La Virgen del Rocío

02 jun 2020 / 12:14 H.

Atrás ha quedado la presentación de la Hermandad ante la Blanca Paloma. Oraciones temblorosas y torpes, de mudas plegarias, porque la voz no pudo salir y lo hizo desde el corazón; de lágrimas que dijeron mucho porque los labios no pudieron decir; de vivas y sevillanas que mostraron el sentido de un pueblo, su alegría. ¡Jaén ya está aquí! ¡Jaén ya está aquí! Ella, sentada en su trono nos esperó y nos recibió para darnos todo su amor, su mirada, su consuelo, su fortaleza, su sonrisa y sus consejos.

Cuando la carreta retrocedió se sucedieron los abrazos. Y después tocó llevar la carreta del simpecado a su casa. Aquella casa a la que fueron años atrás aquellos rocieros que gozan de las Marismas eternas y tienen la dicha de tenerla a su lado. Aquellos rocieros que iniciaron el camino para que podamos coger el testigo de la fe y el camino de la senda peregrina. Atrás ha quedado la Santa Misa Pontifical. Una serpenteante estela de color nos anunció que todos los simpecados de las hermandades filiales llegaron al altar.

Atrás ha quedado, en nuestras retinas y en nuestros corazones, rozando las doce de la noche, el rezo del Santo Rosario, donde participaron todas las hermandades filiales y que cerró el simpecado color esperanza de la Hermandad Matriz de Almonte. El presagio de algo sublime se cierne sobre la Marisma, un desasosiego se va apoderando de nuestro cuerpo y una fuerza irresistible nos empuja hacia las plantas de la Madre. Intentaremos entrar en su santuario y nuestros ojos no acertarán a comprender lo distinta que nos parece la imagen bendita de la Santísima Virgen. La cara pálida de mirada baja abandonará el gótico de su expresión, para tomar un semblante casi humano. Y allí, postrados ante sus divinas plantas, en muda contemplación, más de una vez muchos de vosotros os habréis preguntado el por qué le cambia la cara a la Virgen del Rocío cuando escucha los cohetes y percibe que el gentío la va arropando con vivas de escalofrío.

Su rostro de porcelana va cambiando con la hora, y al llegar la madrugada mientras suenan las campanas de su casa marismeña se me antoja más humana. La iglesia parece el cielo con una alfombra dorada, la luz se torna amarilla y hasta la brisa se hace un hueco en su mirada y noto que me ha mirado sin levantar la mirada.

Se duerme la madrugada,
se durmió pentecostés y se duerme el niño que en sus brazos espera la mañana para poder ver a sus peregrinos a las claritas del alba.

Se duermen los fandangos mientras ángeles del cielo bajan para llevarte en volandas con su fervor rociero. Bendita esa madrugada en la que te haces madre para abrazar a tu pueblo el lunes por la mañana, el lunes de Pentecostés.

Y es que ya todos sabemos lo que pasa, sin que nadie lo enseñara, que te llama Almonte en la eterna madrugada y salta tu reja para llevarte en volandas, hasta que vuelva a dejarte ante ese dorado altar que es cielo de la antesala, y
no sé si tiembla mi cuerpo cuando te miro a la cara, o la que tiembla es mi alma cuando el lunes te despiertas haciéndote más humana. Se plantará la señora en la aldea, antes de rayar el día y es que nadie sabía ni sabrá adivinar cuando Almonte te levanta para comenzar a andar.

Se plantará la señora en la Aldea y volveremos a mirar tu cara, no es la misma de la tarde, y tampoco la de la madrugada, ni la que tenía anoche, que me pareció alterada. Tu sabrás por qué.

Huelo a tomillo y jara, a romero y lentisco, a pino y eucalipto y toda la marisma entera es vaso de alabastro roto en el aire infinito al salir la Virgen del Rocío en primavera.

Y una mañana más, acudiremos a verte caminar. Acudiremos para comprobar cómo las más hermosas flores palidecen en tus andas, porque es tu cara, la que al salir a la calle, nos nublará los ojos, nos paralizará el alma, volverá el silencio en grito, detendrá el tiempo y arrancará nuestras lágrimas. El romero de Jaén, cuando ya es mañana, se fundirá con la Virgen en una locura de amores. La locura que les dará fuerzas para el regreso y estar orgullosos de que el simpecado de la Virgen, que durante todo el año vela nuestras ansias y desahoga nuestros recuerdos, será besado por los ojos misericordiosos de la Reina de las Marismas en las primeras caricias doradas que comienzan a colorear el esplendoroso cielo azul de la aldea almonteña.

Y allí se darán cita todos los rocieros, con el cura a la cabeza, que abren sus labios para exclamar las grandezas de María, para exclamar la Salve que ensalza a nuestra madre con antigua oración en verso.

Y es que al final, siempre queda ella. Al final de todo, al final del camino, al final de la romería, al final de nuestra vida, al final de los tiempos, siempre quedará ella.

¡Madre mía del Rocío, en
ti confío!