Cosechón

BUENa digestión. “Cuando empezamos a tener algunas pesetas en el bolsillo huimos del cocido y del pan con aceite...”

20 ene 2019 / 11:38 H.

La riada constante, y en crecimiento, de información nos inunda de datos, imágenes en movimiento y mala literatura con tal obsesión que no sabemos en qué dirección proa la barca de nuestro mundo y, por ende, nuestras vidas. De esta manera, por ejemplo, la última semana conocimos datos oficiales que nos informan de la enorme producción de vino y mosto de la cosecha de 2018: nada menos que un mar cercano a los 50.000 hectolitros; de ellos, el 40% de vinos con Denominación de Origen de Producción (DOP) o con Indicación Geográfica Protegida (IGP), es decir, vinos de marca.

También continuamos batiendo récords turísticos: el pasado año nos visitaron 82,6 millones de turistas, que gastaron cerca de 90.000 millones de euros. Además, hubo creación cimera de empleo (bien que regular o malo) y la inversión de fondos en el país alcanzó la cifra espectacular de 4.350 millones de euros, según la Asociación Española de Capital Riesgo y Capital Privado (ASCRI). Y podríamos continuar recordando en esta página más oros de nuestra realidad económica, aunque solo estas impresiones felices serían suficientes para que la mayoría de sociedades o países del mundo estuvieran más contentos que unas castañuelas.

Pero aquí nada de ello ocurre; la nube tóxica del pesimismo se ha instalado con tal determinación en nuestro país y aledaños, que nos lleva a sentir (percibir) que vivimos bajo la bota de un anticiclón permanente que nos asfixia poco a poco con su contaminación creciente. Y es que en la página siguiente del mismo periódico imaginario, aunque muy real, se nos advierte por boca experta que los españoles de los últimos años conocemos la dieta mediterránea de oídas. Nuestro país vivió sus grandes años “mediterráneos” en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo; pero a partir de allí, cuando empezamos a tener en el bolsillo algunas pesetas huimos del cocido, el pan con aceite y los tomates de la huerta. Nuestra escapada junto al mundo en crecimiento fue tan rotunda y cierta que hemos conseguido poner en peligro el planeta: el modelo de consumo lo aplasta nuestro peso de orondos y grasos glotones. Así, como leemos en El País del 17 de enero, para preservar la salud planetaria necesitamos con urgencia “reducir el consumo mundial de carnes rojas y azúcar; duplicar la ingesta de verduras y legumbres; que el sector agrícola y ganadero deje de emitir dióxido de carbono y reduzca drásticamente la contaminación por nitrógeno y fósforo; limitar el empleo de agua y no aumentar más el uso de tierras; reducir un 50ç% el desperdicio alimenticio ...” Pero, chico, este reto que nos pone delante la realidad empírica basada en el dato cierto y ordenado por la razón, no puede detener las avenidas de alimentos procesados y platos preparados que “necesitan las sociedades del precariado”. Otro dato reciente -una vez elevadas la pizza y la hamburguesa al cajón de los campeones- nos habla del crecimiento sin tregua de las ventas de alientos congelados. Su valor en el mercado español llega a situarse en 4.865 millones de euros, creciendo un 3,5% el año pasado, y siendo el segmento de platos congelados preparados su rey.

En la otra cara de la misma luna en eclipse de nuestra fábrica alimentaria mundial, pongamos que es Whole Foods, una enorme cadena de supermercados populares estadounidense. Se nos dice que al pobre también hay que alimentarle el espíritu (se supone que el rico tiene bien llena su cantimplora espiritual) y propone entre otras perlas, recrear el clásico helado de vainilla con “nuevas terrinas que añaden un toque original con bases renovadoras como el aguacate, el hummus o agua de coco”. En esa receta encuentran estos señores el espíritu.

Demasiadas dificultades, pues, para salvar el planeta, cuando se hace todo lo posible para que la persona sencilla, la que ríe y trabaja, pueda catar siquiera en dos o tres ocasiones al año sardinas asadas, y además hacemos todo lo posible para mantenerla confundida siempre.