Jóvenes, con ganas de boda y 322.000 euros en el bolsillo

El Gordo le cae a un jornalero de Cambil que acaba de hipotecarse para tener una casa para vivir con su novia

23 dic 2018 / 12:38 H.

Juan Francisco Campos López, a sus 21 años, es ya un veterano jornalero, se gana la vida en una cuadrilla en la que está con su padre, Juan Manuel. Ayer estaba en el tajo, como tantas veces, cuando le sonó el teléfono móvil. Lo cogió, era su novia, Alba Páez, de 22. “Que nos ha tocado el Gordo” escuchó. Dejó los aperos y se volvió a Cambil, donde vive. La vida les cambió, a mejor, a las 12:36, cuando las niñas de San Ildefonso, cantaron los guarismos más esperados de cada 22 de diciembre. Minutos antes daba palos a una oliva con la mente puesta en la hipoteca que acaba de firmar, junto a su pareja, para tener una casa en la que vivir juntos en su pueblo. Tras la noticia, Juan, que así lo llaman, comenzó a pensar en todas las posibilidades que se le abren al ser el único agraciado con el Gordo de la Lotería de entre sus paisanos. Y es que, una vez que el banco lo certifique, recibirá por haber comprado un décimo con la combinación 03347, 400.000 euros, de los que se embolsará 322.000 tras llevarse su parte la Agencia Tributaria. “Esto es un empujón, pero grande”, juzgó Alba sobre este golpe de suerte, convencida de que le será mucho más fácil irse a vivir y casarse con su novio. “Acaban de entramparse y mira”, reflexionó, con los ojos llorosos, su suegro, a las puertas de la Administración de Lotería, en el número 8 de la céntrica calle La Tercia.

El lotero se llama Juan Ramón Díaz Almagro y estaba que no cabía en sí, porque hace apenas dos años y medio con el negocio y ya está en la lista de vendedores del Gordo jiennenses, que no son tantos. Se acostará feliz, aunque menos de lo que pensaba. Y es que, al principio, el empleado de Loterías y Apuestas del Estado que fue al despacho de Cambil le informó de que había expedido “ocho gordos”. “No, no, son diez en realidad”, le dijo él. “Pues mejor”, convinieron los dos y todo el público arremolinado allí, es decir, Juan, Alba, sus familiares y amigos y un respetable número de curiosos; un grupo que, varias veces, fue regado con cava, sacudido y descorchado para la celebración. A todos se les cayó un poco el mundo encima cuando descubrieron, por boca del responsable de la administración, que, en lugar de una decena de décimos con el primer premio, solo se había vendido uno. Las miradas se volvieron de nuevo hacia la joven pareja y una señora juzgó: “Pues más suerte habéis tenido, solo te ha tocado a ti”. El olivarero y, desde ayer, agraciado, asintió con la cabeza, se tocó el bolsillo derecho del pantalón, donde guardaba el décimo como el tesoro que es y desveló: “No compré el número por nada en especial, lo vi y dije que ese mismo”. “Que barbaridad, que alegría”, dijo otro de los testigos del acontecimiento ante tal confesión. Por el establecimiento de la calle La Tercia no pasaron los afortunados que se esperaban, pero sí un desfile de coches que hacían sonar el claxon, como en las bodas grandes. Sobre las dos y media de la tarde, la fiesta improvisada en la vía pública, que llegó a detener el tráfico, comenzó a apagarse. “Ahora nos vamos a ir a comer y celebrar todos juntos”, revelaron Juan y Alba. Uno de los que pasó por allí, detuvo su coche, se bajó y les dio un consejo valioso: “Hay que tener cabeza”. Parece que Juan le hará caso y no hará aquello de mandar el trabajo a freír espárragos. A la pregunta de si hoy volverá al olivar, respondió que sí.