El herradero de la bravura
Las ganaderías marcan los toros que llevarán a la plaza y algunas, como El Añadío, al modo tradicional


En invierno, el olivar de Jaén sabe a aceituna. En cambio, la dehesa huele a herradero. El campo bravo utiliza los meses de frío para realizar una de las faenas más antiguas y, a la vez, necesarias dentro del manejo de la cabaña: marcar los toros y las vacas con los números de fuego. No es un capricho, sino que las señales aportan la misma información que la propia documentación del animal. A los astados se les pone en el “jamón” —la pata trasera— el hierro de la ganadería que lo ha criado —abajo— y la asociación o unión que controla su sanidad —un poco más arriba—. En el lomo lleva el número, que lo hace único y dicta su reata —su padre y su madre—, mientras que en la paletilla se le pone el guarismo —año de nacimiento—. Por eso, un torero, cuando lo ve en la plaza, de una sola mirada puede asimilar toda información. A los aficionados más expertos les ocurre lo mismo.
Las ganaderías jiennenses están inmensas ahora en esta faena. Algunas ya lo han hecho. Otras tienen fecha fijada en un proceso en el que hace falta mucha mano de obra y, también, la supervisión de un veterinario, que acredita todo lo que ocurre. El Añadío es una de las ganaderías de Jaén que ya ha realizado su herradero. Además, es un buen ejemplo de los pasos que otros hierros de la provincia quieren realizar. Hierra a las reses de la manera tradicional y, además, se apoya en su alojamiento turístico para lanzar un paquete para los aficionados que quieran alojarse en la finca y participar en esta faena de campo.
“Aquí, en El Añadío, queremos ser siempre auténticos. Cuando vienen turistas para alojarse los hacemos partícipes de todo lo que ocurre. Si toca herradero, pues allá vamos todos. Si hay que acrotalar, lo mismo. Si tenemos tentadero, saneamiento o hay que encerrar reses, igual”, explica María Jesús Gualdas, una funcionaria pública que tiene la ganadería como su auténtica pasión.
Hay fincas en las que se usa un cajón para que pasen los animales y se les pone el hierro caliente. En cambio, en El Añadío se complica mucho más y, a la par, se embellece. Los animales pasan a unas corraletas. Luego, salen sueltos a una de ellas en la que lo esperan aficionados a la fiesta. Su labor es agarrar al añojo —con más de cien kilos ya— y volcarlo al suelo. No es fácil, pero sí muy entretenido. También lo hacen con lazo. Se le ponen los hierros y se le untan las quemaduras con aceite de oliva. Así, en unos días, habrán sanado. Y se va de vuelta al campo. Las reses son procedencia Santa Coloma, un encaste muy singular, pese a que algunos toreros le dan “de lado” por las exigencias que suelen presentar en la plaza, el volumen de los animales y de la seriedad en la expresión. El herradero comienza a las nueve de la mañana y se acaba con la caída del sol. Además, representa toda una fiesta con comida, risas y, también, entrega para que todo salga bien.
“Sabemos que volcando los animales a mano es más laborioso y corremos más peligro de que alguno se estropee, pero también resulta más bonito. Vienen aficionados, profesionales y mucha gente, por lo que es una tradición que no la queremos perder”, indica María Jesús Gualdas. Herrar así es bravura, tanto de las reses como de las personas que participan, ya que necesitan valor y habilidad. Tanto suena esta labor ganadera en el mundo taurino que conseguir una habitación para el hotel y participar en el del año que viene es casi imposible. Un lujo del campo bravo jiennense.