“Los camioneros somos ahora unos apestados, unos leprosos”

Profesionales del transporte critican la falta de servicios públicos donde poder asearse y los incumplimientos de la normativa estatal para prestarle ayuda

21 mar 2020 / 10:49 H.

La radio anunciaba una nueva disposición del Gobierno para el transporte. Los talleres mecánicos podrán prestar servicios para vehículos especiales, como los camiones, cruciales para la distribución de alimentos y medicamentos. En un área de descanso de Guarromán, la noticia cae como el agua que resbala en el tren de lavado de vehículos de gran tonelaje. Esta parte del entramado preparado para dar servicio a los profesionales del transporte sí está abierta. Hay que limpiarlos para que la distribución, en este caso de aceite de oliva, no pare y los depósitos queden limpios para el siguiente porte. Mientras los operarios, ataviados con todo tipo de protecciones, ultiman su lavado, los camioneros mascullan el cabreo nada sordo que tienen. Están desesperados. La A-4 está casi desierta, solo camiones de diverso tonelaje, furgonetas de reparto y caravanas con matrícula extranjera, junto algún que otro vehículo privado, surcan una vía que en circunstancias normales (es viernes) estarían saturadas.

Estas áreas llenas de camiones no son un reclamo, como otras veces, de buena comida y de buen servicio. No. El decreto de estado de alarma ha dejado a estos profesionales tirados, literalmente, en las carreteras. Solo los negocios con ventanilla (gasolineras) están abiertos para poder venderles comida fría, agua o refrescos. Nada más, las puertas de los servicios están cerradas a cal y canto y los transportistas realizan sus necesidades a cielo abierto y al resguardo de sus propios camiones. “Somos unos apestados, unos leprosos. No nos quieren en ningún lado. Es una situación indigna para un profesional. Tenemos una necesidades mínimas. Si nosotros paramos, el país se colapsa”. Es el lamento de un profesional con más de 30 años en la carretera. No se ha visto en otra. Intenta modular su vocabulario para frenar todos los calificativos que le vienen a la cabeza. Alejandro Sanchís, de Valencia, lleva con esta ruta aceitera cuatro meses y advierte de que o se ponen medidas o los camioneros caerán enfermos. “Ojalá estuviera aquí el ministro de Fomento para decirle cuatro verdades, cara a cara, lo entendería todo”, añade. En el calor de la tertulia con otros compañeros de fatigas amenazan con parar en mitad de las carreteras para que atiendan sus demandas. Uno de ellos define a modo de titular: “Son unos hipócritas”. La hipocresía tiene que ver con que se hayan “levantado” las estrictas medidas de descanso, horas de viaje, paradas obligatorias para que la distribución fluya. Entre otras cosas, y con la venia ministerial, se ha “flexibilizado” el régimen de tiempos de conducción y descanso de los camioneros, ampliada la validez de las tarjetas de Certificado de Aptitud Profesional (CAP) de los transportistas, de forma que las que estén próximas a caducar serán válidas hasta 120 días después de que concluya el estado de alarma. Esta parte se cumple, aunque Sanchís, por si acaso, no se pasa de las horas legales de antes de la pandemia. No se fía. También, entre las medidas, se encontraba que se facilitaría el acceso a áreas de servicio y gasolineras para que utilizaran sus aseos y servicios de restauración. “Mentira, una cosa es lo que dicen y otra la realidad aquí”, tercia y señala las puertas cerradas.

Y es que en todo el recorrido, sostienen, no encontraron lugar alguno donde comer caliente o descansar. Con la premisa de cumplir, a rajatabla, el decreto de estado de alarma, las factorías o almazaras donde recogen la mercancía no les dejan utilizar los baños y en un círculo empresarial de excelencia, sus propias empresas no les permiten entrar en sus instalaciones.

Alberto Rubio, alcalde de Guarromán, un nudo de comunicaciones y logístico fundamental en la provincia, entiende el monumental enfado de los transportistas: “Igual que se han corregido errores del decreto, es necesario que puntos estratégicos para el transporte estén abiertos y puedan contar con áreas de descanso, donde puedan ducharse y les puedan ofrecer comida. De lo contrario van a paralizar el país”.

Isidro Garrido, propietario de un taller, describe el caos de estos días en cuanto a la regulación de la actividad que realiza. “En pueblos vecinos se han cerrado los talleres, aquí sin embargo, sigo prestando servicios a agricultores y a camioneros. Estos días han pasado varias patrullas de la Guardia Civil y no me han dicho nada. Ahora me dices que el Gobierno lo permite. A mí me llaman clientes para cambios de aceite o para pasar las ITV, que están cerradas, y les digo que no. Solo cosas urgentes. Debemos ser sensatos”. Dos olivareros, que aguardan a que termine sus vehículos, asienten y uno de ellos se pregunta: “Si el campo se para ¿qué vamos a comer?”. “Hoy he arreglado las ruedas a dos camiones, uno que llevaba fruta y otro, medicamentos para Sevilla, ¿qué hacemos? El cambio de criterio gubernamental le ha pillado a Garrido con las manos ya manchadas de la faena. Desde la gremial, cada comunicado cambiaba la situación de su negocio en función del día de esta semana, finalmente, los propietarios de talleres recibieron el último: “Los talleres que quieran, pueden estar abiertos”. Así vive el sector de la automoción y el transporte tan difíciles días. Antes de enfilar la rotonda, de vuelta a Jaén, otro camionero, cruzando la carretera, vocifera: “Qué se sepa, una botella de agua a 1,90 a 1,90, es una puta vergüenza”. Al final, se coló un improperio de los muchos que se escucharon en este área de “servicio”.