Tras las huellas de un jiennense en el legendario “Sitio de Baler”

Felipe Castillo, de Castillo de Locubín, fue uno de los míticos últimos de Filipinas

25 may 2016 / 10:00 H.

A pesar de haber compartido más de tres siglos de historia conjunta, el conocimiento de los españoles sobre la realidad de los filipinos —y viceversa— es, en general, bastante limitada. Lamentablemente, pesa más la popularidad de una de las reinas de corazones del papel cuché nacida en el archipiélago, Isabel Preysler, que todo un rico legado. Uno de los capítulos que se salva de esta injusta desmemoria es el del grupo de soldados españoles conocidos como “Los últimos de Filipinas”. Fueron considerados unos héroes y su gesta es aún recordada. Baler fue el escenario en el que aconteció este hecho histórico. Se trata de un municipio de segunda clase ubicado en la provincia de Aurora, de la que es su capital, en la región de Luzón Central. Es una ciudad costera con poco más de 36.000 habitantes, según el censo de 2010. Sus playas y el hecho de que su bahía sea un lugar idóneo para la práctica del surf hace que el desarrollo turístico vinculado a este deporte acuático vaya en aumento.

El municipio está ubicado a 150 kilómetros del Jaén asiático, trayecto que tarda en completarse en coche alrededor de tres horas y media. Un camino que esconde unas bellas vistas, ya que se bordea el Parque Nacional Memorial Aurora, un área protegida que ocupa una superficie de 5.676 hectáreas. El nombre tanto de la provincia como del parque se debe a que está dedicado a Aurora Aragón Quezón, la que fuera primera dama del país. También se puede admirar el lago Pantabangán.

La motivación de la visita de la expedición de Diario JAÉN a Baler tiene un nombre propio: Felipe Castillo. Natural de Castillo de Locubín, fue uno de los 33 soldados que resistieron en la iglesia de San Luis un asedio que quedó grabado como todo un ejemplo de resistencia de un grupo de soldados, que permanecieron 337 días defendiendo su bandera, a pesar de que aquel ya no era suelo español.

Según narra Enrique Castillo, bisnieto de Felipe Castillo y principal valedor de la memoria de este héroe jiennense, su familiar nació en el cortijo “El Álamo”, en 1877, ubicado en el límite entre Castillo de Locubín y Martos, en el seno de una familia humilde. Pronto comenzó a echar una mano en la tareas agrícolas y en estas andaba cuando fue llamado a filas. El no poder abonar las 2.000 pesetas que lo habrían librado de “cumplir con la patria” lo llevó hasta Filipinas.

El asedio se prolongó del 30 de junio de 1898 al 2 de junio de 1899. A pesar de que en agosto de 1898 se había firmado el alto el fuego entre España y EE UU, que se firmó en el Tratado de París, en diciembre, el destacamento español nunca lo creyó. Todos los intentos fueron en vano. La enfermedad y el hambre azotaron a los asediados y causaron bajas. Solo al leer una noticia en un periódico encontraron una noticia que los convenció de que no podía ser una estratagema filipina, por lo que se convencieron de que España no ostentaba la soberanía de Filipinas y optaron por capitular. El presidente filipino, Emilio Aguinaldo, aceptó sus condiciones y firmó un decreto en el que ensalzó las virtudes de los soldados, a los que consideró amigos y no prisioneros, por lo que se les permitió el regreso a España.

Recibieron diversas condecoraciones, así como se les concedieron pensiones vitalicias que les permitieron llevar una vida más desahogada. Pero la procesión va por dentro y el horror de aquellos 337 días de asedio jamás se olvidó. Según explica Enrique Castillo, era un tema del que su bisabuelo no quería hablar. De hecho, según subraya su familiar, enterraba en algún lugar retirado del campo y que él solo conocía todas las condecoraciones que se le concedían. “Era su cementerio particular”, añade.

En la fachada de la iglesia de San Luis, en Baler, una placa recuerda lo ocurrido a finales del siglo XIX. El templo nada tiene que ver con aquel, aunque, eso sí, está levantado en el mismo lugar en el que se produjo el asedio.

De la puerta principal de la iglesia parte un camino de huellas humanas que recrea el trayecto que realizaron los soldados españoles, entre los que se encontraba el jiennense Felipe Castillo. El empeño de su bisnieto ha permitido que su historia sea conocida. Enrique Castillo dedica importantes esfuerzos a contribuir al conocimiento de este capítulo, al que ha dedicado y dedica gran parte de su tiempo. Cuenta con dos libros publicados —“Regreso a Luzón” y “Regreso de las colonias”— y actualmente trabaja en uno nuevo. Entre sus asignaturas pendientes, visitar pronto Baler, un sueño que espera ver cumplido.