Expiración.
Meditación en la procesión
Lirios y estrellas. Y el Cristo de la Expiración camina cruzando sus amarradas manos en sus clavos donde se percibe un jambre de doradas cornetas de su Banda; le va siguiendo su Madre con su manto de terciopelo con laberintos dibujos de hilo de oro.
La mañana, se prolonga la Misa Crismal, ya salen los recuerdos familiares.
Tarde recién abierta donde nazarenos “blanquimorados” van pisando las sandalias a coro con sus morados hachones y por la negra garganta de la puerta ojival, la Virgen de las Siete Palabras toda su pena condensada en su rostro.
Diálogo sin voz y goce de los sentidos costaleros de Cristo y esfuerzo de los de la Virgen, agachados, en cuclillas, paso a tierra... Es para mí ese Jueves Santo que todos los años perdura intacto y sumergido en mis años de nazareno activo. Con mi recuerdo al maestro Cuadrado. A los que asistimos por primera vez a la academia al primer ensayo de su marcha Cristo de la Expiración, nos queda el recuerdo de esa tarde, nunca olvidada pero ausente en la actualidad de su sonido.
Y así caminábamos. Silencio interior, rosarios, meditación... saetas de mi siempre amiga Chari López... Miramos al Cristo, contemplamos los labios entreabiertos, la sangre y sus manos traspasadas por sus clavos. Procuro no recordar el año 1999 en los Jardinillos de San Agustín. Y en plena noche eucarística, como si fuera un ensueño, estoy contemplando el sagrario cerrado como si estuviera muerto.
Frente a la iglesia de San Antonio brilla el Monumento, el bello rostro de Cristo parece que expira junto a esas Siervas de María, madrinas de la Virgen de las Siete Palabras. Por unos momentos el silencio se hace sentir, la Virgen frente a ellas y Jesús Sacramentado encerrado en el sagrario. Son unos momentos de la Semana Santa no vivida la que existe más allá de la túnica... Cierra los ojos y conoce esta estampa tras tus párpados en tu imaginación. Y dentro de la iglesia, a la izquierda, hay una pequeña puerta, observamos la hermosa celosía de sus muros que enternece la noche.
Calle Maestra, tablero de ajedrez, jaque en la Peña Flamenca, saetas y más saetas. La luna salta del balcón a balcón... lentamente, paso a paso: “Señor pequé, ten piedad de mí”, “Misericordia, Dios mío, hemos pecado”, “Te adoramos Cristo y te bendecimos”... Plaza de la Audiencia, la voz del viejo saetero en su soledad sigue luchando con su garganta y uno recuerda a Polluelas con saetas rizadas, con adorno de su voz de hilo de oro en su garganta. Y otra vez la calle Los Coches, y otra vez de noche al filo de la “madrugá” y los brazos y manos de Cristo van pasando suavemente por los viejos balcones. ¡Qué importa la hora si voy contigo! ¡Señor de la Expiración!
Y mientras el Cristo y la Virgen están en la calle con su catequesis a cuestas, San Bartolomé se encuentra en silencio, silencio solitario ante la sociedad de ruidos, el Cristo de la Expiración medita sus soledades.
Cuando la “madrugá” alimenta los cantones de Jesús, nazarenos oscuros van a su encuentro. El péndulo del alma corre para cirenear a Jesús de los Descalzos.