Pétalos y promesas al paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno en Arbuniel
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El calor caía a plomo sobre la Plaza de España de Arbuniel, pero nada detenía a los vecinos, que pasadas las once y media de la mañana comenzaban a llenar el corazón del pueblo con pasos decididos y mirada emocionada. No había sombra suficiente, pero sí fe de sobra. A las doce del mediodía ya estaba todo preparado en la Parroquia de San Juan Bautista: el templo a rebosar, el silencio roto por cánticos, plegarias y el murmullo de los momentos grandes.
Tras la misa, cuando se apagaron las últimas voces en el interior del templo, se abrieron de par en par las puertas de la iglesia y el pueblo entero estalló. Palmas, vítores y lágrimas. Afuera esperaba la banda, la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús Nazareno de Arbuniel, que se arrancó con los primeros compases mientras la imagen asomaba con solemnidad. El trono cruzó el umbral rodeado de incienso y muchos vecinos.
Durante el recorrido, desde más de una decena de balcones volaron flores, lanzadas con la devoción de quienes han crecido mirando a los ojos de ese Nazareno. Los anderos, ocho valientes que se turnaban con respeto, acercaban la imagen a cada rincón, para que los vecinos pudieran ofrecerle su cariño desde cerca. La emoción se apoderaba de cada calle.
Detrás caminaban el sacerdote, algunos responsables municipales, el rey y la reina de la guapura de Arbuniel, un Guardia Civil y representantes de varias cofradías. Pero en el rostro del capataz, el Hermano Mayor, Cristóbal Espinosa, había algo más. Este año la procesión pesaba diferente. Desde 2012 ha caminado junto a su padre en cada procesión, en cada paso. Pero este mayo su ausencia se hace presente. Aún reciente, el duelo se mezcló con la promesa silenciosa de seguir adelante. Siempre con la misma fe. Con la misma devoción.
No sólo estuvieron presentes en el recorrido quienes viven en Arbuniel todo el año. Volvieron los que un día se marcharon, llegaron los que tienen raíces en la provincia. Todos querían estar. La procesión culminó con la vuelta al templo, con una plaza repleta de gente, y con la marcha La saeta. Los anderos levantaron los brazos y mecieron al Nazareno entre aplausos. Fue la despedida, pero también el inicio de una espera.