La Virgen de Fátima procesiona a la luz del atardecer estival en Ceal
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La aldea de Ceal, en el término municipal de Huesa, vivió ayer sábado una de sus jornadas más esperadas del año: la fiesta en honor a la Virgen de Fátima. A las 19:30 horas dio comienzo la solemne misa, oficiada en el exterior de la Ermita, donde los fieles se reunieron para rendir homenaje a su patrona. El párroco local ofició la liturgia con cercanía bajo un gran olmo viejo que cobijaba a la imagen. Al término de la eucaristía, la Virgen salió a la calle entre vítores y aplausos. Engalanada con flores blancas y rosas, la Virgen de Fátima fue llevada en andas por los vecinos, que avanzaron con paso firme por las estrechas calles de la aldea, con empinadas pendientes y caminos de tierra. El cortejo contó con el acompañamiento musical de la banda de la Asociación Musical Amihuesa, que interpretó marchas procesionales durante todo el recorrido. Sus notas solemnes dieron un aire de recogimiento y emoción, y fueron seguidas con respeto por los asistentes, que rompían el silencio con rezos y cantos marianos.
Durante la procesión, la mayoría de los mayores acompañaron a la Virgen junto a los más jóvenes, y todos disfrutaron de una jornada que dejó estampas de gran simbolismo. La devoción se palpó en cada rincón, con vítores y cánticos marianos que se iban sucediendo al paso de la Virgen. El cortejo concluyó en la ermita de la Virgen de Fátima, donde la imagen fue recibida con un último estallido de aplausos y una interpretación final de la banda. Pasadas las nueve de la noche, la patrona quedó de nuevo entronizada en su altar, cerrando así una tarde estival marcada por la fe, la música y la unión de todo el pueblo en torno a su Madre protectora. Más allá de lo religioso, la procesión se convirtió también en un reencuentro vecinal. Muchos hijos del pueblo que residen fuera, la mayoría de ellos en Elche, regresaron para compartir esta celebración, reforzando la identidad común y el sentimiento de pertenencia. Calles y plazas se llenaron de abrazos, conversaciones y recuerdos, en un ambiente que combinó lo festivo con lo espiritual y que reforzó una identidad común.
“Nací aquí, justo en la casa que tengo detrás. Me fui a Elche a los 9 años, pero vengo siempre en Navidad y en verano. Mis hijos y nietos también”, afirmó Encarnación Molina. Policarpo Palomeque vivió en Ceal hasta los 12 años, en la escuela, sigue viniendo a la casa de sus padres, lo que considera “la raíz de la familia”. “Nací en Úbeda pero pasé toda la infancia aquí. La fiesta por la Virgen de Fátima es, para mí, la mejor que existe. Aquí somos todos amigos”, dijo Bernardo Molina. Lorena López nació en Elche pero viene todos los años a ver a la Virgen de Fátima: “Es un momento de reencuentros y los jóvenes haremos que siga siendo así”. “Vengo todos los años con mi familia y mis nietos. La procesión es una ocasión para cantar a mi marido y a mi hijo, que están ya en el cielo”, mencionó Ramona Escudero.