“Lo cantó todo bien y, lo más importante, sabiendo lo que cantaba”

15 jul 2016 / 12:45 H.

Fue Miguel Ortega, en este tributo al cantaor universal de Torredelcampo, el encargado de glosar su figura, un discurso lleno de episodios de la vida de Juanito Valderrama que enmarcan la personalidad artística que lo hizo tan grande, sin olvidarse de grandes momentos de la carrera del homenajeado.

“Podemos acudir a muchas fuentes, ilustradas o de la calle, de la ciudadanía común, pero hay coincidencia general: Juanito Valderrama fue una persona sencilla, generosa, buen compañero, gran conversador; de los artistas más inteligentes que ha dado el flamenco, con una agilidad enorme en su cabeza, muy gracioso y con una memoria privilegiada. Así me lo definía esta misma mañana un compañero, Antonio Alcántara Moral, joven periodista torrecampeño. Por cierto, recientemente doctorado en Flamenco por la Universidad de Sevilla. De niño escuchaba a nuestro homenajeado y ahí prendió su amor por el flamenco. Y de aquel amor, ese doctorado. Lo refiero así para decir que la estela, el legado y la influencia de un grande del flamenco como Valderrama fue y sigue siendo incalculable.

Tenía el don, el talento, la voz, pero también la experiencia y el aprendizaje adecuado. Juanito Valderrama tuvo el privilegio de frecuentar e, incluso, vivir durante ocho meses en lo que podríamos llamar la “Capilla Sixtina” del flamenco: la Casa de Los Pavón. Allí aprendió algunos de los secretos del cante de la mano de Tomás Pavón, Pastora Pavón “La Niña de los Peines”, y su marido Pepe Pinto. Una escuela casi insuperable.

Era un artista muy respetado por sus compañeros y tuvo, además, un olfato especial para oler el talento. A inicios de los años 70, contrató para una gira de 60 conciertos por España a un jovencito que despuntaba entonces y que pasó a la historia del flamenco con el nombre de Camarón de la Isla que, en esos comienzos, no era muy entendido, ni muy querido por el público.

De hecho, en la biografía de Camarón, cuenta José Manuel Gamboa, que Juanito tuvo que salir al escenario a dar la cara por el de San Fernando y sentenció: “Señores, tenemos el futuro del cante, el cantaor moderno que ha salido en este siglo. Va a ser el mejor, mejor que todos nosotros, y yo quiero que ustedes lo escuchen”.

Camarón y Juanito, dicen los entendidos, tenían varias cosas en común a pesar de sus voces tan diferentes: una profunda inteligencia, un oído de músico privilegiado, un órgano en la garganta y una inmensa afición y amor por el flamenco. Servidor lo suscribe.

Llevaba Juanito en su compañía al guitarrista Ramón de Algeciras, hermano mayor de Paco de Lucía y, según cuenta Juan José Téllez, en su libro Paco de Lucía. El hijo de la portuguesa, Juanito también se fijó en el talento de María, la hermana mayor del gran maestro de la guitarra, que no se decidía a abandonar su casa, y Juanito le dijo: “¿marío o cante?”. María finalmente optó por casarse.

Con Paco de Lucía también compartió escenas en la película Gitana. Además, fue quien le recomendó a Antonio, El bailaor, a que llevara en su compañía a Antonio Mairena —que luego fue tercera llave de oro del cante—, porque el bailaor solía quejarse de que no había buenos cantaores. Es también significativo un episodio con Manuel Vallejo. Cuando ya el público se había olvidado de él, Valderrama, que lo veneraba —fue uno de sus cantaores preferidos—, lo contrató en su compañía y lo destacaba en los carteles por encima, incluso, de él mismo, del respeto que le tenía.

También fue un recuperador de estilos que estaban en extinción, como los cantes mineros, de hecho, fue el ideólogo del concurso del cante de las minas de La Unión. A principios de los años 60, Valderrama invitó a los aficionados a defender el rico patrimonio de estos cantes y, a partir de ahí, surgió este concurso de tanto prestigio.

Relacionado con las minas y volviendo a la inteligencia y capacidad de trabajo de nuestro paisano, Fosforito —quinta llave de oro del cante— le contaba en una entrevista a Antonio Alcántara que Valderrama unía a su gran talento por el cante un fino sentido del espectáculo y de las oportunidades. Como buen torrecampeño, añado yo. Hacía gira por La Unión, a la estela del desarrollo que propiciaron las minas, con sus coches de gasógeno para actuar en esa gira a la que se le conoció, ciertamente con humor, como “El Domund” porque iba él con su cara achinada, un negro (Antonio Machín) y Emilio El Moro.

Llegó a comprar un circo y estuvo de gira también con Rafael Farina, Emilio El Moro y Antonio Molina y, a veces, iban Chocolate y Naranjito de Triana.

Era un amante de su pueblo. Muchos recuerdan un vídeo cantándole a Santa Ana delante de la ermita, recientemente repuesto en Televisión Española. Siempre que podía venía a Torredelcampo y le encantaba acudir a la peña que lleva su nombre y al festival que también lo lleva y que, por cierto, se celebra mañana. Fue el artista que rescató y dio valor a los cantes campesinos como la temporera o gañana, como se conoce en Torredelcampo; cantes de la siega o de la trilla que grabó con Hispavox y los fijó en el repertorio flamenco, dándole su sitio y otorgándoles valor y su sello artístico.

En su extensa producción quedan para la historia sus fandangos valderrameros, algunos de ellos dedicados a Torredelcampo, o su mítica Primera Comunión y El emigrante —que cobra de nuevo ahora de actualidad ante la salida masiva, sobre todo, de nuestros jóvenes—. Una vez en Buenos Aires, a un estudiante torrecampeño se le puso a llorar un taxista emigrante cuando le dijo que era del pueblo de Juanito Valderrama. Lloraba de emoción por los recuerdos que le traía esa canción ya que llevaba casi cinco décadas de su vida en Argentina. Era, en definitiva, un artista del pueblo.

A pesar de esos temas tan conocidos y de ser un símbolo de la canción, hay que destacar sus grabaciones flamencas, porque él era un cantaor flamenco, por derecho, que grabó todos los estilos, conocedor de todo el repertorio del arte jondo, algo que pocos artistas han podido o se han atrevido a hacer. Lo cantó todo bien y, lo más importante, sabiendo lo que cantaba: conocía todos los estilos de seguiriyas; bordaba los tarantos, las malagueñas. Maestro de los cantes hispanoamericanos, que algunos conocen como de ida y vuelta. Grabó con Sabicas en 1935, cuando solo tenía 19 años.

Así que, con la voz que tenía y una afinación envidiable, es uno de los artistas más grandes que ha dado la provincia y todo el arte flamenco.

Y siguiendo su vida y sus afanes estuvo Diario JAÉN, por supuesto. La primera noticia sobre nuestro cantaor se escribe en 1942. El primer titular de relieve, en 1944. En 1945, dio cuenta el diario de su nuevo espectáculo musicado por el maestro Torroba. Su primer homenaje en Torredelcamo en 1949. En una entrevista publicada en 1950, desde Tetuán, decía: “Profeso un gran cariño a mi pueblo, a la capital y a toda la provincia”. Un año más tarde, en otra entrevista, apuntaba la tendencia de la época: “El arte folclórico es una cosa popular arraigada en el alma del pueblo, que lógicamente no puede desaparecer”. Y algo más: “Se ha creado un género chico, del tipo del sainete, nacido del cante andaluz, algo que antes no era y que despunta hoy un interés extraordinario en los públicos”.

En 1960 propugna crear una escuela del cante y la grabación de una antología del mismo.

En 1994 recibe un homenaje multitudinario en la Plaza de toros de Jaén por sus 60 años en la canción española.

En el año 2000 recibe el premio Jiennenses del Año, que promueve y organiza este periódico y elige un jurado popular, como saben ustedes. En 2003 el rey Juan Carlos le impone la Medalla de las Bellas artes. En abril de 2004, Torredelcampo le da su último adiós.

Quiso que lo enterraran en su pueblo donde tiene un precioso mausoleo con un magnífico epitafio: “En mi tumba no se llora / aquí se canta y se ríe / desde la noche a la aurora”. “En mi último viaje / en el último trayecto / quiero llevar de equipaje / el hombre que llevo puesto”.