Un pueblo que derrocha alegría

Las fiestas de Santa Águeda y Santa Quiteria, dos citas festivas para no perdérselas

24 mar 2016 / 09:20 H.

Paisaje para un sueño dulce, Sorihuela del Guadalimar se rodea de sierras—las Cuatro Villas, Segura— y ríos —el que lleva en su propio nombre y el padre Guadalquivir— antes de enseñar su belleza de pueblo. Una vez allí, la torre de su antiguo castillo, del siglo XIII, se yergue como un bien conservado saludo de piedra a cuyo eco se unen hitos monumentales urbanos como su parroquia, del XVI y con traza, nada más y nada menos, que de Alonso Barba; es decir, que destila matices del maestro Andrés de Vandelvira a raudales. En las afueras soriuheleñas cuenta también el municipio con un convento dieciochesco reconvertido en cooperativa aceitera, aunque no tanto como para negar el trazado de la època de su construcción. Una arquitectura popular más que destacable, con edificios de nivel en la Plaza de España y la calle Mayor principalmente, rubrica sus innegables valores artísticos.

Y junto con tanto arte inmobiliario, otro más “manejable”, su gastronomía, en la que brilla con luz propia una receta a base de ajos porros y cebolla, jamón, chorizo y, claro, el fruto de la gallina, que conforman los célebres huevos a la porreta, sin olvidar la morcilla de Sorihuela, que en los productos de la matanza siempre ha sido este pueblo todo un líder.

Tanto se puede contar de él que harían falta muchas páginas para hacerlo, pero entre los olvidos imperdonables estaría no hablar de la labor diaria de una firma puntera en su ámbito que tiene en este lugar uno de sus emblemas, Aura Sorihuela. Una residencia para personas mayores que, por su ubicación y servicios, es el retiro dorado para cualquiera. En sus instalaciones, modernas y con capacidad para ciento veinte residentes, los jóvenes de ayer, propios y foráneos, gozan de multitud de comodidades adaptadas a cada caso. Por supuesto, quienes pasan su tiempo en ella no pierden la oportunidad de visitar a la patrona, Santa Águeda. Su fiesta se celebra cada 5 de febrero, y para ella se prende una hoguera a cuyo calor abundan la amistad y las buenas viandas.

Un auténtico paraíso, Sorihuela del Guadalimar, donde la alegría y la buena gente son una maravillosa costumbre que invita, desde su privilegiada situación geográfica, a llevársela como el mejor de los recuerdos en la memoria del corazón.