sigue tu memoria

    30 abr 2020 / 12:28 H.

    Han pasado dos años ya y tan presente como el primer día estás entre todos nosotros; es imborrable tu memoria para tu familia y tus amigos, que fue tanto tu manantial de vida que solo mueren realmente quienes no dejan semilla de bondad y cariño, de alegría y solidaridad, de buena y digna vida y de unas ganas tremendas de compartir a todas horas, en todo momento y en cualquier circunstancia, también en aquellos que los renglones torcidos de Dios se hacen insoportables y ahí estaba tu hombro siempre. A todo lo que significa la palabra amistad nadie te ganaba, querido Pablo, y es por ello que hoy he querido, de la mano de tu hermana María José que me cede esta foto que ilustra el texto, rendir cuentas ante un amigo cuya huella sigue imborrable y cuya ausencia aún carcome nuestro interior. Da igual la hora, da igual el día, porque si el Estado de Alarma te hubiese pillado de “civilico”, ya nos las habríamos ingeniado para compartir risas y buenos ratos telemáticamente, que es como ahora nos conectamos y tú alucinarías, porque lo tuyo era el trato y la quedada, la piel y el roce, la excusa para vernos (“que los amigos tienen que verse y abrazarse”, me decías tantas veces con tanta razón y lamentando de veras las no quedadas). Con un corazón inmenso e inasequible al desaliento, la vida te la tuviste que beber a borbotones de sarcasmo a veces, de incomprensión otras, también de unas insobornables ganas de disfrutar; eso sí, con hechura de tío valiente y persona a carta cabal. Por eso, querido José Pablo, no hay otra que tenerte presente, por todo lo que nos diste y nos sigues dando aún en tu ausencia. Nuestra vida siempre estuvo apegada a la actualidad, cada uno en su profesión y cada uno respetando el trabajo de cada quien: Acaba de no celebrarse la romería de la Virgen de la Cabeza por esto del coronavirus que ya sabrás y, ya ves, recuerdo nuestros encuentros anuales allá en el Cerro... Si voy por San Ildefonso aún percibo tus brazos abiertos y tu sonrisa de par en par, cuando nos veíamos para arreglar el mundo y buscarle una nueva chispa con la que seguir transitando por la vida... También sabes que tu foto y mi foto está en casa de mis padres en el pueblo de cuando en los años 90 nos impusieron una medalla de tu honorable Guardia Civil, tan jovencitos los dos... En fin, querido Pablo, no pude despedirme en vida cuando te llegó sin avisar el rejonazo, pero siempre se me quedará grabado el recuerdo de esa alegría en tu cara cuando me comunicaste que te marchabas a Málaga, que habías pedido el traslado en la Comandancia. Esas chispas que saltaban de tus ojos son motivo de alegría aún estos días a las que tu amigo se agarra si le vienen algunos temblores y dudas. Y es de todo eso, de que eras un hombre bueno, en la amplia acepción de la palabra, de lo que se sienten orgullosos tus hijos y toda tu familia, que aún extraña el inmenso vacío que nos dejaste.