Diario JAÉN hace público los ganadores de su III Certamen Cofrade

02 nov 2017 / 17:27 H.

Diario JAÉN hace público los ganadores del III Certamen Cofrade Provincial de Relato Corto, Poesía y Fotografía.

En la categoría de Poesía, el primer premio ha recaído, de manera ex aequa, en Esteban Torres Sagra, por su obra “Escrito en el viento” y Dolores Fontecha Heredia, por su poema “Semana Santa en Jaén”.

En la categoría de Relato Corto el ganador es Francisco Jiménez Delgado, por su obra “La túnica número 122”.

En el apartado de Fotografía el ganador es José Ortega Pérez “Sito”.

La entrega de los premios se celebrará en el marco de una gala, cuya celebración es mañana, a las 20:00 en los Salones Jardines de Luxor de Jódar.

Se otorgan los siguientes premios:

Relato Corto:

1er. Premio: Estancia de un fin de semana para dos personas en un Parador de la provincia de Jaén y distinción.

Poesía:

1er. Premio: Estancia de un fin de semana para dos personas en un Parador de la provincia de Jaén y distinción.

Fotografía:

1er. Premio: Publicación de la fotografía como portada de la revista “La Pasión entre Olivos 2018”, que edita Diario JAÉN, estancia de un fin de semana para dos personas en un Parador de la provincia de Jaén y distinción.

OBRAS PREMIADAS:

“Semana Santa en Jaén”: Dolores Fontecha

Tu cara, exaltación, / tus lágrimas mi dolor / y el incenso las ganas de nacer, / esas, que me respiran el alma.

Los nazarenos en procesión / entierran diferencias para hacer camino al alba. / Camino espiritual, / experiencia viva y terrenal, / mezclada con el recogimiento al mirarte a los ojos / para no perder de vista tu vuelta a mis calles.

La madrugada empieza, / entre cartones arropan. / El de Jesús, tu casa, / el de la Ropavieja, / lugar de saeta / que rasga el sentimiento / salido de la voz del poeta. / Atrapado en dolor que abraza / en el Campillejo de Santiago, / allá donde se llora tu presencia, / allí donde el nazareno reza con la mirada perdida / la agonía de tu ausencia.

El día del Abuelo, / Maestro Cebrián en oídos prestos, / imagen a cuestas, / experiencia vivida que emociona / sentimiento profundo que aletarga el dolor impreso en tu rostro. / Nuestro Padre Jesús, el Nazareno, / aquel que a la ciudad del Santo Reino pauta sus pasos. / A su lado “Canto a Jaén” que Mendizábal creó / abrazando al sentimiento. / Música a tus pasos, / acento de flauta travesera / erizando la piel de emoción que te cubre.

Pasión... / Dolor... / Resignación... / ligero peso al hombro del cofrade. / Jaén, bella ciudad de luz, / ¿Qué tienes cuando miras? / ¿Qué pretendes? / ¿Por qué te arrodillas? / El incienso te despierta del sueño, / la semana santa en Jaén, / un año más, se santigua al credo.

“Escrito en el viento”: Esteban Torres

1. La última cena (Úbeda)

¡Oh piélagos de luz, inmunda pena / infame de quien troca la amistad / por oro, traicionando la lealtad / de los doce invitados a una cena!

Atavía el dolor la cuarentena / con sus bigardas dolor de ebriedad / y pasea por Úbeda la voluntad / de Dios sobre la carne berenjena.

Por respetar con cela Escritura, / llega el momento y certifica el gallo / la triste comisión del tercer fallo, /

Desgranando por fin su partitura, / y desde el cielo descerraja un rayo, / por la calle Ancha, toda su amargura.

2. Expiración (Linares)

La luna al fondo, sobre pergamino, / ilumina mi pecho linarense, / mientras consagra el Cristo, sin suspense, / los funestos presagios del destino.

Los costaleros marcan el camino / al pasar por República Argentina / y se entregan las almas de la mina / al Señor, cuya sangre ahora es vino.

Un vino que rezuma doloroso / de la herida abierta en su costado / y blinda con su paz nuestro reposo.

Postrado de hinojos a sus plantas / al Cristo que nos salva del pecado / le dedica Linares sus tarantas.

3. El Abuelo (Jaén)

La Flor se marchitó tras su agonía / y con la Flor se fue la primavera. / Cada torre tronchó una enredadera / y el Abuelo cumplió la profecía.

Estaba escrito cómo moriría: / Dos ladrones flanqueando la ladera / del Calvario, tres cruces de madera / y, en medio, la del Hijo de María.

Imposible esgrimir menos violencia / en virtud de tamaño sacrificio / por cumplir con su vida la exigencia.

En el gesto se cimenta la Alianza: / Tras firmar con su sangre el armisticio / volvimos a nacer a la Esperanza.

“La túnica número 122”: Francisco Jiménez Delgado

Aquel Jaén... retenido en el tiempo... dedicado a su supervivencia, centrado en el ganado y cultivo de sus huertas, no fue ajeno a los terribles azotes de epidemias, guerras, sequías y plagas ,eternors protagonistas del aciago devenir del siglo XIX en nuestra ciudad.

Una familia desapercibida que habitaba en una calle cualquiera del arrabal de Santa Ana, casi atormentada por riadas y torrentes, camino de la Puerta de Granada por donde tiempo reciente transitaron cortejo real de majestades y altezas, monótonamente y como un diario heredado y repetitivo, faenaban los tradicionales oficios de una ciudad ganadera y hortelana, con la única pretensión del pan para sus hijos y la veneración a su Dios.

Temprano se ordeñaba ganado y bestias, se regaba y araban huertos y pagos, pero... ante todo se hacía parada obligatoria ante el que era y es ser y sentir de sus vivencias... el Jesús de los Descalzos.

Antonio Toledado el patriarca de la familia, dueño de la casona de la calle Pozo, lindera con calle Llana, había heredado de su padre y abuelos una ajada y descolorida túnica de percal morado de cola, capirote de recio cartón y un colorido oscuro donde figuraba entre corona regia y el nomencláter del número de cofrade 122, como grabado de tradición y fuego.

Cada año transitaba este singular nazareno por entre cantones y empedradas hasta la amanecida en mediodía cuando el Jesús Nazareno, cual incólume ritual, rozaba el dintel del convento mercedario.

Aquella epidemia segó la vida del padre de los Toledanos y dos de sus hijos, dejando desolada a su viuda, Juana Martínez.

Llegó aquel Jueves Santo, lluvioso, lúguble, doliente... Las Siete Escuadras tuvieron que regresar prestas a su templo de San Ildelfonso. Aquella casa de la calle Pozo inhalaba olores de magdalenas , hornazos, encebollao y arroz con leche.

Y la recia viuda escaló aquellos escalones de tapial que ascendían a las cámaras altas del viejo caserón labrador. Sin titubear, de dirigió al arcón de pino y con llorosa decisión acarició al arcón percal, recio capirote y fijó sus ojos en el escudo marcado con el número 122.

Se despejó el cielo en el madrugada y marcando el reloj las cuatro con solemnidad, se abrieron las puertas mercedarias dando paso a prendidas velas y moradas túnicas de cola con su escudo y numeración.

Ante el asombro de todos, aquella túnica marcada con el número 122, volvió a recorrer, cantones, Maestra Alta y Baja, Ropavieja... espeluznando a t odos los que fijaban su mirada hacia aquel número de ese nazareno que meses antes había sido sepultado, cuando al mediodía a plena luz del sol ascendió pausada aquella túnica, atravesando el Arco de San Lorenzo.

Comidillas, leyendas, historietas y pavor se extendieron aquella mañana de Viernes Santo, algo acalladas en la anochecida, al paso del Santo Entierro.

En aquella cámara alta de la casona de la calle Pozo, Juana Martínez, la recia viuda, con los pies doloridos y ojos lacrimosos, doblada y guardaba en viejo arcón, aquella norada túnica de cola, marcada con el número 122.