Ese Bulevar de los sueños rotos de nuestra memoria
Se hizo corta la noche de tantas emociones con las canciones de Los Secretos
Cuando la noche del sábado me encontré frente al escenario de Arquillos Suena no pude frenar los recuerdos; mi mente me trasladó a aquella noche ya lejana en que vi a Enrique Urquijo junto a Antonio Vega en El Penta, un icónico sitio de Madrid, donde terminaban por juntarse lo mejor del panorama musical alternativo madrileño. Sabía que cuando apagasen las luces, y Los Secretos se apoderasen de la escena, muchos de los grandes himnos musicales de un par de generaciones brotarían para regalarnos un momento mágico. Y vaya si lo fue: Álvaro Urquijo, Ramón Arroyo, Jesús Redondo, Juanjo Ramos y Santi Fernández me regalaron la mejor de las ofrendas; me sentí el joven de tres décadas atrás, aquel que disfrutó de un directo de Los Secretos de entonces. Ya no está Enrique, pero nos dejó verdaderas joyas, letras insuperables, para que su hermano nos las transmitiese. Y para nada defraudó la banda, son jóvenes de trayectoria larga, y tienen en sus venas ese deseo de disfrutar de lo que hacen haciéndonos felices a los demás. A mí, y a quien me acompañaba, lo consiguieron, vaya si lo hicieron. Que una banda consiga que un público numeroso y entregado cante todas y cada una de sus canciones no es casual, que la cara de Álvaro, de pura satisfacción, reflejase una emoción contenida observando desde arriba al personal cantar fue algo tan real como mágico. Fueron casi dos horas de hacer el amor sin necesidad de rozarse, orgasmos metafísicos provocados por unas canciones que rozan la excelencia. Mientras sonaban maravillas como Ojos de gata, Déjame, Volver a ser un niño o Por el Bulevar de los sueños rotos, el público casi levitaba, aunque permítanme compartir, sin pudor alguno, que mi éxtasis llegó con canciones que están en mi memoria desde hace mucho tiempo y que por mucho que las escucho me estremecen cada día más. Así, al sonar Aunque tú no lo sepas y Agárrate a mí María éste que les escribe se sintió en una nube.
Hubo un momento en el que a Álvaro se le secó la boca y tuvo que echar mano de un sorbo de agua; algunos a mi alrededor decían que eran los efectos del polen, yo no lo creo, de verdad pienso que Álvaro, con la mirada al aire, perdida entre las estrellas, estaba diciéndole algo bonito a Enrique y se quedó sin apenas saliva. Quien sabe si lo susurrado no era: “Mira Enrique, tu gente se sabe cada una de tus canciones al dedillo”. La noche del sábado, Arquillos se llenó de secretos y recuerdos para muchos de los que allí estábamos gracias a una banda que parece imperecedera, ajena a los efectos del paso del tiempo, quizá porque son de una cosecha, la de los años 80, que gana cuerpo y sabor con el tiempo.
A todos se nos hizo corto, todos queríamos más, quizá todos hubiésemos pasado la noche entera bajo el cielo estrellado de ese rincón de El Condado, puede que incluso estuviésemos dispuestos a escuchar el repertorio en bucle. Y eso es llanamente magia, ese bálsamo de fierabrás que nos sumió en una ensoñación donde el tiempo no transcurría, que los minutos eran acordes y el reloj de la vida eran canciones. Cuando las luces, tras los bises preceptivos, se apagaron, unos segundos de silencio solo rotos por suspiros de mera satisfacción. Si la cara del público es la que marca la nota del examen, estos chicos de Madrid aprobaron y con buena nota. Larga vida a la buena música, esa que no necesita de espectaculares montajes audiovisuales para conseguir ser buena, larga vida a Los Secretos.