Sombras y cenizas

    28 mar 2020 / 11:40 H.

    No hay cosa peor que un enemigo que no se ve. Dicen los expertos en el arte de la guerra que cuando te enfrentas a lo desconocido el miedo puede dominar tus sentidos y desembocar en el desastre. Pero el miedo, al contrario que el enemigo, puede verse, puede olerse en quien tienes al lado.

    Nos enfrentamos a un enemigo “invisible”, pero que sabemos que está ahí. El temor y la desconfianza se han adueñado de nuestro día a día, de nuestra propia existencia. Esta pandemia supone un punto de inflexión en nuestra conciencia como generación, hasta ahora despreocupada, que se creía a salvo de desastres de salud. En estos días nos estamos convenciendo de nuestra propia fragilidad, de la condición vulnerable del ser humano. Creíamos que las grandes epidemias eran cosa del pasado, de otros siglos ya lejanos, pero no. Tal vez nos hemos acercado demasiado al sol y la cera de nuestras alas se ha derretido cayendo al mar de forma irremediable. Nos veíamos como dioses y olvidamos nuestra naturaleza mortal.

    La falta de previsión de un gobierno indolente que ha caído en la negligencia y en la incompetencia más absoluta nos hizo confiarnos aún más. Como un temerario y presuntuoso general Custer nos ha llevado a la debacle. Ahora es tarde para muchas cosas. Es momento de lucha, no de pedir responsabilidades, eso lo haremos una vez superado este infierno, pues todo pecado debe tener su penitencia.

    En los años que llevo ejerciendo como médico no he visto jamás el miedo de una forma tan palpable en la cara de la gente. Y desde luego está justificado el pavor. La tristeza y la muerte se pasean por nuestras calles y colman las plantas de los hospitales. Los sanitarios llevamos a cabo una cruzada titánica contra un enemigo “invisible” que puede llegar a ser letal. Jornadas agotadoras donde minuto a minuto, hora a hora, día tras día respiramos el miedo que invade, no solo a los pacientes, también a nosotros. La gente ingresa en soledad y muchos fallecen en esa misma soledad fría, sin una palabra amable de despedida ni una mano cálida y firme de consuelo que los lleve con serenidad al final del río de la vida. Muchos temen a ser dormidos para ser intubados y te ruegan que no lo hagas alegando que respiran bien cuando en realidad apenas entra aire en sus pulmones enfermos, todo por miedo a no despertar de nuevo y no poder despedirse de los suyos. En esos momentos el alma se te parte en dos y las ganas de llorar son incontrolables.

    El miedo es libre, es algo innato a todo ser vivo, es un mecanismo defensa que busca la propia supervivencia. El miedo puede hacer cambiar a una sociedad y a veces es más sano que perjudicial. Nos dicen que juntos superaremos esta crisis. Por supuesto que así será. La raza humana no se extinguirá por el covid-19, pero dejará una huella imborrable en nuestra memoria, pues muchos caerán bajo su implacable guadaña de muerte.

    Estoy convencido de que la vida no será igual para todos después de esta maldición y que la necedad y la vanidad no nos cegará envueltas en una falsa sensación de invulnerabilidad.

    Decía Antonio Próximo en “Gladiator” que somos “sombras y cenizas”. En la Antigua Roma al general que lograba una gran victoria en el campo de batalla le colocaban a su lado en los grandes desfiles a una persona que le repetía constantemente al oído: “Recuerda que eres mortal”. Pues eso, no olvidemos que somos “sombras y cenizas”. Memoricemos que somos mortales.