Sin oficio ni beneficio

15 abr 2020 / 12:03 H.

El estado de alarma ha desdibujado por completo nuestras vidas, Tanto a los que continúan ejerciendo su profesión, como los que, como yo, han tenido que parar en seco. Ha distorsionado la perspectiva de ver las cosas más cotidianas, eso que dábamos por hecho, eso que nos decíamos a nosotros mismos: esto es imposible que pueda pasar. Como cuando pasas delante de un escaparate sucio de una tienda y te ves reflejado y no te reconoces o no te quieres reconocer, o cuando te pones enfrente de un espejo de esos cóncavo o convexo de los que hay en los parques de atracciones y te ves y no te reconoce ni la madre que te parió.

Pues así estamos, sin oficio ni beneficio, y lo que te rondaré morena. Mis últimas actuaciones gastronómicas se cuentan ya con los dedos de una mano, al revés que cualquier hogar jiennense normal y corriente, esos que tienen que buscarse las habichuelas día si y día también, como yo lo hacía antes en mi cocina.

Justo antes de decretarse el estado de alarma, ya andábamos con la mosca detrás de la oreja por aquí, pero nos resistíamos a pensar que ese hecho tan traumático se fuera a producir, así que nosotros a lo nuestro, a cocinar como si no hubiera un mañana, es lo que tiene cuando estás metido en medio de unas jornadas gastronómicas. Y si a eso le sumas que somos de cocina tradicional, es decir, la comida aquí se guisa y se sirve caliente en tiempo real, no la dejamos preparada a las 12 del mediodía y luego se le da, a la hora del pase, un golpe de 180 grados en esos hornos modernos de convección con más botones que la chaqueta de un almirante.

El caso es que el sábado se cerró como estaba mandado y nos encontramos con un montón de comida ya elaborada y el mundo se te cae encima, es decir, no te da tiempo a pensar lo del estado de alarma, primero empiezas a pensar qué haces con semejante cantidad de comida, sospechando que esto no va a ser ni para un día ni dos.

Os cuento esto, que lo mismo ni os interesa, pero es que te quedas a cuadros, sin oficio, ni beneficio, entiéndanme. Este hecho me ha llevado a que en los más de treinta días que llevamos confinados, no he ejercido en el arte culinario mas allá de pelar unas patatas, calentar unos nudos de rabo de toro o freír una croquetas. Es mi madre la que nos continúa haciendo los potajes, como siempre lo ha hecho, yo ahora miro y aprendo que, con el trajín de lo cotidiano, no me paraba mucho a tomar nota de los trucos magistrales de quien lleva más años que la lumbre entre pucheros y sartenes. Y es que los galones son los galones, de chef (queda más “cool” así, pero a mí me gusta más cocinero) me han rebajado a pinche de cocina. Pero si quieren que les diga una cosa, este ejercicio de humildad, este haberme puesto en el sitio que quizás me corresponda, está representado un antes y un después, me retrotrae a aquellos primeros días en los que empezabas a dar pasos en la cocina, como un nene chico de nueve meses tropezando, y sin importarle, volviéndose a levantar, recibiendo orden tras orden, lo mismo me manda a pelar unos ajos o fregar una sartén de haber frito en aceite de oliva virgen extra unas cebollas bien picadas. Así que: al pan, pan y al vino, vino.