La heredera oscense de la “gracia” del Santo Manuel
Tiene vídeos del siglo pasado en los que se ve cómo una mujer en silla de ruedas consigue moverse. Guarda auténticas manifestaciones de fe hacia unas manos que siente que no son suyas y que, cuando tocan a alguien que no está bien, esa persona mejora y, si la enfermedad es irremediable, siente una paz inmensa para cruzar hacia la otra vida. Su nombre es María Ángeles Romero Jiménez, una mujer nacida en Huéscar y con residencia en Madrid, que asegura que lleva más de cuarenta años con la “gracia” del Santo Manuel, un vecino de Los Chopos, aldea de Castillo de Locubín, recordado como un sanador del cuerpo y del alma.
Tiene un cuidado altar en la humilde calle madrileña de Villacarrillo, una vivienda que construyó su padre gracias a una donación que hizo una marquesa para erradicar el chabolismo que había en “El Pozo” en los años de posguerra. “Me vine con mi padre, mis cuatro hermanos y mis abuelos paternos a buscarnos la vida y vivimos en una chabola hasta que conseguimos terminar esta casa”, recuerda. El próximo 9 de agosto cumplirá 86 años y los únicos viajes que ha hecho en su vida han sido a Jaén, en concreto, a la casa del Santo Manuel, donde tuvo el privilegio de entrar, porque de todos es conocido en la Sierra Sur que “El Señor”, como también se le conoce, era excesivamente reservado y sólo se podía ver en la puerta de su hogar, convertida en un lugar de plegarias y rezos cuarenta años después de su fallecimiento —murió el 14 de octubre de 1983—.
Casada con Francisco García Ponce y madre de tres hijos, María Romero es muy conocida dentro y fuera del barrio en el que reside, donde comenzó cosiendo fajas antes de ponerse a trabajar como limpiadora de casas particulares. ¿Cómo conoció al Santo Manuel? Gracias a Antonio “El Bonico”, un vecino de Castillo de Locubín, taxista de profesión, que llevaba y traía a gente de “El Pozo” para que pudieran visitar al santero. “Recuero que conseguí ahorrar mil pesetas y se las di a mi madre para que fuera con mi padre, que tenía un cáncer en la próstata. El Señor lo operó allí mismo y lo curó, porque mi padre no murió de eso”, subraya.
Días después, viajó ella con su hijo, de once años, quien sufría fuertes dolores de cabeza y temía que tuviera algo después de aquel episodio en el que, cuando era un bebé, se le cayó a su hermana de los brazos y “se rompió la cabeza en cuatro trozos”. Subraya: “Fue un milagro”. Y agrega: “Cuando volvimos de Los Chopos, mi niño me dijo que seguiría ahorrando para poder regresar”. María Romero cuenta que, en esa visita, llevaba mal la garganta. “Había ido a cuatro médicos y no había mejora. Cuando ‘El Señor’ me recibió, yo llevaba un pañuelo en el cuello, me lo quitó, se lo lió en la mano, me lo puso en la cabeza y me dijo que con eso llegaría a Madrid. Ya no me dolió más. Luego me enteré que lo que tenía era malo”, rememora con emoción.
Recuerdos
Tiene en la memoria tantas historias... A partir de ese momento, siempre que tuvo oportunidad, buscaba consejo en el Santo Manuel: “Una vez nos quisieron desalojar de nuestra casa, que está aquí al lado, y nos fuimos mi marido yo en un correo hasta Alcaudete y en otro hasta Los Chopos. ‘El Señor’ le dijo a un sobrino que me diera 500 pesetas y esa fue la primera limosna que recibí. Me recomendó que sacara lo que pudiera de mi casa y al día siguiente me fui a buscar trabajo por la calle Serrano, por Atocha, el Paseo de la Habana, El Prado...”. Ya no paró de limpiar. “Trabajé con Cristina García Ramos veinte años, con el general Monzón, con el médico de Franco, con Diego Carcedo, y he limpiado pisos de prostitutas. El Señor me animó a seguir trabajando para sacarme el carné de conducir y comprar un coche, porque iba todo el día cargada con sábanas de hilo recién lavadas. Me compré uno de segunda mano y, cuando me dijo que me compraba otro, así lo hice. No conozco otra cosa, los únicos viajes que he hecho en mi vida han sido a Los Chopos”, relata.
Después de “El Bonico”, dice que otro sobrino del santero de la Sierra Sur cobraba tres mil pesetas por llevar y traer a gente desde Madrid. “Yo, cuando iba, sólo le besaba las manos y los pies”. El 28 de agosto de 1983 dice que tuvo la primera señal de su muerte: “Mi marido y mi cuñado construyeron la habitación en la que murió y me dijo que me fuera con ellos, que un día de vida es vida, pero no pude ir. El 14 de octubre, estaba raso, se formó una nube en el cielo de Madrid y lo vi. A las pocas horas me llegó la noticia de su fallecimiento”. “’El Señor’ ha sufrido mucho, su familia no sabe lo que tenían allí. Jamás en la vida ha pedido nada, como mis manos, que no se han manchado ni con un céntimo”, dice.
La llamada
María Romero asegura que, sin saberlo, empezó a sanar a la gente con sus manos: “He llegado a las diez de la noche de trabajar y me he encontrado la casa llena de gente para que se las pusiera. Hasta a los médicos que me operaron de las dos rodillas se las puse. También a Rocío Dúrcal, que no llegó a venir, pero vino Shaila y se llevó pan bendecido. Luego me llamó por teléfono, vino a por mí y fui con una amiga a su casa. Cuando la vi, le puse las manos a Shaila y la tiró ‘El Señor’ al suelo. Es una fuerza que no es mía. También a Junior y a Rocío. A los quince días, fui de nuevo a verla de nuevo y le dejé una foto de mis manos para que, cuando estuviera mal, se las pusieran. Mis manos les ayudaron a terminar de agonizar y morir en paz”.
Afirma que su intención es “ayudar a los demás”. Señala: “Una noche mi marido dice que hablé en nombre de ‘El Señor’ y, por la mañana, me anunció que tenía que poner mis manos”. “Empecé a hacerlo en el Paseo de la Habana, en un apartamento de prostitutas, donde he trabajado como una burra limpiando. Había una que tenía un hijo mal, vino a mi casa y le traté, porque yo he tratado con toda clase social. Cuando he visto una necesidad, ahí estoy... Hoy mismo, a dos dentistas, sin conocerlas, les he arreglado la espaldas. Yo no soy curandera ni vidente, sino que ‘El Señor’ me lleva”.
Todos los jueves se reza el rosario en su casa de la calle Villacarrillo, donde se concentran un reguero de fieles, movidos por una fe por el Santo Manuel a través de las manos de María Romero. “Él sabía todo”, insiste una y otra vez. “Nunca he sentido miedo, sino alegría. Me ha ayudado mucho y ahora ayudo yo a la gente”. Asegura que varios medios de comunicación quisieron contar su historia y, sin embargo, señala que siempre ha surgido un problema. “Con vosotros será distinto, porque siento que es importante que sepa todo lo que hace ‘El Señor’”, manifiesta. Y repite hasta la saciedad: “Siento que las manos no son mías, sino las de ‘El Señor’”.