“Amarilla” y el dolor del paso del tiempo
LA ENTREVISTA
La indefensión, la vulnerabilidad, las injusticias y la sombra y la luz. Marta Sanz conjuga todos esos sentimientos bajo un mismo sino, el color amarillo. Amarilla (La Bella Varsovia) es un poemario en el que se entrelazan las figuras estilísticas con la realidad más cruda, todo ello desde la vivencia personal de la madurez y el paso del tiempo, un sentimiento que “contamina y depreda”, tal y como señala, pero no por el hecho de la decrepitación, sino del dolor que generan las situaciones del mundo en el que vivimos. La autora, ganadora del Premio Herralde de Novela en 2015 con Farándula, llega este viernes 21 a Úbeda, a la librería El Agente Secreto para departir sobre su última obra. Un poemario que busca lo social, que no pone voz a las causas, pero que sí intenta remover la conciencia de una sociedad atropellada por el miedo.
—El título no da equívoco. Los campos de colza, los rayos del sol... ¿Por qué Amarilla?
—Por una parte el amarillo es una metáfora que está muy presente en la historia de la literatura española y está presente desde esa contradicción que reside en el amarillo entre el brillo de las cosas más vivas y de las flores más hermosas, y al mismo tiempo la insinuación de la enfermedad, de la muerte, incluso del mal agüero. Entonces me interesaba mucho hablar desde esa posibilidad de fundir los contrarios en un sentimiento complejo, porque yo creo que los seres humanos al final vivimos enmarañados en sentimientos que son complejos.
—¿Cómo surgió este sentimiento para con este color?
—De varias cosas, como pasa en todos los libros. Por una parte estoy en un momento de mi vida un poco melancólico por razones personales, por razones que tienen que ver con el proceso de envejecimiento de mis padres o con la propia conciencia de cómo mi cuerpo no es el que tenía hace 15 o 20 años. Pero por otra parte, de algún modo, pongo eso en relación con las cosas que van mal en el mundo. Y me planteo hasta qué punto la visión negra que tenemos de la realidad se vincula con nuestro propio proceso de envejecimiento. Nos hacemos mayores, nos hacemos viejos y entonces tendemos a verlo todo con un ojo más triste y más pesimista.
—Hay un verso en el que dice “Sé que la edad contamina y depreda”. Casi que resume el sentimiento de la obra en esas líneas.
—Creo, efectivamente, que la edad contamina y depreda, pero no podemos pensar que eso no es una justificación para no señalar hacia las grietas del mundo. La melancolía de este libro yo quiero que sea una melancolía nerviosa, eléctrica, que no sea paralizante. La fusión de los contrarios y ver cómo en la vida y en la hermosura está el barrunto de la muerte y que al mismo tiempo la muerte forma parte de la vida, pero a mí lo que me preocupa, más allá de las metáforas y de las frases hechas de la literatura, es señalar hacia el sufrimiento. O sea, no tanto la muerte y la vida en abstracto, sino que lo que me preocupa es el sufrimiento de los humanos más vulnerables. Lo que duelen las cosas en las transformaciones y como normalmente las personas más desfavorecidas, los viejos, la gente en las peores condiciones económicas, desahuciadas, al final son con quienes más se ceba la vida.
—También se muestra no el miedo a envejecer, sino el padecimiento del envejecimiento.
—Sí, absolutamente. Parece que a veces la poesía no pudiera apuntar hacia estas realidades y a mí me interesaba mucho plantear una manera de escribir la poesía que hace que, por ejemplo, a una persona a la que no le guste demasiado la poesía pudiera entrar en un poemario como este. Porque creo que aquí cuando se habla del frío, se activan todas las connotaciones que tienen que ver con el frío, se activa la soledad, se activa la indefensión, se activa el abandono, pero también se está hablando concretamente del frío. De ese frío que puede experimentar una mujer anciana, sola, en su casa, con poco dinero, y entonces es un frío que a lo que está apuntando directamente es algo tan material como las facturas de la luz.
—Habla también de Gaza, de desahuciados. ¿Cómo se protesta en un poemario?
—Era un poco mi intención, y ha habido personas que me han dicho que hablar de estas cosas en la poesía puede ser una manera de romantizarlas, de poetizarlas. No lo creo. Creo que la poesía, a través de un código especial, a través de una palabra un poco extrañada, lo que hace es agigantar el dolor de esas realidades injustas. Y que, por otra parte, naturalmente no me puedo poner en el lugar de una madre en Gaza, de un niño,
es imposible. No puedo medir ni imaginarme lo que estas personas estarán sufriendo y no quiero de ninguna manera usurparles la voz. Pero lo que sí que creo que podemos hacer desde Europa es expresar nuestro sentimiento de culpa y nuestra vergüenza.
—Más que un libro desgarrador, genera una desazón.
—Esa es un poco también la idea. Yo huyo de una poesía que sea demasiado histriónica. Intento escribir una poesía que toque ese punto intermedio en el que nos podamos sentir afectados, afectadas y nos podamos hacer preguntas más allá del lugar común, más allá de lo que se suele decir todos los días en los medios de comunicación. Me interesa ese tono medio. Por ejemplo, una cosa que en Amarilla sí que he querido trabajar es lo que hay en el amarillo, un sentido del humor quizás un poco retorcido.
—Me parece interesante la contraposición de algunos de los poemas, en los que se hablan de la sombra y de la luz. ¿Es una figura intencionada?
—Sí. Esa parte del poemario responde a una experiencia de un proceso depresivo. Y creo que en esos poemas se refleja muy bien esa sensación que hay a veces de no poder salir de lo oscuro, de que ese estado de ánimo tan terrible te va a perseguir para siempre, que no te puedes escapar de esa sombra, y de repente hay un hilo de luz, hay una manera de mantener la esperanza a cualquier precio. En Amarilla me parece que se habla de salud mental, pero no desde esa tendencia que me parece un poco insana, de esa introspección, de ese autoanálisis permanente. A mí me interesa poner en relación todo eso con todo lo que sucede fuera. Ver un poco como muchas ansiedades, muchas depresiones son el síntoma de un sistema descacharrado.