Los anderos cargan en sus hombros la fe de un pueblo

Esperan cogidos al palo más de treinta horas y algunos llegan a pie al santuario

25 abr 2016 / 10:00 H.

Cualquiera no puede ser andero de La Morenita. En sus hombros llevan la fe de un pueblo, que se plasma en la Virgen de la Cabeza cuando procesiona por Sierra Morena. Son personas duras, fuertes, con capacidad de sacrificio y con una enorme devoción. Solo con estas cualidades es posible someterse al sacrificio que implica su papel en la romería. Para ellos, la celebración no existe. Llegan al templo y se agarran al palo que le caerá sobre los hombros. Y allí cuentan las horas que quedan para que repiquen las campanas que anuncian la salida del santuario de la Reina del Cielo.

Lo que pasa fuera, la mayoría ni lo sabe, ni lo conoce. Casi todos llevan más de treinta años con la Virgen en sus hombros. Y los anderos no llegan unas horas antes. Lo normal es que pasen más de treinta en una espera que luego tiene una gozosa recompensa. Dicen que sueñan con tener encima a la Virgen cuando mecen el trono huérfano del fervor y narran que, cuando sube La Morenita, su corazón se dispara y la emoción les hace sentir que la larga espera ha merecido la pena. Ser andero es una labor dura por los empujones, por el peso, por el calor, por los golpes y por las horas que han de esperar en pie. Pero de nada de esto se quejan. Cuando se les preguntan solo tienen palabras bellas de su experiencia como portador de la Madre de Dios.

Amador Gómez salió de Arjona el sábado a las seis de la mañana. Recorrió a pie el camino que lo condujo al santuario, al que llegó a mediodía. Y al lado de las andas de la Virgen se quedó hasta que, a las nueve de la mañana, vio cómo La Morenita llenaba el trono. “Hago esto porque la quiero mucho. Tengo una gran devoción”, explica. Manuel Gómez Redondo llegó a las once y media de la mañana: “Espero todas esas horas y las que hagan falta. Algunos le rezan, otros le cantan, otros suben a caballo y mi manera de quererla pasa por tenerla en mis hombros”. Jesús Caño Ruiz cuenta que heredó de su familia la fe por la Capitana Generala, pero que su pasión por llevarla nació de él. “Esto se llena en la sangre. Dos veces al año subo al santuario en peregrinación. Esta vez he venido en coche para hacer la espera”, indica.

Pese a que se tiran más de un día aguardando el momento, lo comparten con los demás. “No queremos acapararla. Es de todos. Quien nos pide llevarla y sentirla lo puede hacer. La Virgen es de todos”, sentencian al unísono. De hecho, si se les pregunta, son de un amplio abanico de pueblos. Sin duda, una genial representación.

“Es mi manera de rezar y de querer”
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Manuel Gómez Redondo es de Andújar. Tiene 52 años y lleva 28 como andero. Llegó el sábado a las 11:30 horas al trono y allí se quedó hasta la procesión.

“Vino al pueblo, la llevé y me enganchó”
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Amador Gómez Torralbo es de Arjona. Tiene 54 años y lleva 28 como andero. “Vino a mi pueblo cuando tenía 10 años. Allí la llevé y me enganchó. He venido a pie hasta el santuario”.

“Vivo el año como una cuenta atrás”
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Jesús Caño Ruiz tiene 49 años. Es de Martos y forma parte de los anderos desde hace 28 años. “Heredé la fe romera de mi padre, pero llevar a la Virgen nació de mí. Sé que me llama”.

“Cuando estoy debajo, la siento”
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Toñi Durillo López es de Bailén. Tiene 33 años y este ha sido el primero que ha portado a la Virgen. “Cuando estoy debajo, sé que me habla. La siento y estoy segura de que también me pone a prueba”.