Antonio Muñoz Molina: “Me gustaría pintar en lo que escribo el relato de lo vivido”

El escritor ubetense, único académico de la RAE que tiene Jaén, habla de pasado, presente y futuro con “El verano de Cervantes”
El escritor ubetense Antonio Muñoz Molina en su casa de Madrid. / Jason Moyano.
Manuela Rosa Jaenes

Hay personas, igual que los libros, de las que cuesta despedirse. Cerrar la puerta detrás del abrazo, más cercano cuando el acento es el mismo, supone un ejercicio de dificultad añadido una vez roto el hielo de la timidez y la desconfianza. La entrevista con Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) transcurre en su espacio más íntimo de Madrid, el hogar en el que encontró la inspiración para creaciones literarias universales. El único académico de la Real Academia Española (RAE) que tiene Jaén habla de pasado, presente y futuro con “El verano de Cervantes” como hilo conductor de una historia que es la suya.

—Dijo en una ocasión Max Aub que uno es de donde hace el Bachillerato. ¿Le gusta presumir de sus orígenes?

—Me gusta presumir de haber tenido la oportunidad de hacer lo que entonces era un Bachillerato Superior estupendo en el instituto San Juan de la Cruz de Úbeda. Eso me gusta, pero hay que tener mucho cuidado con presumir. Lo que sí me gusta es dar testimonio o contar lo que he vivido, la vida que yo he conocido y la de la gente trabajadora con la que me crié. Presumir, no.

—¿Cómo era la educación en la época franquista?

—Era muy variada. Yo estuve primero en la escuela primaria de la SAFA, con los Jesuitas, que hicieron en Úbeda una labor extraordinaria para dar educación a niños de familias trabajadoras y para crear unas escuelas profesionales en las que se aprendían oficios. Luego, el Bachillerato Elemental, que era entonces, que se hacía entre los diez y los catorce años, estuve en un colegio Salesianos del que guardo un recuerdo regular, que tuvo una ventaja, y es que me hicieron anticlerical y librepensador con catorce años. Para mí fue fundamental el instituto, porque por ahí, por primera vez, probé una educación pública de calidad. Además, había otra cosa, y es que estábamos juntos los chicos y las chicas, cosa que era rara. En ese Franquismo tardío podías tener una educación oscurantista y beata y, en el instituto, podías tener unos profesores de primera calidad, porque eran licenciados universitarios y porque muchos de ellos no tenían nada que ver con el Franquismo, casi todos jóvenes, muy bien preparados y para nada propagandistas del régimen. Eso yo siempre lo he pensado y lo digo: para mí la educación secundaria es más importante que la universitaria. Yo en el Bachillerato aprendí mucho más que en la Universidad. Eso fue una suerte.

—¿Quién le enseñó el camino hacia la literatura?

—Una gran parte, a esa edad, me lo enseñé yo solo, porque no tenía quién me guiara. Yo tenía mucha afición por leer, por ver películas, escuchar canciones y disfrutar de los tebeos y, en ese sentido, tengo que decir que me eduqué solo.

—¿Había ambiente de lectura en la casa en la que creció?

—No, había muchas historias, ambiente narrativo, pero no literario.

—¿A qué se refiere?

—La gente del campo eran personas que estaban contando siempre cosas, lo mismo chismes que historias de la guerra... Igual que cantaban en la aceituna. Tú tenías los oídos abiertos y te enterabas de mucho. Yo tuve la suerte de ir encontrando cosas, de tal forma que lo mismo leía un libro del Oeste que Don Quijote de la Mancha. Nadie me decía lo que tenía que leer, ni bueno ni malo. Así me fui educando. A través de amigos, te prestabas libros, pero no tuve grandes consejos. En el Bachillerato Superior sí tuve un buen profesor que me abrió los ojos a la Historia del Arte, una buena profesora de Historia, otro excelente de Griego y los de Latín, que era una pareja joven extraordinarios los dos. A esas edades no estás mucho por prestar atención. Puedo decir que me eduqué bastante solo.

“Jaén está muy relacionada con La Mancha y somos andaluces de una manera diferente, no hay que estar apegados a un modelo identitario”

—¿Le costó poder llegar a comer de esto?

—Estos trabajos son muy azarosos, dependen completamente del azar. Cuando empecé a publicar yo era funcionario del Ayuntamiento de Granada, auxiliar administrativo, y no tenía la esperanza de vivir de la literatura, sino de publicar libros y tener lectores. Tenía una idea de la literatura que es la misma que tengo ahora, con modelos en los que me fijaba. Lo que ocurrió es que mi segunda novela, “El invierno en Lisboa”, tuvo inesperadamente un gran éxito comercial. Era una época también en la que estaba naciendo un nuevo público, el de la democracia, en los años ochenta. Ahí, unos cuantos pudimos dar un paso de una manera muy tentativa, porque me acuerdo que yo no dejé el trabajo en el Ayuntamiento de golpe, porque tenía familia y mi mujer trabajaba como profesora. Primero pedí un permiso de seis meses y luego lo fui ampliando. Yo creo que las cosas, en este sentido, han ido a peor.

—¿Por qué?

—Porque un pilar fundamental en España para un escritor es la colaboración en los periódicos y, ahora, no pagan. Cuando comencé a publicar en Ideal de Granada cobraba regularmente, aunque era poco, pero al mes me daba casi como la tercera parte de mi sueldo. Luego empecé a colaborar en periódicos nacionales, en ABC y en El País. Era una época en la que los diarios en España tuvieron un ascenso que luego ha ido por otro camino, de tal forma que las cosas se han vuelto más precarias.

—¿Hay dignidad laboral y social para el escritor?

—Un escritor no puede plantearse como finalidad absoluta vivir de la literatura, porque no hay equivalencia entre la dedicación, la calidad y los resultados. Lo que hace falta es que, cuando se hace un trabajo, se tiene que pagar dignamente, pero no sólo el de escritor, sino el de periodista, fotógrafo o lo que sea. En España muchas veces parece que los trabajos creativos no tienen por qué tener compensación económica. Cuando llegó la moda devastadora de la gratuidad hace quince años, parecía que ya no podíamos pedir lo que pide cualquier trabajador, que es que si yo hago un trabajo, me lo paguen, no que me den un café. Eso es distinto del hecho de que tú cuando escribes no sabes, primero, si lo que escribes va a ser bueno o no, y segundo, no sabes si siendo bueno o malo, vas a tener lectores. Es un riesgo muy grande, porque nadie te pide que escribas. Si hay una persona que le gusta un libro mío y lo compra, yo tengo derecho a recibir una parte de eso, pero la gente puede no comprarlo y eso no quiere decir que sean mejores o peores.

—¿De quién se siente heredero?

—Yo me siento heredero de toda la tradición literaria, de todos los escritores y escritoras que me han educado y me siguen educando, de tal forma que me siento heredero lo mismo de Benito Pérez Galdós que de Virginia Woolf, pongamos por caso. Hay autores que me tocan el corazón o me han influido más que otros... Me siento heredero del oficio de contar, que es el más antiguo del mundo.

—El “Verano de Cervantes” es un homenaje a Úbeda a través del vocabulario, una forma de vivenciar “El Quijote” y un estilo de vida. ¿Por qué esta parada fundacional en el camino?

—Fue llegando así. De siempre he sido muy lector de “El Quijote”, como se ve en mi libro, pero hubo un momento en el que pensé, una vez que el profesor Francisco Rico, que era el gran especialista, me invitó a dar una conferencia sobre mi relación con esta obra, que el origen estaba en el modo en que, de niño, yo reconocía el mundo en el que vivía “El Quijote”, la vida campesina, el habla popular... Luego se han creado identidades muy cerradas y artificiales. Jaén está muy relacionado con La Mancha, aunque tenemos nuestra manera de hablar y nuestra agricultura. Recuerdo, cuando era niño, que había una canción muy famosa, que decía “Hay quien dice de Jaén que no es mi tierra andaluza”, muy popular. Nosotros somos andaluces de una manera diferente, no hay que estar apegados a un modelo identitario. Yo sentía eso, identificaba el libro con el mundo que yo conocía, es decir, si yo leía una novela de Julio Verne o un tebeo de hazañas bélicas o de ciencia ficción, eran mundos que no tenían nada que ver con el mío, pero si veía a Sancho Panza, lo reconocía perfectamente, y el Rucio, y el caballo y los segadores y el campo... Esto fue lo que me dio la clave de “El Quijote”, que es una clave autobiográfica. Estuve mucho tiempo tomando notas, sin pensar en hacer un libro ni anda, pero digamos que fue llegando.

—¿Por qué siempre suele releer “El Quijote” en verano?

—Porque el verano es una época estupenda para leer tranquilamente y porque en “El Quijote” siempre es verano. Yo creo que de los placeres de la vida, además bastante barato, es estar en verano en un sitio fresco leyendo cualquier libro en el que tú te sumerjas durante bastante tiempo.

—¿Le funcionó esta obra como refugio literal de supervivencia?

—En algunos momentos, sí, esta y otras. Yo pienso que la literatura no me ha fallado nunca, siempre me he ilusionado con ella, ahora más todavía que antes. Hay momentos en los que necesitas refugiarte, todos lo necesitamos, evadirnos del presente, literalmente. No podemos estar con la presión del presente continuamente encima de nosotros.

—¿Conserva la capacidad de aislarse para leer entre el ruido?

—En mi casa, en invierno, el único punto de calor que había era el brasero, que estaba en la mesa camilla, o la lumbre, en la cocina. Nadie tenía su habitación, porque hacía mucho frío. Yo estudiaba en la mesa camilla y leía, y cuando llegó la televisión siempre estaba puesta. Sí, sí, tengo una gran capacidad de concentración.

—¿En qué ha cambiado su literatura desde “Beatus Itle”?

—Eso no soy yo quien puede saberlo, pero me gustaría pensar que ha cambiado en que puede que se haya hecho más natural, menos artificiosa o literaria. Para mí, la naturalidad, en el retrato de las personas, los lugares o las sensaciones, me parece lo fundamental a la hora de escribir.

“Hay momentos en los que necesitas refugiarte, todos lo necesitamos. No podemos estar con la presión del presente encima de nosotros siempre”

—¿Hay desarraigo en Antonio Muñoz Molina?

—Hay desarraigo y arraigo. Hay, por una parte, un desarraigo que es el que hemos vivido muchas personas de mi generación, la anterior y la siguiente, que es que nacimos en un mundo y nos hicimos adultos en otro. Gente como yo, que nos hemos criado en Jaén, en sitios más aislados, hemos vivido en un mundo que no es este, un mundo desaparecido, que se parecía mucho al de Cervantes. Por ejemplo, cuando yo era niño, el trigo se segaba como en el siglo XVI, con hoz, los trabajadores dormían en el tajo, la mayor parte del transporte lo hacíamos con animales y la tecnología en casa era la bombilla y la radio. Nada cambiaba y, de pronto, todo cambió. Mi hermana, la única que tengo, era seis años más joven que yo, y esa diferencia marca completamente los recuerdos, porque ella no tiene recuerdos de todo esto que estoy contando. Yo siempre dije papa y mama y ella decía papá y mamá.

—¿Confirma lo que dijo usted, cuando ganó el Premio Nacional de Literatura, que los creadores están obligados al exilio para abrirse camino?

—Eso son cosas que dice uno de joven, porque le suenan brillantes. ¿A qué llamamos exilio? Antes me preguntaba que en qué ha cambiado mi literatura, pues en que tengo más cuidado con las palabras. Exilio es una palabra muy dura, es tener que irse y no poder volver, por hambre o por miedo. Lo que ocurre es que, quizás una persona que tiene un oficio de este tipo, por una parte, tiene que estar muy en el mundo y, por otra, muy apartado. He disfrutado mucho de estar fuera. Para mí, lo mismo que para mucha gente de mi generación, era muy importante salir. Ahora se ha hecho un libro estupendo sobre Supersubmarina, un grupo de gente joven que se ha hecho famosa desde Baeza, pero esa posibilidad en mi generación no existía, pero es que además ni queríamos que existiera, porque lo que queríamos era salir corriendo. Luego te das cuenta de que tienes más lazos de los que tú pensabas. Una cosa que me di cuenta cuando estaba en Estados Unidos era que era europeo y de que era más español de lo que yo pensaba.

—Tuvo que salir para darse cuenta de su sentimiento...

—Sí, eso pasa.

—¿Le importa más el sitio en el que vive o al que puede volver?

—Antes siempre quería estar en otro sitio y, sin embargo, ahora me he vuelto más sedentario. Me gustar ir de un lugar a otro, pero limitadamente.

—Hablemos de literatura y compromiso. ¿Existe una literatura comprometida o escritores comprometidos socialmente al margen de su producción?

—La literatura creativa, de inducción, es muy difícil que sea comprometida, porque tú tienes que escribir con lo más inconsciente e impulsivo que tienes, la literatura no puede guiarse por principios ideológicos, es decir, tus ideas o tu visión del mundo van a estar implícitas en lo que tú escribas, pero cuando un escritor da un sermón en su literatura es que su literatura no es buena. No puedes crear arquetipos de personajes que transmitan un mensaje, tú tienes que crear personajes humanos verdaderos y el ser humano es muy complejo y no puedes sujetarlo a limitaciones ideológicas. Otra cosa es que tú, personalmente, como ciudadano, tú tienes tus ideas políticas y tus compromisos y en algún caso puedes aprovechar esa condición o ese altavoz que posees para defender una posición que yo creo que no puede ser partidista, sino suprapartidista, más ética que otra cosa, aunque muchas veces tenga que ser política. No obstante, eso no es una obligación del escritor, entre otras cosas porque muchas veces escritores excelentes han sido muy tontos con sus ideas, porque tú la literatura la escribes con la parte más verdadera y visceral de ti mismo, pero tus ideas son una cosa más superficial. Entonces ves que hay escritores que cuando escriben una novela son de una lucidez social extraordinaria y, sin embargo, cuando dan opiniones parece que el que escribe el artículo político no tiene que ver con el que ha escrito la novela. Yo, como ciudadano, me siento comprometido con muchas cosas, con la justicia, con la igualdad, pero eso no determinaría la calidad de mi literatura. Hay quien ha tenido posiciones políticas muy claras y hay quien no las ha tenido y no pasa nada.

—¿Hay polarización en la literatura? De derechas o de izquierdas...

—Hay polarización ahora, yo creo, en el Periodismo. La literatura está menos marcada. Hay quien es muy activista en lo que escribe y hay quien no, pero, tristemente, la polarización es un problema general.

—¿Le han hecho oferta para dedicarse a la política?

—Nunca.

—¿Qué urgencias le provoca este tiempo que vivimos actualmente como escritor?

—Hay un escritor extraordinario, Joseph Roth, que en una carta a un amigo, decía: “Yo pinto el retrato de mi tiempo”. A mí me gustaría pintar que en lo que yo escribo se viera un retrato del tiempo que he vivido, es decir, que si alguien lo leyera dijera que las cosas eran de esta manera. Lees a Cervantes y ves la España de 1600, lees a y ves a Virginia Woolf, de la que ahora estoy leyendo varias novelas seguidas, y ves la Inglaterra de principios de siglo hasta que ella murió, cómo era la gente, cómo hablaba, cómo vestía, qué idea del mundo tenía, cómo eran las clases sociales... A mí me gustaría que tuviera esa doble dimensión. Por una parte, que fueran historias que se sostengan por sí mismas y, por otra, que sean el testimonio, la pintura de mi tiempo.

—¿Y como ciudadano de a pie, como votante?

—Me provoca la urgencia de defender el sistema democrático, la justicia y la igualdad y de defender la causa que me parece ahora fundamental y completamente descuidada, de cosas como la educación y la sanidad pública y la crisis climática. Me preocupa la relación del ser humano con la naturaleza, la conciencia de que este sistema económico lleva a la catástrofe, que este mundo en el que todo está regido por los que más tienen y por la ganancia inmediata no se puede sostener. Lo hemos visto en el hospital de Torrejón. Son cosas muy serias que, como ciudadano, me interesa defender.

Hay un desarraigo en mí, que hemos vivido personas de mi generación, que es que nacimos en un mundo y nos hicimos adultos en otro distinto”

—¿Usted es académico. ¿Se hace política en la Real Academia Española (RAE)?

—Yo soy académico, pero relativo, porque estoy muy apartado de esas cosas.

—Ocupa el sillón “u” minúscula. Elija una palabra que empiece por esa letra.

—Úbeda... No, que es mayúscula. Diré ubicuo.

—Usted empezó a estudiar Periodismo en Madrid. Interesaría conocer su mirada crítica sobre la profesión.

—Yo empecé a estudiar Periodismo en 1974 en Madrid. Me vine de Úbeda con la ilusión de ser escritor y reportero y era el segundo año que estaba la carrera. Cuando empecé a asistir a clase, en una facultad en la que se veían los martillazos porque las obras no estaban terminadas, el programa de estudios era una improvisación ridícula y me entró un desengaño tan grande que dije, si sigo aquí, no voy a aprender nada. Con dieciocho años tuve la lucidez de pensar: “Yo tengo que estudiar algo que aprenda y ya escribiré en los periódicos, si me dejan”. Me di cuenta de que esa carrera era completamente absurda, no sé cómo será ahora, lo siento. En Estados Unidos, que tienen un Periodismo de mucha calidad, no existe esa carrera. Hay unas maestrías de dos años, en las que entras con una formación previa. En Columbia, la más prestigiosa, son dos años de un aprendizaje técnico y muy concreto. Pensé en estudiar Literatura, pero no me gustaba la lingüística y elegí Geografía e Historia y especializarme en Historia del Arte. Me alegré Mucho. Decía Orson Welles que la capacidad para dirigir películas se aprendía en un fin de semana y yo creo que para escribir en los periódicos necesitamos una formación en algo y, después, un aprendizaje de técnicas.

—¿Qué le aporta escribir artículos periodísticos?

—Es como hacer ejercicio, me mantiene atento y me permite hacer un tipo de literatura que me gusta mucho, que es la literatura de lo inmediato y de lo real. La literatura de ficción tarda tiempo en gestarse. Una novela es una cosa muy rara, necesita tiempo, es decir, la experiencia necesita tiempo para convertirse en ficción, pero en la escritura de no ficción, en la que se incluye el Periodismo, es literatura, igual, pero con reglas distintas, con plazo, con inmediatez, con límites en la extensión... Eso, contra lo que piensa mucha gente, es muy bueno para el escritor, siempre que tenga oído o sensibilidad. Se ha escrito muy buena literatura en los periódicos y, además, se suele pensar que el columnismo es más literatura que un reportaje, y eso no es así. Yo leí muchos periódicos de los años 1935 y 1936 cuando escribía “La noche de los tiempos” y veía artículos de escritores de mucho ringo rango de entonces, como Ortega y Gasset, Unamuno... y leía las crónicas de gente como Chaves Nogales, Josefina Carabias y eran mejor literatura que las columnas de los literatos, que son muy soberbios y egocéntricos, mientras que el periodista va a mirar qué pasa y qué dice la gente. Hay Periodismo bueno y malo, como novelas buenas y malas, pero el periódico me ha permitido siempre el propósito de observación de la vida y la estimulación de la literatura instantánea.

—Dicen que si un escritor cuenta la novela en la que está trabajando, luego no la escribe. ¿Puede avanzar algo de su próximo trabajo?

—No, porque yo no lo sé tampoco, y es verdad eso de que hay que tener mucho cuidado, a veces con contar, pero sinceramente no lo sé.

—¿Es usted disciplinado a la hora de escribir?

—Cuando estoy dentro de un proyecto, sí, sobre todo conforme el libro avanza.

—¿Qué visión tiene de Jaén?

—Es que es algo muy profundo. Es una tierra que, por su propia naturaleza, ha permanecido en la oscuridad mucho más de lo que se merece. La gente que va siempre se sorprende y la ve maravillosa. Quizás, esa cosa sobria de Jaén es algo en lo que me reconozco mucho, soy sobrio también. Hace un par de años estuve en la Sierra de Segura, a la que no había ido desde que era joven, y fue la emoción de la naturaleza y de la arquitectura popular. Es una tierra muy maltratada, muy marcada por la injusticia, de la que la gente tenía que irse. Una vez, en Buenos Aires, estaba dando una charla y entre aquellos acentos levanta una señora la mano y con la primera palabra que dijo supe que era de Úbeda.

—¿Cuál fue?

—“Antoño”, que sepas que yo iba con tu mama a coser cuando éramos chiquillas. Cuando piensas en la gente que tuvo que irse a Alemania, Cataluña... Fue una tierra muy castigada, muy bella, de una manera austera y retraída hasta cierto punto. A mí siempre me han dicho que no parecía andaluz, y eso me ofende, porque uno puede ser andaluz de muchas maneras y la manera oficial de ser andaluz da la casualidad que no es la mía ni la de mucha gente, la manera, digamos, de la ortodoxia de Canal Sur. Es mi origen, mi raíz y eso está en