lo estaba trastornando. Sería casualidad, pero luego sucedió lo de aquel pájaro que los sobrevoló con una calma pasmosa justo al bajarse del coche. Él había puesto los brazos en cruz, estirándolos sólo por desentumecerse, cuando, de repente, apareció el pájaro, alardeando delante de los recién llegados de una envergadura majestuosa y casi provocativa, a muy baja altura, y dejaba escapar unos graznidos llenos de una extraña armonía, semejante al sonido más bajo que pueda concebirse, ideado por Mozart para su ópera “El Rapto en el Serrallo”.

—¡Macanas!— pronunció con cierta vehemencia, haciendo que el colega, que apañaba el cableado del equipo, volviera la cabeza, encrespado, pensando que Fran censuraba su buen hacer.

—¿Macanas? Pues ya están viniendo tú aquí antes de que nos despeñemos todos, para dirigir cómo armar este tinglado en mitad de la nada, a casi novecientos metros de altura, con semejante precipicio a los pies y sin un alma que nos ampare en caso de precisarlo. Porque no sé si te habrás dado cuenta, so camándulas, pero esto no es como lo de todas las noches. Estamos solos, en mitad de la nada y dispuestos a dar un concierto de tecno para nadie. ¡Para nadie!

—No si yo... no estamos tan solos...

—...Y sólo a los del Diario JAÉN, que tienen la cabeza más p’allá que pácá, se les podía ocurrir otra de las suyas, como esto de subir a las nubes un teclado de discoteca.

—¡Para ya, chiquillo...!

—...y encontrar a un disyóquey chalado como tú para seguirles la corriente.

...Y el graznido de aquel pájaro allá en lo alto, como si, investido de sus galas de gran Pachá, estuviera sentenciando absolución para Costanza y Belmonte, con una largueza que sólo las óperas como la de “El Rapto en el Serrallo” pueden poner en escena, con una voz salida de los mismísimos pulmones de la tierra, para tormento de Osmín.

—¡Cómo tengo que repetir que lo de macanas que no iba por ti, sino por... por...!

—¡Ah! Ya me pensaba yo que tenías algo que censurarme. Perdona, amigo.

—¿Perdonar?

Y Fran deja que sus manos tomen el control de un descontrol sonoro y desbandado que se expande por el aire, convirtiendo el universo en un hervidero de resonancias, de ecos mil veces repetidos y devueltos, de armonías y de notas musicales semejantes a una bandada de estorninos moviéndose en oleadas imprevisibles y bellísimas, como si estuvieran interpretando una imposible danza universal.

Algo le decía a Fran durante los días anteriores a tan desconcertante concierto que de debiera esmerarse ante semejante público alado. Aunque, si pensaba con la cabeza, su público no fuera otro que el equipo de grabación.

Y lo infinito.

Si el camino de ida, desde Jaén, había sido largo —más de 150 kilómetros con una sucesión de paisajes, arrancando desde una ruta señalada con el tópico “mar-de-olivos”, hasta que, poco a poco, fue haciéndose serrano, para acabar por introducirse en blanquizales cual avanzadilla de una desertización feroz, en busca de los senderos más escarpados— el camino de regreso fue un prodigio. A la luz de los faros del coche vio cómo la misma mujer con hechuras de mochuelo y edad impredecible, con la que se habían cruzado poco antes de llegar a la meta, tras salir del asfalto e iniciar el ascenso por el camino terrero hasta el Mirador del Lirio, se arrimaba a la semiabierta ventanilla para agasajarlo en persona:

—Concierto rumboso donde los haiga, chavales. A nadie que no fuera a vosotros se le podía ocurrir semejante idea como la de montarle a los ángeles una verbena de lujo en el Mirador del Lirio.

Ni que tuvierais aprensión a que se excediera el aforo...

$!<i>Mirador del Lirio, en Pozo Alcón. </i>
Mirador del Lirio, en Pozo Alcón.
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