El puente de la pericia fílmica
Hay películas de actores secundarios que resultan principales aunque aparezcan en poco más de un par de secuencias, de ambientaciones que trascienden la gran pantalla y calan hasta los huesos y de guiones que tratan al espectador como un ser con inteligencia natural, y así es El puente de los espías. La última cinta que filma Steven Spielberg a partir del guion a tres de Matt Charman y los hermanos Joel y Ethan Coen sitúa la trama en una de las épocas más interesantes, controvertidas y amenazadoras, junto con la actual, que ha vivido el mundo: la Guerra Fría. Concretamente, se remonta hasta el aciago 1961; ese año pintado de gris en el que la República Democrática Alemana (RDA) decidió levantar el muro de la vergüenza que fracturó a la capital berlinesa y, lo más lamentable, a sus gentes durante cerca de dos décadas de las que aún hoy quedan heridas, más allá de las que se pueden ver a pie de calle en el urbanismo y la arquitectura de la ciudad.
Con este telón temporal de fondo, el creador del extraterrestre más entrañable y televisado del planeta brinda al público un film con sabor a clásico del cine negro que tiene, además, el aliciente —esta vez, sí lo es— de estar basado en hechos reales y de contar con la genialidad interpretativa de un Tom Hanks en el que es imposible no ver al Liam Neeson de la oscarizada La lista de Schindler (1993). En un arranque sobresaliente, Spielberg consigue crear, con la inestimable colaboración del actor de Forrest Gump (1994, Robert Zemeckis), un personaje con un trasfondo ético que se hace prácticamente inimaginable en los tiempos que corren en el mundo capitalista occidental.
Pero Spielberg no solo explota las tablas de Hanks. Más memorable que el rol del protagonista de Náufrago (2000, Robert Zemeckis) es el que borda Mark Rylance encarnando a un espía ruso de movimientos y expresiones que recuerdan a los de Dustin Hoffman. Su impactante, aunque contenida interpretación le ha valido el premio del Círculo de Críticos de Nueva York, pero también el protagonismo en la próxima cinta de Spielberg, Mi amigo el gigante. Y si magnífica es la labor de los actores no lo es menos el efecto de una filmación diestra que se evidencia en cada plano, con un Spielberg que arriesga y acierta, y en el reflejo de ese temor-odio que EE UU alentó hacia el “enemigo rojo” en su población, y viceversa en una Alemania devastada.