Emoción en medio del mar

    16 dic 2015 / 09:21 H.

    Emoción. Eso que, a las puertas de unas “nuevas” elecciones generales, le están reclamando muchos ciudadanos de este país a una clase política de chaquetas ceñidas valoradas en cantidades que sonrojarían y de cabezas llenas de “saber” que se quedan impasibles ante realidades que no les tocan es un componente obligado en cualquier arte que se precie, pero, fundamentalmente, en aquellos que, como la literatura, la música o el cine, tienen al hombre o a los seres vivos como protagonistas. Emoción. Eso es, esencialmente, En el corazón del mar.

    Con aciertos —como la perspectiva desde la que Nathaniel Philbrick revisitó, en su libro homónimo, la historia de la gran ballena blanca— y sombras, como el exceso de ñoñería y palabra narrada, la última cinta del director de Una mente maravillosa (2001) combina el efectismo de las nuevas tecnologías con un tratamiento de la aventura en alta mar, con esa “lucha” encarnizada con el cachalote, que hermana con las películas del género de los años 40 y 50 del siglo pasado. La película con la que Howard recrea el origen del mítico Moby Dick, de Herman Melville, inquieta. Sobrecoge. Encoge el corazón y te obliga a mirar a otro lado con la brutalidad propia de la naturaleza —también humana, aunque ciertas culturas quieran ocultarla, cuando no negarla—.

    En el corazón del mar es extrema. En esa pugna entre la naturaleza y la falacia de la superioridad del hombre, Howard conduce sin remilgos a su “tripulación” al límite; hasta situaciones que impresionan tanto como la soberbia caracterización de los actores, famélicos y deshumanizados. Es atroz y la música de Roque Baños amplifica esa sensación. Sin embargo, nada puede superar el carácter huraño, obsesivo y redondo del capitán Ahab al que dio vida Gregory Peck en la brillante película del año 1956 de John Huston. De hecho, tal vez consciente de que lograrlo era una empresa harto difícil, Howard reparte las cualidades de aquel personaje único entre los actores Chris Hemsworth, Benjamin Walker y, en un papel que solo tiene cinco minutos en pantalla, un tullido Jordi Mollà.