Acotaciones de aproximación a un tiempo

El Premio Internacional de Pintura “Emilio Ollero”, en sus ya 35 ediciones, ha supuesto un factor de dinamización para el mundo cultural tanto en la capital jiennense como en toda la provincia

17 ene 2022 / 17:21 H.
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Sirvan estas acotaciones como reconocimiento del Premio Internacional de Pintura “Emilio Ollero”. Treinta y cinco ediciones ya y un prometedor horizonte abierto al futuro. Se trata de una cita anual de carácter colectivo que, en esta ocasión, tiende a sintetizar los años que contemplan su trayectoria iniciada el año 1987. Con aquella muestra, creemos haberlo comentado en alguna ocasión en estas páginas, la ciudad conectó con una costumbre adormilada durante años: la celebración de exposiciones colectivas durante sus fiestas de la Feria de San Lucas. Entonces crecía el número de exposiciones de pintura, escultura y dibujo (incluida alguna de las llamadas de artesanía), en aquella ciudad tan escasa de exposiciones como ausente de museos, en la que comenzaron a surgir los primeros concursos de pintura al aire libre. Término que emulaba el “plein air“ de los franceses para singularizar y distinguir una mirada a la naturaleza atribuida a los pintores impresionistas de órbita parisina, aunque, en realidad, tal observación ya había sido cultivada por artistas de siglos anteriores, tales como Alberto Durero, bien que de otra manera y con otro espíritu aunque con el mismo concepto a la hora de testificar un momento preciso del paisaje. Orígenes, probablemente, que han de buscarse en la Escuela del Danubio.

Hoy vivimos en una España diferente tras cruzar otra frontera cultural que, aunque conserva gran parte de la deuda del pasado siglo, es sensible a la creación de prácticas y a emular toda suerte de colectivos activos en torno a las artes visuales que, en no pocos casos, distorsionan la efectividad de estas con respecto a su entidad cultural. Franquicias en progresión constante, incluida la obediencia a esa estética yanki tan alejada, paradójicamente, en el devenir de la plástica norteamericana, como próxima a las directrices dictadas por la CIA en dirección opuesta a como fueron atendidas por el régimen de Moscú. Ambas, convenientemente travestidas para la mentalización de la ciudadanía. Al cabo, estrategia y tensión de la Guerra Fría, que la Agencia de Inteligencia Norteamericana decidió a su favor merced a un sabio juego de ideas estéticas, con beneficiarios tan insospechados entonces como los pintores más activos de la Escuela de Nueva York entre los que destaca un Jackson Pollock abrigado por Peggy Guggenheim.

Acotaciones de aproximación a un tiempo

Tiempo dilatado en años deslizado hasta el primer lustro de los años ochenta del pasado siglo. Obviamente, la delicada empresa aparentemente cultural, fue llevada a cabo, bien que muy ocultamente, a través del Museo de Arte Moderno (MoMA) de la ciudad de Nueva York, mediante la muestra “Ten New American Painters”, celebrada en 1958-59. Andamiaje, magníficamente articulado y auspiciado al amparo del filántropo Nelson Rockefeller.

Aquellos años de silencios y gestos inapreciables, crearon también un comercio artístico que, en algún sentido, estaba auspiciado al socaire del nacismo y el llamado arte degenerado con consecuencias perceptibles en el desplazamiento de galerías y marchantes por diferentes lugares de una cartografía con referencias muy extensas, incluida España, como se desprende de la lectura de “El expolio Nazi”; cierto que, en este caso, más afines a las corrientes de modernidad deudoras de París, marca que, en algún sentido, centraba la atención del mercado europeo, a la sazón, con un marcado desplazamiento a Nueva York más que evidente.

ARCO. Época compleja, acompañada por una dominante de apariencia ecléctica, deudora de un concepto perverso de marketing sostenido por intereses espurios. Proceso átono, persistente durante dos etapas que, de algún modo, tienen que ver, antes y después, con la estética dominante en las 35 ediciones del “Premio Ollero” . La primera, sostenida por el oficial-informalismo surgido al socaire del expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York; la segunda, sensible a un comercio internacional que, durante el primer lustro de los ochenta del siglo XX, aterrizó en Madrid a partir de la muestra celebrada por Andy Warhol en la Galería Vijande como anticipo de la primera edición de ARCO, celebrada en 1894. Esto es, tres años antes de la primera convocatoria del Premio Internacional de Pintura gestionado por el Instituto de Estudios Giennenses y el respaldo de la Diputación Provincial. Por tanto, de una u otra forma, vivimos en un periodo de desplazamiento estético que va de la abstracción a la figuración y, sin embargo, el arte sigue intervenido por un comercio cada vez más potente a la hora de fijar y sostener modas que alcanzan estados de presencia en los concursos de artes plásticas celebrados en las diferentes comunidades autónomas que hoy conforman España, entre los que, obviamente no escapa nuestro certamen.

Acotaciones de aproximación a un tiempo

Concursos libres, por lo demás, distantes de esos modos antes referidos deudores tanto de la Guerra Fría como de las decisiones del comercio internacional que influye y respalda modas que erosionando el arte y la manera de contemplarlo mediante un descaro perceptible en obras como, por ejemplo, “Julia”. Cabeza realizada en el taller del catalán Jaume Plensa, actualmente instalada en pleno Paseo de la Castellana. Enorme cabeza de mujer joven (doce metros de altura) realizada a partir de un polímero de acabado blanco, con un proceso que sustituye la tactilidad personal del escultor imponiendo la rápida acción de la computadora. Tras un previo tratamiento de escaneo, ensamblan los archivos y obtienen una digitalización que manipulan con programas informáticos pasados a la máquina encargada de tallar la figura según las coordenadas espaciales que le dicta el ordenador hasta lograr el acabado de una nueva obra dispuesta para ocupar el paisaje urbano. Otro tanto acaece con la pintura. Las grandes cabezas alzan su impostura estética proyectadas desde el ordenador... Parecería, en fin, que este nuevo gigantismo, pretende emular aquella arquitectura soviética de enormes y ocres edificios gubernamentales, diseñados y alzados para el asombro popular recordándole al ciudadano la grandeza del régimen y, obviamente, a disminuir su pequeñez como individuo, mera pieza al servicio de la máquina que, efectivamente, cobra preponderancia en este periodo de modernidad, que, como puede verse, llega hasta la reciente remodelación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Hablamos pues, de un tiempo de mutación y debate tan abundante de gestos y discursos, como escaso de respuestas a la hora de retomar el pulso del arte como ese dialogo que filtra y concita conceptos de entidad y sensibilidad, con estados de reconciliación con lo étnico, pero también con lo universal.

En efecto, así nace y se desarrolla el Premio Internacional de Pintura “Emilio Ollero”, cuya raíz, es muy de hacerlo notar, parte de un aliento, como se advierte de la manda, del deseo de personas sencillas de esta ciudad, dotando a este certamen de una singularidad que lo distingue y lo significa entre todos los convocados. Es esta provincia del antiguo Santo Reino, con un espíritu que desea abarcar un horizonte superior a los límites provinciales y se convierte en faro de un concepto de mecenazgo que, sin intermediarios ni trueques, revierte directamente en la ciudad en dos aspectos fundamentales: el derivado de sus exposiciones, y el patrimonial. En cuanto al primer caso, se han expuesto 1.218 cuadros a través de las 35 ediciones del certamen. Obras que, en sí mismas, además de un documento de indudable interés, constituyen también todo un banco inestimable de imágenes plurales. En cuanto a las 35 exposiciones celebradas y los artistas que han recibido el primer galardón, correspondieron los siguientes pintores giennenses por este orden: Francisco Molinero Ayala (Jaén, 1945), Pablo Rodríguez Guy (Santa Elena, Jaén, 1950), José Antonio Córdoba Chaparro (Santisteban del Puerto, Jaén, 1941), Francisco Molina Montero (Torreperogil, Jaén, 1961), Santiago Ydáñez Ydáñez (Puente de Génave, Jaén, 1967), Francisco de Paula Sáez Medina (Jaén, 1858), Ángeles Agrela Romero (Úbeda, Jaén, 1966) y Antonio Maya Cortés (Jaén, 1950). En las demás ediciones el “Ollero de Pintura” —así se conoce en el argot de los profesionales— les correspondió a pintores nacidos fuera de tierras giennenses.

Proceso prolongado hasta la presente edición, cuyos premios han quedado así: el pintor granadino, Bernardino Sánchez Bayo, ha obtenido el primer galardón de esta edición con, “Sala de reprobación”, dotado con 10.000 euros. Espacio pictórico adscrito a un realismo de tratamiento un tanto abocetada, donde el propio marco forma parte de la composición que nos acerca a un momento muy concreto del trabajo cotidiano de un hombre sujeto a una dominante bic romática. El artista jaenés, residente en tierras almerienses, David Martínez, ha obtenido el Premio Jóvenes Talentos Andaluces, dotado con 5.000 euros, por “Estudio de Paulozzi V.” Se trata de un óleo sobre lienzo, de tratamiento empastado y matizados grises, donde las tensiones compositivas juega su baza al poner en juego este espacio que cita y concita el orden y el desorden del recuerdo del artista pop que le da nombre a esta obra, paradójicamente con cierto clima que remite al universo del pintor italiano Renato Guttuso. No a la pintura norteamericana o inglesa. Por cuanto hace a los accésits han sido para dos estupendas composiciones: “La fábula de la cabra que quería ser niño”, espacio en el que se dan cita la magia de la realidad y la surrealidad de una evocación resuelta con briosa dicción y entereza de color realizada por el sevillano Carlos Alberto Dovao. En cuanto al siguiente galardón ha sido para “Van der jugend, pieza del pintor cordobés Manuel Castillero que, como el anterior, ha recibido los 2.000 euros que corresponde al galardón. En cualquier caso, un cuadro muy logrado a partir de una composición que remite al universo de Gustav Mahler. De tal suerte, Castillero construye con dominio de la composición y el espacio y un jugoso tratamiento de verdes sobre el que nos propone la seducción candeal y el equilibrio en rotación de los blancos, cual si de una paradoja se tratase, pero también, con cierto guiño, al claror de amarfilados blancos que nos dejan pensar en “Muerte en Venecia”, la gran película de Luchino Visconti que, desde 1971, evoca la figura del gran compositor checo.

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