La lucha sigue por rescatar el “tesoro” de una vivienda en la calle Calvario
El número 3 de la calle Calvario encierra un trozo importante de la historia de la ciudad convertido en una joya en bruto que, hasta ahora, nadie se atrevió a pulir. Luis Berges, en una carta publicada por este periódico el pasado día 12, rescata del olvido la relevancia que aguarda en su interior una humilde vivienda que, en realidad, lo es sólo en apariencia, porque oculta entre sus paredes hormigonadas un verdadero tesoro. “Aún sigo peleando por esta bendita ciudad en la que nací. Creo que me voy a tener que ir de este mundo sin conseguir mi propósito de dotar a Jaén de otro monumento del pasado casi de la misma categoría que el ya famoso Baños del Palacio de Villardompardo”, escribió textualmente. Su reivindicación, en la que no dejó en buen lugar ni al Ayuntamiento de la capital ni a la Diputación Provincial, hizo que los propietarios de la casa a la que alude el afamado arquitecto rompieran su silencio.
Son cinco hermanos los herederos de un hogar imposible de habitar en este momento. Se trata de María del Rocío, Juana, Rosario, Antonio Jesús y Cándida Muñoz López. Las hermanas Juana y Rosario se erigen en portavoces de una familia que lo único que quiere es que se preserve el patrimonio que hay en su interior. “Mi padre sabía perfectamente lo que teníamos, porque cada vez que hacíamos un movimiento salía una obra de arte”, expone una de ellas. “Lo que pasa es que le daba miedo a que la gente se enterara y nos lo expropiaran. Eran otros tiempos”, añade la otra. Hubo una ocasión en la que, incluso, llegaron a ofrecer a Romualdo Muñoz Mingorance, su padre, setenta millones de las antiguas pesetas, pero él no accedió a vender su “palacio”. Su madre le llegó a decir: “Más vale pájaro en mano”... Apostilla, en el relato de esta historia, Rosario Muñoz: “¡Qué listas somos las madres!”.
El caso es que, en el número 3 de la calle Calvario, hubo en el siglo XVIII un “hamman”, unos baños árabes que nada tienen que desmerecer a los que albergan el Palacio de Villardompardo y que, además, fueron en su días las carnicerías reales. El edificio, que hace esquina con la Plaza de los Caños y tiene 18 metros de profundidad, colinda con los Baños del Naranjo, cuyas obras, dice la familia, “no respetaron distancias” y, desde dentro, se pueden ver, con agujeros minúsculos, la rehabilitación realizada en la casa vecina. Los hermanos Muñoz López quieren vender su “tesoro” y que las administraciones con competencia en la materia lo pongan en valor y los jiennenses y visitantes puedan disfrutar de un patrimonio que consideran único. “Lo que no estamos dispuestos es a regalarlo, porque a mis padres les costó mucho trabajo conseguirlo”, apunta Juana. Están en conversaciones con el Ayuntamiento e invitan a los representantes políticos a que se adentren entre sus muros y descubran todo lo que está por descubrir.