Nobleza al servicio de la congregación servita
María Teresa García, priora y activa camarera del Santo Sepulcro, es condesa de Humanes y grande de España


Muchas son las hermandades jiennenses cuya historia está unida a aristocráticos apellidos, pero muy pocas las que mantienen viva esa unión como si el paso del tiempo ni tan siquiera la hubiese rozado. La Congregación del Santo Sepulcro tiene en el condado de Humanes, título nobiliario concedido nada más y nada menos que en el siglo XVII, y con Grandeza de España, uno de los más claros ejemplos de esta relación, que en casos como el de los Sáenz -Messía continúa intacta. “A mi madre y a mí nos hizo cofrades mi tía Trinidad, en 1948, pero la vinculación familiar con la hermandad data de finales del XIX, cuando mi bisabuela Teresa Messía Aranda entró a formar parte de la cofradía”. Quien lo afirma es María Teresa García Gómez, la actual condesa, que ocupa el cargo de priora y es una activa camarera del Señor Muerto de Juan Abascal, labor que desempeña desde los primeros años de la década de los 60, cuando lo asumió a petición de su tía Amelia, condesa consorte y hermana del teniente general Joaquín Nogueras.
Limpiar jarrones y elementos de la procesión o los cultos, vestir y desvestir imágenes, cuidar ajuares y, cuando hace falta, coger la fregona y dejar el suelo de la parroquia de San Juan listo para la prueba del algodón, además de colaborar en labores de organización e, incluso, pregonar a la hermandad o presentar su cartel o boletín son tareas que María Teresa García Gómez desarrolla, entre otras, con su hermana Encarna, también camarera, “bajo las órdenes” fraternales de Víctor García Gómez, gobernador de la congregación servita.
Sencilla, pero sin que el señorío heredado la abandone en momento alguno, la aristócrata jiennense se muestra orgullosa del legado histórico y sentimental del que es depositaria, que muchos vecinos de la capital ignoran. Escucharla es sumergirse en la intrahistoria de la Semana Santa; no en vano, a su conversación asoman, continuamente, anécdotas, recuerdos que darían para escribir un sustancioso libro.
Más cercana en el tiempo, la figura de su madre, María Teresa Gómez Sáenz-Messía —fallecida en el año 2013 y que incluso dio nombre al premio a la mejor camarera concedido, en su día, por Diario JAÉN— emerge inevitablemente como la casi eterna mantilla que llegó a ser, cincuenta primaveras sin faltar a “su” procesión del barrio de San Juan. “Era punto y aparte, vitalidad, alegría, trabajadora incansable y muy acogedora”, manifiesta la condesa, que añade: “Tenía un carácter fuerte, pero nunca fue antipática, era sensible pero no sensiblera, y nos enseñó a todos sus hijos que podíamos ser lo que quisiéramos alcanzar en la vida sin despreciar a los demás”, dice, con emoción, mientras rememora los Viernes Santos en que su madre guardaba ayuno absoluto hasta el Sábado de Gloria, por más que intentaran convencerla de que tomase algo para sobrellevar el esfuerzo de tantas horas de cortejo por las calles.
“la roldana”. Muy vinculada, también, a la Hermandad de los Estudiantes, y a la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la condesa de Humanes conserva en su memoria estampas irrepetibles. Entre ellas, la de haber contemplado en el oratorio familiar, desde niña, la imagen de Santa María del Silencio —cuya advocación fue sugerida por monseñor García Aracil—, esa hermosísima Virgen sedente que sale en procesión a los pies del Crucificado del Calvario y que la casa de Humanes, propietaria de la talla desde tiempos inmemoriales, regaló a la congregación en 1966. Fiel a la fe de los suyos, que le es propia, se desvive por que la cofradía, una vez superado el profundo bache que la llevó a ser intervenida por el Obispado, encare el futuro sin abandonar su idiosincrasia, sus singularidades, esa seriedad de comitiva funeraria que siempre la caracterizó y en la que cada año viste de mantilla, la forma más hermosa del luto. Nobleza y devoción obligan.