La UME también fija, limpia y da esplendor

La Unidad Militar de Emergencias completa una intensa jornada de desinfección con un despliegue en la capital sin precedentes

19 mar 2020 / 09:23 H.

Con permiso de los académicos de la Real Academia de la Lengua, los soldados desplazados de la Unidad Militar de Emergencias les roban estos días el emblema de la institución para ponerse al servicio de los ciudadanos en una tarea, a priori, que tiene poco ardor guerrero, pero que la sociedad valora porque se disputa en un amplio campo de batalla. Estos soldados fijan, limpian y dan esplendor uniformados con trajes EPI y con una solución para desinfectar cualquier rincón, pero con orden marcial. A las 7:30 horas de la mañana ya avisaban de su despliegue en la capital para desinfectar instalaciones esenciales y con gran afluencia de público. El segundo batallón de la UME, con sede en Morón de la Frontera (Sevilla), ya está curtido en batallar contra el coronavirus en espacios públicos, bien en lugares en los que se tiene conocimiento de casos de contagio o, como era el caso en Jaén, en instalaciones sensibles.

En estos días su razón de ser ante “supuestos de grave riesgo, catástrofe, calamidad u otras necesidades públicas”, cobra todo el sentido. Sobre todo, calamidad que define con criterio los días que vivimos: “Desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas”. Este subgrupo, en concreto, de la UME tiene su sede logística en Málaga y se desplazó, en primer lugar, a la estación de autobuses, donde se pudo comprobar “in situ” su tremenda efectividad. Una solvencia que fue evidente para el personal de la estación que los acompañó en todo momento y comprobaron su destreza para solucionar imprevistos no menores. Los servicios en la estación habían caído en un 50% por orden administrativa y las empresas cumplían a rajatabla, aunque el número de viajeros era mínimo. Así, en esta misma jornada, Transportes recortó incluso más los servicios, ante el descenso de viajeros. De hecho, en la estación se contaban con los dedos de la mano los pasajeros que esperaban autobuses de línea casi vacíos. Los que allí estaban no era, precisamente, por viaje de placer. Isabel Aranda miraba, primero, con incredulidad el despliegue militar y, a continuación, casi necesitaba contar por qué se encontraba allí, a modo de disculpa. Esta marteña recibe cada mes un tratamiento específico en el hospital, “en la segunda planta, en Farmacia, y luego voy al Centro Diagnóstico para que me traten el asma bronquial y comprobar que no me produce reacción”. Tras dar las explicaciones oportunas entra en el autobús con diligencia para no estorbar y con el deseo visible de llegar a casa y refugiarse cuanto antes. No faltará una llamada a sus hijos para ponerlos al día de una maniobra que por su dolencia es de alto riesgo, pero no cabía otra que armarse de valor. En una ciudad en la que se asume el estado de alarma y de tristeza, tareas rutinarias de antes tienen un señalado peligro.

La vida, siempre caprichosa, dobla en otras esquinas, y no siempre para mejor. Los soldados, liderados por el capitán Tomás Romero, preguntaron a qué se dedicaban en la acera de enfrente. Las batas blancas habían llamado su atención. Estos galenos, sin embargo, cubren otras urgencias y son expertos en cuidar dolencias que quedan, en ocasiones, fuera del sistema. Técnicos y un voluntario del Comedor de San Roque explicaron cuál era su plan para el día: preparar lotes de comida para las familias en riesgo y para los pocos transeúntes que se atreven a deambular por la ciudad. Anabel Barranco, Ángel del Moral y Francisco Oya agradecieron el gesto de unos soldados que se salieron del guion y de la cadena de mando, es un decir, para seguir cumpliendo con su obligación. A este lado de la acera, las cosas no pintan mejor, según del Moral, las comidas de cocina se han tenido que suspender, “suministramos a las familias alimentos preparados, latas y a los que están en la calle, bocadillos”. Cada vez acude menos gente, han pasado de una media de 130 a 50 personas, “cada día bajamos más”. Oya detalla una ruta de calor para los que no tienen la fortuna de contar con un hogar: “Primero comen en Cáritas, aquí acuden por la cena y se hospedan en Buena Madre de Maristas”. El miedo también hace que las familias, radicadas en Jaén y que hacen uso de este servicio crucial acudan solo cada dos días a llamar a esta puerta. Al final de la operación, una fotografía de camaradería que ilustra una crónica y que tiene mucho mensaje en tiempos de zozobra.

Aún les quedaba faena a estos militares desplegados en territorio amigo, porque no fueron pocos los que agradecieron su tarea de manera expresa. En un principio estaba previsto un contingente de 45 militares y 12 vehículos, pero, finalmente, según informó la Subdelegación del Gobierno en Jaén, fueron 71 militares y 21 vehículos que cubrieron toda la ciudad. Junto a las tareas propias de desinfección, su presencia también fue disuasoria para aconsejar a la población que no bajara la guardia, ni relajara costumbres incómodas y dolorosas que vienen para quedarse un tiempo. La Operación Balmis, en honor a un médico alicantino y a su expedición que, a principios del siglo XIX llevó la vacuna de la viruela allende de los mares a todos los dominios del imperio español, tocaba a su fin. Hoy nuestro imperio es más modesto, de andar por casa en Europa, aunque habrá que tirar de cierta gallardía de antaño y convertirla en militancia cívica para salvar al que tienes justo enfrente. No es nada heroico, pero es lo que pedían por megafonía los soldados de la UME en una jornada atípica, quizá histórica, para la intrahistoria de la ciudad. Se trata de evitar que haya muchas bajas y que Isabel Aranda acuda a su próxima cita, el 14 de abril, sin novedad en el frente y, si fuera posible, con terreno despejado.