El aire cálido que sopló en enero

Julio Millán Medina comparte recuerdos en Santiago de la Espada con su primera feligresía

17 nov 2019 / 12:33 H.
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El sacerdote de Bedmar llegó a Santiago de la Espada con 25 años recién cumplidos un 8 de enero de 1979. Era su primer destino. Dieciséis días antes le habían ordenado sacerdote en Nochebuena. Solo estuvo dos años y medio, pero la convivencia y el trabajo con los serranos le marcaron de por vida. “¡Qué lío, qué lío! Estoy muy nervioso y emocionado”, exclamó al comenzar su intervención en la presentación del libro Entre amigos. Julio Millán Medina, editado por Diario JAÉN, coordinado por su director, Juan Espejo (presente en el acto), en el que ha trabajado un equipo del periódico y participado amigos y compañeros de Julio Millán Medina en Mensajeros de la Paz y Edad Dorada.

Francisco Olivares, teniente de alcalde del Ayuntamiento, moderó la mesa del encuentro en ausencia del alcalde, Pascual González, por el fallecimiento de su madre. Intervino también el presidente del Consejo de Administración de DIARIO JAÉN, S. A., Eleuterio Muñoz González y Alfonso Alguacil, maestro jubilado y juez de paz de Santiago Pontones, encargado de presentar el libro. El primer recuerdo de Julio Millán en su intervención fue para el alcalde. “No puedo menos que acordarme de Pascual en estos momentos. Cuando una madre se va, el dolor es fuerte y le acompaño en ese sentimiento”, dijo. El segundo, para expresar su agradecimiento “a este pueblo que me acoge, me recibe y me quiere. Esto siempre lo he sentido”. El tercero, para Domingo Pérez, también sacerdote: “Compañero de camino desde el año 68 y en el paso por esta tierra, que no se entendería sin su persona”.

Agradeció al presidente y al director del periódico que se acordaran de él. “Yo nunca he visto lo que ellos han visto en mí”, se sinceró. “Soy una persona normal, de la calle; un cristiano normal y casi un cura normal”. Dijo el “casi” por su manera “de ser y de entender lo que Dios puso en mis manos”. Y derrochó cariño con vecinos y amigos del pueblo y aldeas. “Fue una caricia de Dios venir aquí”, dijo con sentimiento y buen humor, para definirse en aquellos días como “retozón, con ganas de vivir y de querer”. La cuestión es querer y dejarse querer, añadió parafraseando al padre Ángel, compañero y amigo en Mensajeros de la Paz. En realidad, no deja que su trabajo pastoral descanse ni cuando se le homenajea. “Tengo muchos defectos, aunque en el libro aparezcan pocos”.

Sincero, propuso escribir otro capítulo en el libro que los recoja uno a uno. “Dios no nos quiere perfectos”, continuó, “grandes hombres han sido pecadores, pero se trata de mejorar la vida, limar las aristas y poner derecho el árbol. Y ese tal Jesús de Nazaret está en el fondo de todo esto”. Relató que estuvo poco tiempo en la Sierra y que tenía la idea de irse pronto. “Tengo que confesarlo después de cuarenta años. Pero el obispo Miguel Peinado me dijo que tenía que estar dos años antes de irme a las misiones”.

Se sintió querido pronto. Tanto, que echó mano de este ejemplo: “No sé si a la primera novia es a la que más se quiere, pero yo quiero a Santiago de la Espada con locura”. Para el sacerdote “los serranos de Santiago sois una casta aparte, por fraternidad, amor y generosidad; hasta en el lenguaje, donde se respira lo que es un serrano”. “Juan (Espejo) creo que me lo leyó, y por eso me trajo con Eleuterio (Muñoz) un fin de semana por los campos, Miller, Góntar, Las Casicas..., para charlar y sacarme todo lo que se me podía para el libro, de mi experiencia pastoral aquí, de la misionera y de la experiencia con Mensajeros de la Paz”. Y ese “curilla de entonces medio loco, futbolero y bailarín”, se marcaba pasodobles en el Patronato de La Matea como uno más. Quiere servir y querer al pueblo “sin ser más que nadie ni estar por encima, por eso rechazo a los curas que son casta aparte. Sé de dónde vengo y adónde voy”.

Le aplaudieron, dejó la cálida sala y se fue con todos a tomar un vino, entre el viento, el frío y la nieve de la noche.

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