San Roque da 195 comidas al día para detener el hambre en Jaén

Medio centenar de voluntarios trabajan gratis para sustentar el gran comedor

09 ene 2016 / 10:25 H.

En Jaén, hay muchas personas que pasan hambre. Así de real y de duro. El Comedor de San Roque acaba de publicar su estadística de 2015, que deja sin palabras. Dio 39.578 comidas a familias y 15.920 en su comedor. Y aquí no hay medias tintas ni sospechas de que haya “listos” que se aprovechen de un recurso social, ya que seguro que a nadie le gusta decir que no puede ni comer y sentarse en un comedor social para poder llenar el estómago.

El comedor abrió 285 días —casi todo el año, salvo en agosto—, por lo que del balance global de comidas resulta que elabora una media de 195 comidas al día. Es como servir una boda cada vez que cae el sol, pero con la salvedad de que San Roque no tiene ni camareros, ni cocineros. Simplemente, personas que regalan su tiempo y su trabajo para otras que lo necesitan. “Tenemos dos tipos de servicios. A partir de las cinco de la tarde, comenzamos con el programa para familias. Son personas que nos deriva Cáritas y que se han sometido a un estudio por parte de técnicos de las parroquias jiennenses, que avalan que necesitan el plato de comida para sobrevivir. Vienen, se lo damos cocinado y se lo llevan a su casa. No queremos que vengan con los niños aquí, ya que este circuito no resulta positivo para los pequeños”, explica Antonio Ángel Rodríguez, uno de los voluntarios de San Roque.

Luego, comienza a llenarse el comedor. La guerra contra el hambre resulta sencilla y no consiste en nada más en que las personas se vayan saciadas. El plato se llena cuantas veces lo deseen, pero con la única condición de que tiene que volver vacío. No vale “florear” la comida. “Algunos se comen tres y cuatro platos”, comentan los voluntarios con un tono que denota satisfacción. La media es de 56 personas al día en el comedor, aunque esto les parece poco. “En la anterior campaña de la aceituna hemos tenido picos de hasta 300 personas”, recuerdan. Existen alrededor de medio centenar de voluntarios, que se organizan en turnos.

La mayoría trabaja, por lo que van cuando pueden. No obstante, siempre se intenta cerrar un equipo de diez o doce personas, que se afanan en fregar cacharros, pelar patatas, limpiar y hacer todo lo que haga falta para que el comedor abra y sea un gran arma para pelear contra el hambre. “El comedor hace visibles a personas que no se ven. Más que comida, lo que te piden es que los quieran. Demandan que les preguntes cómo están. Cuando nos preguntan por qué estamos aquí fregando, barriendo y cocinando en vez de bañándonos en la playa, la verdad es que cada uno tenemos nuestra motivación. Yo no soy un hombre de chapa y sufro al ver que hay personas que pasan hambre. De hecho, el reto pasa por abrir para no dejar nunca tirado a nadie”, matiza Antonio Ángel Rodríguez. Cáritas, el Banco de Alimentos, administraciones y muchas donaciones anónimas de empresas y particulares son las que mantienen abierto este servicio. Quizá es uno de los espacios más necesarios que tiene la capital, que simplemente alimenta a los hombres y a las mujeres que no tienen nada para comer.