Triunfo de Cayetano y Emilio de Justo

El cartel de la segunda jornada, resumió, de forma clara, toda la temporada taurina en España

20 oct 2019 / 12:23 H.

El cielo apareció por la mañana enseñando algunas nubes negras, como diciendo, “sé que hay toros en Jaén”. Pero a lo largo del día, alguien desde arriba las iría apartando porque la tarde se quedó clara y luminosa para cerrar esta ilusionante feria. Si hubiera que hacer un cartel que resumiera en una tarde lo que ha sido la temporada en España el de hoy en Jaén era el más adecuado. Un acierto porque, habiendo más toreros que podrían estar, —también de Jaén—, lo cierto es que estos tres reflejan o resumen muy bien lo que ha sido una temporada caracterizada por la irrupción clara de nuevas figuras, de las que Emilio de Justo y Pablo Aguado son un ejemplo claro, pero que también ha servido para la consolidación de otros que andaban a medias tintas como es el caso de Cayetano, que ha hecho su mejor campaña.

Y lo que se ha visto esta tarde en el coso de la Alameda ha sido la constatación resumida en una tarde de lo mejor que ha pasado en la temporada. La esperanza mayoritaria hoy estaba puesta en Aguado pero no pudo ser. Se vieron detalles con el capote y la muleta de esa gracia y elegancia personal que ha paseado por muchas plazas, es verdad. Pero hoy no tuvo suerte con su primero, el peor, al que tenía que sacarle los muletazos uno a uno a base de zapatillazos, —que no es lo suyo precisamente— y, aunque estuvo firme y valiente, le faltaron recursos con su segundo, el de más trapío de la tarde, un toro enrazado que se venía de largo una y otra vez, que dejaron crudo en el caballo, al que había que poderle y que se puso complicado de matar. La tarde fue para Cayetano y Emilio de Justo. Cayetano estuvo muy entregado toda la tarde. Larga cambiada de rodillas para recibir al primero, un jabonero, el más pequeño, bravo en el caballo, que blandea, pero que se crece durante la lidia yendo de menos a más, repitiendo y sacando fuerzas de corazón, al que tras una serie de derechazos lentos, largos, profundos y cargando la suerte nos concede tres naturales y el de pecho de antología. Repite series por ambas manos con remates afarolados por arriba o desmayados por abajo. El público estuvo algo frío. La cuesta de la feria pesa. En el cuarto, estuvo variado con el capote, y tras un gran par de Joselito, muy ovacionado, brindó a su cuadrilla una faena que inició sentado en el estribo, ayudados por alto y remates por bajo marca rondeña de la casa. El toro humillaba, pero luego protestaba. Los mejores muletazos al final aprovechando la querencia a los adentros. Oreja en cada toro y salida a hombros.

Lo de Emilio de Justo es especial. Es imposible sacarle a un toro como el primero de su lote lo que él le sacó. Lo metió en los vuelos del capote, y luego en los de la muleta, primero rodilla doblada, dominando, luego arrimándose para robar los pases a fuerza de carácter. Porque si algo define a este torero en la plaza es eso, el carácter ante los toros. La manera de presentar el capote en el cuarto de la tarde, ¡con la panza de la tela!, es el toreo de verdad, poco común. Las chicuelinas al paso para poner en suerte al toro y el quite por verónicas o delantales, que eran las dos cosas a la vez, excelentes. Toro con buen tranco que fue de más a menos pero que le permitió correr la mano, meter los riñones y rematar con desmayados de cartel, que pudo haberle dado un disgusto al rematar un con uno de pecho. Y qué manera de matar los dos toros. En su primero haciéndolo todo él, y en ambos entrando por derecho y muy despacio. Con tres orejas se convirtió en el triunfador de la tarde. El toreo requiere de técnica y de mucho conocimiento pero al final lo que buscamos es emoción y sentimiento. La emoción, que es imposible sin un toro que embista, y el sentimiento, que es imposible sin un torero que sienta. Cuando eso cuaja abajo el éxtasis se eleva y contagia los tendidos y andanadas. Y más arriba todavía. Porque mucho más alto, desde los palcos del cielo, también aplaudían esta tarde dos buenos aficionados jiennenses, el profesor y flamencólogo José Luis Buendía y el ínclito amigo y erudito taurino Salvador Santoro. El primero sentado junto a Antonio Mairena y Fosforito y el segundo hablando de pasodobles con el mismísimo maestro Cebrián. Yo estoy en que fueron ellos los que apartaban las nubes para asomarse a la plaza.