Por una educación 1.1

    29 may 2020 / 12:06 H.

    Son muchos los temas que se han vuelto de actualidad durante esta crisis sanitaria, pero entre ellos, y sobre todo porque me ha tocado directamente, se encuentra la educación. En este ámbito también se han dado múltiples adaptaciones por parte de los equipos docentes y del alumnado. Hemos pasado, o se ha intentado, de un modelo presencial al tan difundido teletrabajo. Unos y otros hemos tenido que adaptarnos forzosamente a este sistema ante la imposibilidad de afrontar el reto de otro modo. Pero lo cierto es que el proceso no ha sido tan uniforme e igualitario como parece cuando uno aborda el tema. En esta ocasión se ha puesto al descubierto la brecha digital que existe en numerosas familias en nuestro país. Hemos visto como esta realidad, si bien ha llegado a los distintos hogares, se ha visto atendida con cierta uniformidad sin que sus circunstancias personales y familiares lo fueran, de tal manera que se han tenido que producir adaptaciones para llegar a todas ellas. El profesorado se ha tenido que formar, de manera inmediata y casi compulsiva, en infinidad de recursos digitales para dar respuesta a las exigencias de cada materia y, una vez más, nos hemos centrado en que nuestro alumno intente adquirir los criterios mínimos que cada asignatura posee con objeto de que puedan asegurarse la promoción. Por otra parte, los alumnos también han debido adaptarse a un estrés y a unas demandas que han estado cargadas de dificultades, carencias e incertidumbres de todos los tipos. Algunas voces aclaman este cambio que, según dicen, viene para instalarse. Pero ¿realmente esto es la educación?, ¿podemos asegurar que lo que hemos logrado y lo que el alumnado ha conseguido es realmente esto? Surgen dudas, que ya existían antes de esta crisis, pues el sistema educativo pone el acento en las famosas competencias que pretenden dar salida al alumnado para que pueda formar parte del sistema y serle así útil y rentable. Pero ¿y las necesidades reales y concretas de los niños y las niñas? ¿Dónde quedan aquellos itinerarios marcados por la Unesco de “aprender a ser”, “aprender a convivir”...? ¿Son acaso algo que queda relegado a meros momentos anecdóticos de la acción tutorial en el aula? ¿Cómo puede ser que una educación que busca el desarrollo integral de la persona termine en la simplificación racional y técnica cuando los valores que construyen la identidad del ser humano tienen que ver con las humanidades, la sensibilidad, la creatividad y también con la intuición? Hemos perdido un pilar fundamental de la educación en este confinamiento que tiene que ver con el aspecto relacional-presencial, con el trato cercano, próximo, con ese “tú a tú” diario de rostro concreto que emociona y nos plantea retos. Sin esto, caemos en la despersonalización de la educación, sin esto la verdadera riqueza de la práctica docente queda en una mera instrucción de contenidos que solo sirve para superar pruebas y exámenes dejando un vacío absoluto en lo que respecta al desarrollo humano. Hay que abogar por una educación 1.1, la del trato próximo, la del cuidado, el abrazo y la escucha, que es la que sustenta el desarrollo de esas otras capacidades 3.0 tan ¿necesarias? No se trata de manejar todas las Apps o dispositivos para estar conectado con todos pues ¿qué utilidad puede tener eso si nadie nos ayuda a conectarnos con nosotros para que comprendiéndonos podamos así comprender al que tenemos enfrente? Hay una brecha más profunda que la digital que tiene que ver con el proceso deshumanizador que se está dando y ante el que estamos siendo del todo miópicos.