La tecnología del encierro

José Luis Anta: “Aprendemos la lección de lo frágil que es nuestra libertad”

24 mar 2020 / 12:31 H.
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El encierro es una construcción social que responde al diseño de una vida organizada con una tecnología de mimbres ideológicos. Para buscar un referente reconocible, José Luis Anta Félez, sociólogo y catedrático de Antropología Social de la Universidad de Jaén, nos sitúa en el siglo XIX. El siglo anterior encendió el motor de la revolución industrial, germen de una nueva organización económica y social. Curiosamente, es en el diecinueve cuando y, por otro lado, la tecnología del encierro, que dos centurias después en distintas variantes hemos heredado. “Nos encerramos en las cárceles, en los hospitales, en las escuelas y universidades o en las fábricas”, explica el profesor, por teléfono, recluido en su casa.

En relación con la pandemia del coronavirus, su impacto viene de su elevada mortandad y rapidez en el contagio, adoptándose como mejor estrategia la del encierro que, a su vez, es “una gran metáfora de otras cosas”. Decretado el confinamiento por el Gobierno, se pone de manifiesto lo disciplinados que somos como grupo. Muestra de ello es lo razonablemente bien que acatamos medidas como cerrar las escuelas, los comercios o las limitaciones a nuestra movilidad. “Hay una gran disciplina social. No nos resistimos y no nos planteamos el por qué no se toman otras medidas, como las de aislar a determinados grupos de riesgo y no a todos, por ejemplo. Vivimos muy disciplinados y tenemos fe en algo, una fe ciega”, apunta el profesor.

Las consecuencias del encierro no son uniformes. No disponemos de los mismos recursos. Nuestras viviendas no son iguales, ni de tamaño ni en equipamientos. Unos viven solos, mayores y jóvenes, con necesidades y dependencias diferentes. Otros conviven con hijos y con padres, o con ambos. Tampoco el impacto sobre la población en situación de pobreza o exclusión social tiene las mismas consecuencias que en la clase media, y nada que ver con los ricos. “Aquí se muestra más claramente la estratificación social. Los que más tienen soporta mejor las consecuencias, mientras los que viven en la precariedad soportan un mayor impacto”, explica.

La variante de género también está expuesta: “Las amas de casa ven como los niños, su pareja, o los abuelos invaden su espacio todo el día. Y puede que todo el estilo de vida de desigualdad se vea exagerado”. El sistema de apoyo a los mayores también corre riesgos, véase lo que está ocurriendo en residencias de personas mayores, o con renuncias temporales al servicio de ayuda a domicilio por temor al contagio. El grado de complejidad en el manejo del sistema crece tanto como la necesidad de aplicar más recursos materiales y humanos.

Apelamos a la ciencia para curarnos y sacudirnos el encierro. Tenemos “una fe ciega en ella y eso es bueno... llegó en el siglo XIX para poner la razón por encima de cualquier cosa, pero en el nombre del mal del virus advierte también se van a cometer desmanes”. La gestión del riesgo es otra variable de este acontecimiento. “No nos preguntamos, o no se preguntan, cómo acabar con los riesgos, sino cómo gestionar los mismos. Eso es lo que estamos haciendo.” El concepto de acontecimiento, desarrollado por el filósofo francés Alain Baidou, no es sólo un evento de gran calado, sino el escenario de quiebra del modelo social establecido y dominante, donde se evidencia que nuestros legados no son ni eternos ni inmutables, porque algo mejor, o peor, puede sobrevenirnos.

¿Cuáles van a ser las consecuencias de todo esto? La crisis del coronavirus pondría en cuestión el estilo de vida de la clase media. ¿Un ejemplo?: “Ponemos el punto de mira en la propiedad privada, en la defensa a ultranza de lo que es mío, de mi modo de vivir. En el fondo reflexiona , creo que esos asaltos a supermercados para arrasar con la comida tienen que ver también con el miedo a perder ese estilo de vida que sienten amenazado”. Cabe preguntarse si habrá un antes y un después de la pandemia y de nuestro confinamiento. El hilo conductor de una posible respuesta hay que encontrarlo en la nueva revolución, la tecnológica: “Teníamos un Estado y ahora tenemos un estado de opinión, desde nuestras casas. Encerramos nuestro cuerpo, pero no nuestra mente. Estamos abiertos al mundo. Seguimos viviendo, hablando y compartiendo. Lo vemos como normal, que todo pasará y que no va a ocurrir nada. Pero habrá ajustes económicos con consecuencias que nos van a afectar. Y a se ha puesto en evidencia que no sabemos qué hacer con los niños o con los abuelos”, explica.

¿Cuál es la lección ? “Lo frágil que es la libertad. Estamos convencidos de lo libres que somos, pero no nos damos cuenta de esa fragilidad. En un sistema injusto, los grandes valores se ponen a prueba.”, concluye.

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