España ha de reaccionar de manera inmediata ante el crack económico

18 abr 2020 / 12:01 H.

ANTONIO MARTÍN MESA

Acabamos de conocer que la economía china retrocedió un 6,8 por ciento durante el primer trimestre de 2020, algo que no se conocía desde los años 70 del pasado siglo XX. Asimismo, el miércoles de esta semana teníamos conocimiento de que, en el último mes, un total de 22 millones de norteamericanos han engrosado las filas del paro en aquel país. Se trata, ni más ni menos, de las dos primeras economías del mundo.

El martes 14 de abril, hace poco más de 72 horas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) hacía públicas sus previsiones de primavera en las que estimaba fuertes caídas del PIB en las principales economías durante 2020: mundial (-3,0 por 100), EE UU (-5,9), Francia (-7,2), España (-8,0), Italia (-9,1 por 100), etc. Evidentemente, este es un crack de dimensiones desconocidas desde hace más de un siglo y, además, que se ha generado en un cortísimo espacio de tiempo.

Centrándonos en España, las previsiones no son nada halagüeñas: la evolución del PIB será en 2020 del -8,0 por ciento, el déficit público se situará este año en el -9,5 por ciento del PIB y la deuda pública en el 113,4 por ciento de dicha magnitud, llegando hasta el 114,6 en 2021, la más elevada desde 1902, todo ello según las previsiones del FMI. Como elemento de comparación, baste recordar que lo máximo que llegó a caer el PIB en la crisis iniciada en 2008 fue el -3,8 por ciento en el año 2009 ó el 3,0 en 2012 (año en que se alcanzaron los 6.000.000 de parados en nuestro país).

Me pregunto: ¿A qué tasa debe de caer el PIB, cuál deber ser el número de parados y de empresas cerradas en España, qué nivel de déficit público o qué volumen de deuda se requiere para que reaccionemos ante el crack? En mi modesta opinión, creo que ni el gobierno ni la oposición están reaccionando adecuadamente. Después vendrán las consabidas lamentaciones y acusaciones, de que llegamos demasiado tarde. Es verdad que lo prioritario en estos momentos es la salud, la lucha contra el virus, pero ello no debe impedir que también nos centremos, que se centre el gobierno, pero también la oposición política, en construir las bases para afrontar la paralización de nuestra economía y sus terribles consecuencias sobre el tejido empresarial, el empleo y la generación de situaciones de pobreza inaceptables.

¿Por dónde debemos empezar? Por los Presupuestos Generales del Estado, muy probablemente, ya que los últimos aprobados se remontan a julio de 2018 (Ley 6/2018, de 3 de julio). Desde entonces se han venido prorrogando de forma sucesiva, siendo más que evidente que los mismos poco o nada sirven en la situación actual. Se requieren unos nuevos Presupuestos Generales del Estado, ya. ¿Qué carácter deben tener las cuentas públicas? Es indudable que en esta situación deben ser claramente keynesianas. ¿Ello qué significa? Sencillamente, que hay que incentivar el consumo privado, la inversión productiva y el gasto público, puesto que estamos en una situación económica de estancamiento y retroceso, con desempleo y sin inflación (la misma era en marzo del 0,1 por 100, en términos interanuales, y del -1,4 por 100 en el acumulado de los tres primeros meses de 2020).

Impulsar el consumo privado e incentivar la inversión productiva requieren el aplazamiento de impuestos e, incluso, la reducción de algunos a las capas medias y bajas de la sociedad, incrementar las prestaciones por desempleo, las subvenciones a la inversión empresarial, el desarrollo de infraestructuras estratégicas, aumentar el gasto público inherente a la sociedad del bienestar, fundamentalmente en apoyo de la sanidad pública, que tan esencial se nos ha revelado en la pandemia, etc.

Seguramente ya serán muchos los lectores que estarán pensando que ello comportará un incremento del gasto público y, consecuentemente, del déficit y de la deuda pública, inaceptables. Yo mismo lo diría en cualquier situación anterior a la actual, pero es que estamos en un momento excepcional, por lo que las recetas deben ser igualmente excepcionales.

Es verdad que nuestro nivel de deuda pública es muy elevado (113,4 por 100 del PIB prevé el FMI para 2020), pero son muchos los países que nos superarán: Japón (251,9 por ciento de su PIB), Grecia (200,8), Italia (156,5), EE UU (131,1), Portugal (135,0), Francia (115,4) y Bélgica (114,8 por ciento). Dice un viejo refrán que “mal de muchos, consuelo de tontos”. No, no se trata de consolarnos, sino de adoptar medidas de choque que nos permitan afrontar con celeridad la situación y salir con las menores heridas posibles. Sí, también es verdad que los rotos actuales habrá de pagarlos las generaciones venideras, durante muchos años, y a eso hay que llamarle “solidaridad intergeneracional”.

Capítulo aparte merece la Unión Europea. Hasta ahora han aprobado medidas para facilitar la liquidez, a través del Banco Central Europeo, del llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y del Banco Europeo de Inversiones (BEI), lo que está bien, pero no es suficiente. Antes o después habrá que afrontar la situación mediante la emisión de eurobonos (coronabonos, se les ha dado en llamar). ¿Qué supone emitir eurobonos? Supone emitir deuda pública europea, es decir, mutualizar la deuda o, lo que es lo mismo, que la crisis se afronte de forma solidaria por todos los países de la Eurozona. Habrá que vencer la resistencia de Holanda y de Alemania, vale, pero entre España, Portugal, Francia, Italia, Grecia y algún que otro más, lo conseguiremos. La Unión Europea, la Europa del euro, se puede estar jugando su futuro. Si no afronta con decisión y solidaridad la situación actual, el euroescepticismo se expandirá a mayor velocidad que el propio coronavirus.

En suma, necesitamos unos Presupuestos Generales del Estado ya. Termino con lo que aspiro a que se convierta en una especie de mantra:

—“Si nos ponemos todos de acuerdo, venceremos a la crisis económica generada por el coronavirus”

—“Lo consiguieron porque no sabían que era imposible” (Jean Cocteau).