Tal día como hoy, un Viernes de Dolores, comencé a trabajar en Diario JAÉN. Las primeras noticias que escribí fueron las crónicas de aquella Semana Santa de 1999, en las que me pateé la ciudad como un penitente sin traje de estatutos ni cirio, pero con cuaderno y bolígrafo en mano, en busca de los detalles con los que hilvanar los textos de un joven periodista, al que le habían dado una oportunidad en el medio de comunicación más importante de su provincia, en una profesión en la que desde luego no abundaban esas oportunidades. Tampoco falté a la Madrugada, esa cita anual vestida de riguroso luto, pero marcada como fiesta de las fiestas en el calendario cofrade, porque es el día en que Jaén se reencuentra en las calles con su Señor cuando el Viernes Santo afronta sus primeras horas, camino del culmen de la celebración de la Pasión. Entonces lo viví con el sentimiento de un joven plumilla jiennense que buscaba la palabra exacta para definir algo que, por mucho que se intente, es más de sentir que de contar.
Hoy, 17 años después, vuelvo a asumir el reto de hablar de Él, del Nazareno jiennense, en este sencillo homenaje que le tributa Diario JAÉN, con motivo de su 75 aniversario, que está a las puertas de cumplir. Fácil y complejo a la vez para alguien como yo, nacido a la sombra del cerro de Santa Catalina, porque no me sería posible hacer de esta intervención un texto enciclopédico, muy bien documentado, con datos y fechas bien contrastados, pero carente de sentimiento, de alma. Posiblemente debería ser objetivo, tomar distancia, un ejercicio al que, por propia vocación periodística, estoy acostumbrado; pero, tratándose del Nazareno de los Descalzos, ni debo ni quiero serlo; quiero ser subjetivo porque así me lo dicta el ADN en el que llevo impregnado el haber venido al mundo en esta “bella ciudad de luz”. Tampoco debería correr el peligro de dejarme llevar solo por el corazón y obviar la larguísima historia de una cofradía señera y de su titular. Por ello, intentaré que en estas palabras se entreveren cabeza y corazón. Es un encargo que acometo con humildad, pero de una manera muy especial por mi doble condición de creyente y, por supuesto, de jiennense militante.
La devoción a Nuestro Padre Jesús Nazareno es, sin la menor duda, una de las principales expresiones de fe popular de la provincia jiennense. Junto con la patrona de la Diócesis, Nuestra Señora de la Cabeza, la Virgen pequeña y morena que habita en la Sierra de Andújar, es capaz de canalizar el sentimiento religioso popular, heredado generación tras generación, con una importantísima raigambre entre los jiennenses. Aunque no es posible datar con certeza documental el nacimiento de la devoción a Jesús Nazareno en esta tierra, se toma como referencia el año 1588, fecha de fundación del convento de San José de los Padres Carmelitas Descalzos, entre cuyas paredes ahora felizmente nos encontramos. La orden carmelita profesaba especial devoción a la advocación de Jesús Nazareno, por lo que no es de extrañar que fueran aquellos los que lo promovieran.
Al origen de la venerada imagen tampoco puede atribuírsele ni fecha, ni autor, por la ausencia de documentación que lo refrende. Los investigadores no han logrado, por tanto, desvelar la incógnita de cuáles fueron las manos que tallaron a este Jesús camino del Gólgota cuyo cuerpo menudo y su mirada serena son capaces de conmover el alma de quien se enfrenta cara a cara a la imagen. Tal vez Sebastián de Solís, tal vez Salvador de Cuéllar, o posiblemente de la escuela granadina... lo cierto y verdad es que se trata de una talla anónima de finales del siglo XVI. A pesar de ello, a los jiennenses nos gusta recrearnos en la leyenda, que impregna de un halo milagroso el origen de tan venerada imagen, por más que la aparición de la propia leyenda no vaya más allá del siglo XIX y de que no posea, como así parece, el más mínimo fundamento histórico.
Este relato, entre los más arraigados de la memoria legendaria jiennense, tiene como marco la conocida como Casería de Jesús, ubicada a las afueras de la capital, próxima al Puente de la Sierra. Cuenta que cierto atardecer llegó a la casería un anciano peregrino que solicitó hospedaje para pasar la noche. Acogido amablemente por los caseros, al entrar en la casería observó un grueso tronco en la lonja y exclamó: “¡Qué buen Jesús se haría con él!”. Tras acordarlo con los caseros, se ofreció a tallar una imagen a condición de que no lo molestasen mientras trabajaba. Al día siguiente, al observar que el anciano no salía de la habitación, ni se escuchaba ruido alguno en el interior, los caseros forzaron la puerta y encontraron la imagen de Nuestro Padre Jesús, advirtiendo el parecido con el anciano.
Algunos ven en la leyenda el origen del sobrenombre de “El Abuelo”, calificativo que surge, como la propia leyenda, a finales del siglo XIX, y que no siempre ha sido visto con buenos ojos, pero que ha calado profundamente en el pueblo llano. ¿Qué malo debe haber en dirigirse así a la imagen, siempre que sea con el máximo respeto? ¿Acaso no es Nuestro Padre Jesús el Abuelo de Jaén, que consigue generar en torno a él la unanimidad de creyentes y no creyentes, de gentes de dispar forma de pensamiento? ¿No es acaso la imagen del Nazareno capaz de canalizar las peticiones y anhelos de todo un pueblo como el que recurre a su patriarca implorando ayuda? Qué bonito, en cualquier caso, dirigirse al Hijo de Dios con tal apelativo que tanto evoca en nuestra memoria como el amor de un nieto por su abuelo y el de un abuelo por su nieto. Sobre todo en estos tiempos en los que parece que se nos pretende hacer creer que solo es válido lo que evoca a la juventud. Llamar a Nuestro Padre Jesús “El Abuelo” no debería entenderse como una vulgaridad, sino como un acto más del inmenso amor que esta tierra y sus gentes siempre le han profesado. Él es... El Abuelo de Jaén.
Los jiennenses de hoy y los que nos precedieron siempre recurrimos a Él en los momentos de mayor dificultad: cuando la enfermedad azotaba a sus habitantes de la ciudad, en los tiempos de dura sequía que amenazaba las cosechas, cuando se imploraba el fin de cualquier mal... Eso como pueblo. Pero, ¿cuántas peticiones y promesas de manera personal llevadas ante su altar con la esperanza cierta de hacer más llevaderas las dificultades que pone la vida, las cruces del día a día? Así se refleja inscrito en la Cruz que la Marquesa de Blancohermoso le regaló en el siglo XIX, con una estrofa del poeta Almendros Aguilar:
“... Todas las cruces son flores/ si las sabemos llevar. / Si os agobian, soportadlas / que Jesús os sostendrá...”.
Todos tenemos cruces... Cruces personales, familiares, laborales... Pero Él es nuestro Cirineo, el Cirineo de los jiennenses, en el que encuentran alivio ante la dificultad, ante el que se presenta cada uno como es, despojados de profesiones, cargos o clase social. Él es consuelo de los sufren, calma para los que lloran. Él es... el Varón de Dolores de Jaén.
Decir “El Abuelo” es decir Jaén. Si existiera un alambique que permitiera destilar la esencia del ser jiennense, seguro que entre esas gotas estaría presente el sentimiento hacia el Nazareno de los Descalzos. No es patrón oficial de la ciudad, pero sí oficioso por devoción y cariño. Entre las distinciones otorgadas, las llaves de la capital, el escudo de Jaén, las espigas entregadas por los labradores jiennenses o la Medalla de Oro de la ciudad, máxima condecoración prevista en el reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Jaén.
Pero, sin duda, la principal distinción que tiene es la del amor incondicional de un pueblo que se rinde ante la imagen, que lo mece cada madrugada de Viernes Santo, que le lanza vivas y pétalos de las primeras flores de la primavera, que se ve incapaz de contener las lágrimas cuando lo contempla con la cruz a cuestas bendiciendo sus calles cuando se encamina hacia la muerte. Al igual que ocurre en la marcha que compuso el maestro Emilio Cebrián, en la que el Himno de la ciudad –también compuesto por él- se funde a la perfección, Jaén y Jesús se unen en un abrazo eterno... Él es el Señor de Jaén.
Es la Madrugada del Viernes Santo un momento único. El tiempo parece detenerse en la capital mientras Jesús está en la calle. Cualquier rincón del recorrido es bueno para emocionarse con el lento y característico caminar del Nazareno. Hombros de jiennenses lo mecen, lo miman como solo ellos saben hacerlo, sin espectáculos, ni modas foráneas, pero con mucho sentimiento, como lo hicieron quienes los precedieron en otros tiempos y en otro Jaén. Pero él sigue ahí, junto a su pueblo. Y Jaén le llora, como hicieron las mujeres de Jerusalén.
Y también le canta. Como decía la saeta: “Mira si verán mis ojos/ a Nuestro Padre Jesús/ que hasta cuando estoy durmiendo/ lo están viendo con la cruz.” O aquella otra que decía “Padre Jesús Nazareno/ mira si es grande mi amor,/ que por dar luz a tus ojos/ me crucificara yo...”. Jesús es Jaén y su huella está en el arte, en la poesía, en la pintura... Allá donde haya un jiennense, está la huella del Nuestro Padre Jesús. Y en la memoria de las calles aún resuenan los ecos de las voces rajadas de Rosario López, nuestra Chari, y de Canalejas y otros tantos....
Este Camarín es el cofre que atesora la joya de Jaén. Al fin está en su casa. La historia ha querido que los jiennenses contemporáneos hayamos podido contemplar como una realidad lo que otros soñaron. Pero su pueblo lo siguió en sus distintos hogares temporales, como La Merced, El Sagrario y la Catedral. Lo siguió y continuará siguiéndolo. Otros vendrán después de nosotros y continuarán meciéndolo cada amanecer del Viernes Santo, le rogarán, le rezarán, le cantarán y le llorarán... Nosotros no estaremos ya, pero Él seguirá junto a su pueblo, ayudándole a llevar las pesadas cruces de cada día, consolándolo, dando esperanza a los que la pierdan, escuchando sus peticiones.
Él es y será por siempre El Abuelo, nuestro Abuelo... el eterno Señor de Jaén.
No podría terminar estas palabras sin sumarme a las voces de los que me precedieron y a todas las que están por venir y decir, con voz jiennense emocionada:
¡Viva Nuestro Padre Jesús!
¡Viva El Abuelo!