Lo peor, tener tiempo para pensar

14 abr 2020 / 12:10 H.

Un mes de confinamiento te ofrece el tiempo suficiente, por demás, para reflexionar qué es lo que ha pasado y, lo peor, qué es lo que va a pasar cuando este mal viaje acabe. Una mezcla de sensaciones se te acumulan en la cabeza, en lo más hondo del sentimiento, ese que hacía tiempo, bastante, que no utilizábamos, al menos yo. Ese que sale cuando ocurren desastres de dimensiones descomunales. Hago memoria y me acuerdo cuando la banda terrorista ETA cometía un asesinato o secuestro, o cuando ocurrió lo del 11-S allá por 2001, o los atentados del 11-M ejecutados en el año 2004. Lo que estamos viviendo ahora, en mi opinión, supera con creces a todos los antes mencionados.

Es inevitable que me acuerde del aceite de oliva virgen extra. Yo que voy a decir de él, si me lo ha dado todo, si como persona me ha hecho lo que soy. Resulta que estábamos metidos en una lucha sin cuartel toda la sociedad jiennense, sin excepción, todos a una en la defensa de un ingrediente que todos sabemos que es el mejor para cocinar, pero que nadie quiere pagar lo que vale.

Yo, que estaba acostumbrado a derrochar el aceite de oliva virgen extra en mi cocina, entre sartenes y ollas, con los fuegos a toda pastilla, sin tregua ni descanso, viendo desfilar las garrafas de cinco litros vacías a la basura, cayendo como moscas, ahora, como con nuestras rutinas, el consumo sufre un frenazo de esos que si no llevas el cinturón de seguridad puesto, te comes el parabrisas hasta hartarte.

Los reconocimientos, galardones, estrellas, puntuaciones se van a tomar por saco. Parece que lo logrado hasta ahora no sirve para nada, da la sensación de que vamos a tener que empezar de cero. La ley de Murphy se queda en calzoncillos blancos al lado de lo que está pasando. Si lo del aceite de oliva era un ruina, pues eso, no quieres caldo, pues toma tres tazas. Lo que está sucediendo con el aceite de oliva virgen extra tiene miga, a mí me gusta llamarlo así, en vez de AOVE. Igual que los cultivados que llaman a las aceitunas “olivas”, a esos los llevaba ahí precisamente, al tajo. O los listos que pagan seis pavos o más en una terraza de moda por una ginebra Premium con tónica, de esas que llevan dentro de la copa más tonterías que un mueble bar, y luego, no son capaces de pagar lo que cuesta medio litro de aceite de oliva virgen extra de cosecha temprana en su estuche mejor presentado que los perfumes de esos caros.

Parece que estoy siendo poco o nada optimista, pero la situación es lo que requiere. Estamos teniendo tiempo suficiente para pensar, cuando a veces, lo peor es eso, tener tiempo para pensar, para darte cuenta de que habrá un antes y un después. De que lo mismo vamos a tener que reinventarnos y transformar todo las pautas heredadas de nuestros antecesores. Se me viene a la cabeza la cantidad de bares y restaurantes que se van a quedar por el camino, esos que estaban esperando como agua de mayo la Semana Santa, las comuniones, las bodas o inundar sus coquetas terrazas en una primavera prometedora, la que según los indicadores, iba a ser de toma pan y moja. Nadie va a venir a sacarnos las castañas del fuego. Supongo que el que quiera peces se tendrá que mojar el culo.