Después de dos años con el “bozal” había ganas de fiesta. Y qué mejor sinónimo de fiesta que las verbenas, en pueblos y ciudades, como fórmulas para canalizar la alegría colectiva. Así que las verbenas han vuelto y de qué manera. Salen hasta debajo de las piedras. En este año (uno más) de penas económicas y precios por las nubes, las verbenas son una válvula de escape y más cuando el otoño es un horizonte oscuro tirando a negro. Así que no solo es que con la “nueva normalidad” se hayan recuperado las verbenas que había allá por 2019, sino que han surgido otras nuevas. No hay pueblo o aldea que se precie, aunque sea parte de la España vaciada y en solo vivan allí cuatro gatos mal contados, que no tenga orquestas, dúos o tríos sobre el escenario. Vecinos y visitantes disfrutan de unos formatos aptos prácticamente para todos los públicos. Que no decaiga la fiesta por mal dadas que vengan.
La larga travesía del desierto
Pero regresar a este júbilo colectivo no ha salido gratis, ni mucho menos. Por el camino ha habido dos años para olvidar, en las que juntarse en una verbena era prácticamente un crimen. Se ve que el virus tenía querencia por la música. Las pocas fiestas que había enmudecieron. En ese tortuoso camino de espinas muchas ilusiones se quedaron por el canuto. Los artífices de las verbenas las pasaron, literalmente, canutas. Fueron parias entre los parias. Para muchos, que no estaban dados de alta como artistas, ni había ayudas públicas ni se esperaban. Se sintieron desvalidos después de temporadas y temporadas de sacrificios con miles de kilómetros en el cuerpo. Así es que entre un 15% y un 20% de las orquestas desaparecieron. Jaén no escapó a esa sangría injusta y despiadada. Algunas tan sonadas como la recordada Zodiako. En esa travesía del desierto hubo que apretarse el cinturón, tirar de ahorros, de amigos, de familiares... Siempre viviendo al límite. Y qué decir de quienes estaban entrampados después de invertir para mejorar sus actuaciones para dar al respetable el espectáculo que merecía. La luz no se veía al final de tan largo túnel, en un mal sueño, desagradable pero muy real. Pero como dicen que no hay mal, ni bien, que cien años dure, al final llegó la primavera y de qué manera.
Ritmos que mueven el cuerpo de la economía
Las verbenas suponen más de lo que parece. Detrás de esas actuaciones que llenan de color y ambienten las fiestas hay más que un espectáculo, de mejor o peor calidad, que mete en mitad de un pueblo o de aldea canciones pegadizas. Las verbenas suponen, más allá de la inyección de moral y alegría de mover cuerpos humanos, mover el cuerpo de la economía. Solo en la provincia de Jaén más de doscientas personas (con sus sueldos, sus impuestos pagados y sus cotizaciones sociales) viven directamente de las verbenas gracias a orquestas, dúos y tríos. Son profesionales que tienen una misión específica, por ejemplo, cantante, bailarín o técnico de sonido o que, en los casos de los conjuntos más humildes, son como el hombre orquesta que tienen que encargarse de todo. Las verbenas, con su capacidad de atracción de visitantes, mueven el comercio, la hostelería y incluso la construcción, pues los pueblos se ponen guapos para ellas. El cálculo del sector es que la inversión que hace un ayuntamiento para una verbena revierte el doble en ingresos. Claro que las verbenas también tienen su lado oscuro, la del intrusismo, la de piratas sin dar de alta que actuar a precios tirados, propiciados por administraciones que, con triquiñuelas, hacen la vista gorda y los contratan. Sigan, sigan, el árbitro no vio nada.
Tú a Jaén, yo a Cáceres
El mundo de las verbenas no está regido precisamente por la racionalidad. No se conocen conceptos como sostenibilidad o economía de kilómetro cero. Se da la paradoja, triste pero real, de que orquestas de fuera hacen su agosto en los pueblos y ciudades de Jaén, mientras que las de aquí tienen que hacer cientos de kilómetros para actuar en el quinto pino, Cáceres pongamos por caso. Hay resquemor en el sector jiennense de las verbenas por esta situación tan absurda, por este no apostar por lo propio, que obliga a los profesionales a meterse auténticas palizas por carretera para ir de bolo en bolo. De bolo a bolo y tiro porque me toca. Así no hay Dios que pueda organizarse una gira mínimamente coherente, pues es ir de salto en salto, con mucha carretera y mucho cansancio en los cuerpos. ¿A qué se debe tamaño dislate? El sector lo tiene claro, a los intermediarios. Está claro que funciona la ley del libre mercado y que cualquier orquesta de España tiene el mismo derecho a actuar en la provincia que una jiennense en hacerlo en cualquier otro punto del país, pero es un modelo sin pies ni cabeza y en él la huella de carbono no es precisamente igual a cero.
Más que “Paquito el Chocolatero”
A muchos la palabra verbena le trae a la cabeza algo “viejuno” de gente mayor a la que gustar bailar “agarrado”. Nada más lejos de eso, las verbenas ya no son solo “Paquito el Chocolatero”. El sector se ha profesionalizado, y mucho, gracias a las inversiones en compra de equipos y medios para los espectáculos y en contrataciones de gentes con valía. No en vano se estima que los precios han subido en torno al 15% para sufragar mejoras, como el aumento de sueldo del personal. Sin embargo, el tsunami de la inflación engulle todo eso y mucho más, pues los costes no paran de subir, que si sueldos, que si electricidad, que si impuestos... que si carburante. Y con los contratos firmados ya no hay forma de modificarlos, así que los márgenes se reducen, y mucho. El reto actual de las orquestas pasa por captar a los jóvenes. Por eso los repertorios con cada vez más amplios e incluyen canciones de artistas tan actuales como Bad Bunny. Es brindar a la juventud la posibilidad de que escuche en vivo y en directo la música que suele oír enlatada en el botellón o en otros lugares. Todo un lujo para los sentidos. ¿Cómo conquistar a esos jóvenes antaño tan reacios y despegados? Con montajes atractivos, con sonido de calidad, con puestas en escenas novedosas, con una conexión directa, cercana y cómplice con el público. En definitiva, con profesionalidad. Y eso cuesta dinero.
Una industria... de seis meses
Las verbenas son una industria, sí como suena. Eso sí, una industria que funciona solo durante seis meses al año, concretamente de abril a octubre. Suele empezarse por San Marcos, y, con el avance de la primavera coge carrerilla, hasta alcanzar velocidad de crucero en verano con la temporada alta. El fin suele llegar marcado por San Lucas y la Virgen del Rosario. No faltan casos de bolos aislados por Navidad o Carnaval. Son semanas de frenética actividad. En Jaén se vive lo que puede denominarse cultura de la verbena, hasta el punto de que en ocasiones pueden coincidir dos orquestas en un mismo escenario. La industria se muestra en pantallas, luces leds, furgonetas, camiones, incluso autobuses. Las nuevas tecnologías hacen que el sonido se escuche mejor que nunca y que los montajes sean auténticamente espectaculares. Desde la más pequeña aldea hasta la ciudad más populosa hay que dar al respetable lo que se merece y responder a la apuesta que han hecho el ayuntamiento o la administración de turno. Y es que cuanto más reducido es el lugar en el que se actúa más se convierte la presencia de los músicos y cantantes en un acontecimiento capaz de incrementar la población de golpe, aunque sea por unas horas.
El paraíso de la Caseta Benidorm
Quienes ya peinan canas, o directamente no peinan nada, recordarán un lugar mítico que llegaba cada mes de agosto con motivo de la feria de Linares. Era la inigualable Caseta Benidorm. Se vendía como “la mejor de España” y no era para menos. En su época dorada de los años 70 y 80, aparte de orquestas de postín, pasaron algunos de los mejores grupos y cantantes del panorama nacional. Por citar solo algunos nombres, trajo hasta la ciudad minera a Julio Iglesias, Raphael, Ana Belén y Víctor Manuel, Mecano, Gabinete Caligary, Serrat, Los Panchos, Camilo Sesto, Georgie Dann, Antonio Machín José Luis Perales, Los Chichos, Manolo Escobar, Isabel Pantoja, Rocío Dúrcal, la Orquesta Mondragón, Rocío Jurado e incluso el dúo Martes y Trece. Era un auténtico acontecimiento en el que el Complejo Benidorm tiraba la casa por la ventana para la que Linares, que se encontraba en su apogeo industrial y demográfico marcara la pauta, con ferias que llegaban a durar dos semanas y en las que se disfrutaba de la mejor gastronomía. Como no podía ser de otra manera, la caseta estaba de bote en bote. Tiempos de vino y rosas que ya no volverán, aunque siguen muy presentes en la memoria de quienes los vivieron.