La otra Semana Santa: la de los niños, la de las esperadas cruces de mayo

03 may 2020 / 11:25 H.

Con los sones aún retumbando de la recién pasada Semana Santa, la chiquillería inquieta se va agrupando en pandillas repartidas por las barriadas y feligresías en la bonanza de las tardes de la densa primavera.

Habrá que buscar una casa con buen portalón o acaso la salida de un huerto o un corral con porche donde ir iniciando las labores que sirvan de fabricanía y templo efímero donde acrisolar todas las ilusiones y visiones que se contemplaron días atrás y que ahora servirán de modelo para tan esencial proyecto.

Aquellos más hábiles van conformando a base de listones y cajas de madera la base que servirá de andas, lo que será el “trono” donde se depositarán las devociones más entrañables que para estos infantes serán a partir de ahora “su”Cristo y “su” Virgen.

Los más afortunados contarán con la cesión del Cristo que la abuela celosa custodia en la cabecera de su cama. Los menos guardarán los dos mejores listones para cruzarlos con el golpe de dos enormes clavos al que se enrollará un sudario blanco. Las niñas conseguirán una imagen de escayola de la Virgen; una Milagrosa o Inmaculada a la que le falta una mano o se encuentra desconchada, apañada con encajes que simulan el largo manto y una enorme corona, dejando derramar transparente pegamento por las mejillas imitando los chorreones de lágrimas.

Se pedirán a algún cofrade conocido o al sacristán restos de velas, reservando los cuatro cirios más gordos para las esquinas de la cruz, colocando el resto escalonados en la delantera de la Virgen.

Un nutrido grupo buscará en las eras y descampados mas alejados y con grandes latas de conservas, vueltas hacia arriba, camufladas con enormes papeles de seda de color encarnado, que tarde tras tarde son golpeados en estridente rugido solo enmascarado por el ritmo que poco a poco ira conformando la deseada melodía.

Los más pequeños formarán un batallón de interminables soldados romanos que comandados por el más “espabilao” ensayarán una y otra vez el interminable desfile de cruces y poses, sostenidos con el palo de una vieja fregona, mientras sus madres van hilvanando las coloradas capas, dando forma a los cascos a bases de papeles metalizados en oro y plata, conformando una auténtica centuria.

De los encajes de unas viejas cortinas, se cortarán sendos trozos, marcando las imitaciones de blondas que luego serán sostenidas en pequeñas peinetas, luciendo para ese día el misal, rosario y la medalla lucida el día de la Primera Comunión, agrupando todo un cortejo elegante y enlutado de infantiles mantillas ilusionadas y en su papel serio y responsable cual celestial cortejo.

Llegado el día concertado todo eran nervios y prisas. Era el día de la ilusionada y efímera procesión, era el día de “su” procesión. Muy de mañana se madrugaba sorteando arriates y jardines, buscando las flores y plantas más hermosas para el arreglo de los dos tronos: geranios y claveles rojos para el paso de la cruz y margaritas y jazmines para el paso de la Virgen que irán engranando un imaginable monte y elegantes piñas olorosas. Se dan los últimos retoques de clavos y tornillos, se preparan farolillos y estandartes de papel de seda, se clavan las picas de las lanzas y en latas agujereadas de rellenan los carbones que luego perfumarán el recorrido. Los pasos se sitúan en el centro del zaguán o la sala, haciendo una comida frugal y rápida debido a los nervios atenuados.

Avanzan los colores de la primavera, la tarde se hace presente y desde varios barrios de la ciudad, ordenados cortejos de alegría y compostura van plagando el itinerario oficial de una inmensa ilusión, se entrevén los tronos mecidos con estilo y cariño de niños y niñas pletóricos de ver su “hermandad en la calle”, de ser observados por todos y obtener el beneplácito del trabajo bien hecho.

Bien avanzada la procesión, los más pequeños buscarán el consuelo de un escalón o de un banco, mientras los portadores de los pasos, sacan un esfuerzo más en el itinerario de regreso.

Huele a flor, a caramelo, se mastica el limpio cielo, se sienten los corazones de los niños que por un sueño se han hecho a sí mismos cofrades por la gracia de Dios.