Máxima entrega y fervor en La Guardia de Jaén
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A las ocho y media de la tarde, las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción rompieron el silencio de agosto, llamando a los fieles y anunciando la salida de la Divina Pastora. El sol ya había dejado de caer con fuerza, y en las calles principales numerosos paraguas de colores, tendidos de balcón a balcón, dibujaban sombras alegres sobre el empedrado. La imagen, coronada con su característico sombrero y rodeada de flores amarillas y blancas, avanzó sobre el paso con un andar solemne. En las esquinas y durante las pausas, se escucharon varios “¡Viva la Divina Pastora!” que resonaban entre las fachadas encaladas, provocando aplausos espontáneos. El cortejo subió lentamente por inclinadas y sinuosas vías hacia la plaza de la Constitución. En las calles más estrechas, manos anónimas lanzaron pétalos desde las ventanas, que cayeron suavemente sobre la Virgen, alfombrando de colores su recorrido. Al llegar a la plaza, el párroco saludó a los fieles que allí esperaban a la virgen en señal de agradecimiento, mientras el calor del verano se atenuaba con el frescor que traía la primera brisa de la noche.
En la bajada de regreso, los costaleros mecieron el paso con cadencia, y el público se abría a su paso, dejando libre un corredor de luces y sombras bajo los paraguas colgantes. Nuevos vivas acompañaron los últimos metros, hasta que, a las nueve y media, la Divina Pastora cruzó de nuevo el umbral de la Asunción. Todo el cortejo rodeó a la imagen y la banda de música le dedicó las últimas marchas en forma de despedida, hasta el año que viene. El himno nacional de España volvió a sonar para marcar el final del viaje y el inicio de las celebraciones que ya se preparaban en todos los rincones del municipio. Las campanas repicaron una vez más y un aplauso prolongado cerró la procesión. Nuevos vivas se escucharon a su entrada, que los costaleros ejecutaron con avidez, sacando la fuerza de las pocas reservas que podían tener en sus brazos. Con la Virgen ya en su altar, muchos vecinos desfilaron de nuevo hacia la plaza, conversando y recordando una tarde en la que la fe y el color llenaron de vida las calles de La Guardia.
“La experiencia es muy buena. Los habitantes de La Guardia le tienen mucha devoción a la Divina Pastora y para mí es un orgullo estar aquí”, afirmó Miguel Ángel Solas. María Araque confiesa que siempre estuvo vinculada a la procesión, ya que su familia proviene de pastores: “Lo vivimos con mucho fervor dentro de este municipio”. “Tengo mucha devoción porque mis padres eran del campo y trajeron a la virgen hace muchos años a La Guardia. La vemos todos los años”, compartió Maruja Vilches. David Pérez fue con su novia a tocar en la Banda de Música y a estar con ella mientras se realizaba el acto procesional. “Es una procesión peculiar, porque aunque no sea la patrona tiene una larga tradición. Todos los vecinos la celebramos con mucho entusiasmo”, profesó Juan Murillo.