Vuelve el cotilla del visillo

17 abr 2020 / 12:21 H.

Hay cosas que, con el paso del tiempo, por motivos de cultura, cambios de tendencias, no estar bien visto o por no ser guay, han desaparecido. Me refiero al cotilla de visillo, en sus dos géneros, él o ella, pues sí, han vuelto, eso me contaba un colega en una videollamada de esas por Skype.

Venía a contarme que con esto del estado de alarma y el confinamiento en nuestros hogares, el nivel de aburrimiento, tras cuatro semanas, ya se ha hecho notar. Y tiene su lógica, al principio nos entró como anillo al dedo, y todas esas cantidades de horas se han empleado en hacer sábado en las habitaciones de la casa, ordenar los álbumes de fotos, esos que teníamos desperdigados en una caja de zapatos, arreglar los picaportes de las puertas que estaban rotos, escuchar tres o cuatro veces la vieja colección de vinilos, hasta que te das cuenta que el CD es mejor, por no tener que estar dándole la vuelta cada cuatro o cinco canciones, incluso hay quien se ha metido en la monótona tarea de escanear cuatro mil negativos de cuando fotografiábamos con carrete.

Cualquier tarea es apta para mantener la mente ocupada.

Pero a medida que han pasado los días, hemos adquirido una rutina que al final se traduce en que todo es más simple de lo que realmente pensábamos que era la vida anterior, y volvemos a las andadas. Me refiero a ver lo que hacen los demás, ahora se ha reducido considerablemente el flujo de personas que avistamos, son unos pocos que pasan por delante de nuestras ventanas o balcones. El que va con el perro, el que va con la bolsa al súper o el que va a tirar la basura, y poco más, eso me decía mi interlocutor de chat.

Me ha dicho, desconozco si es un chisme, o como dicen ahora, una “fake new”, que con esto de las redes sociales, los y las cotillas, a falta del patio de vecinos, esos que están anegados de tendederos de cuerdas deshilachadas, de un lado al otro de las paredes, con vestuarios colgando de toda clase, se entretienen a poner a parir a todo el que ve pasar por su calle o barrio con cierta frecuencia. Me dice este, que
han creado incluso un hashtag en instagram, donde suben
las fotos y vídeos con todo
lujo de detalle.

Y lo que es peor, me sigue contando, se lo chivan a la autoridad competente por la otra red social, por mensaje privado, incluso hay osados que lo publican en sus muros y comparten como si no hubiera un mañana, como si nos fueran a cortar internet y la noticia no se pudiera difundir.

Pues si la cosa ya es grave, va y me dice, que el otro día, yendo a comprar el pan, lo abordó un agente y sin pedirle identificación ninguna, le propinó una retahíla de esas que te quedas con cara de póker. Sabía con todo lujo de detalles, sus movimientos diarios, con fotos incluidas, y sin poder alcanzar la presunción de inocencia, impartió justicia con un “que sea la última vez que te paseas por los alrededores del súper”.

No es solo que el niño enfermó, sino lo que la enfermedad le dejó. Los personajes y hechos relatados en este escrito son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas, o con hechos reales es pura coincidencia.