Una cascada indomable
La Cimbarra es un reclamo único de un pueblo que vive ligado a la naturaleza




Los colonos de Carlos III tuvieron que flipar cuando llegaron a esta estupenda dehesa. Solo por una cascada como la de La Cimbarra merecería la pena echar raíces en este pueblo de Sierra Morena. Pero su bella estampa natural tiene el reverso propio de la naturaleza, su dureza, las dificultades que conlleva vivir en un entorno tan privilegiado como adverso. No fue fácil para aquellos “repobladores” del siglo XVIII intentar domar parajes y adaptarse al ritmo de las estaciones, tampoco lo es ahora. De aquellos queda un árbol genealógico trufado de apellidos centroeuropeos (Fetter, Wizner, Font o Zulat) y unos ojos claros que se acostumbraron al sol de Andalucía.
El casi centenar de curvas que se necesita sortear hasta coronar Aldeaquemada, desde la salida de la Autovía A-4, es una manera de adaptarse paulatinamente a otro ritmo de vida. El que marca el cuidado del ganado, la producción de madera o de corcho y la atención propia de una tierra fecunda a su manera. El escaso medio millar de habitantes de esta orgullosa población están, por lo tanto, ligados a unos recursos naturales únicos. El interés minero de antaño se desdibujó en el paisaje, pero no uno pegado también a su historia: el aprovechamiento de la caza. Su importancia cinegética ya la dibujaron los primeros pobladores en las cuevas y abrigos rocosos. Esas pinturas rupestres están catalogadas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad y como si sus pobladores actuales siguieran sus designios, la carne de caza de esta tierra es hoy industria. ArteMonte envasa conservas de carne de venados, jabalíes, gamos. Al principio, la producción se destinaba, en gran parte y curiosamente, a esos países que repoblaron esta tierra. Hoy, el mercado español pelea en igualdad por estas suculentas delicias. La madera es una de las industrias potentes y ahora se abre una pequeña ventana para que, por ejemplo, alguna de estas mujeres de la Asociación Luna entre en el vivero de setas que abrirá en breve el Ayuntamiento. El turismo es una realidad, pero proyectos públicos como el de la finca de Navalacedra ofertarán experiencias únicas a lomos de caballos para disfrutar, por ejemplo, de la berrea. Ojalá estos colonos ocasionales, que inmortalizan la cascada a golpe de móvil, aporten solo un poco de lo que dejaron aquellos.