Epidemias en Baeza

12 may 2020 / 12:25 H.

Para nuestra generación y latitudes el concepto de epidemia es novedoso —casi exclusivamente la gripe—, sin embargo ha sido una realidad histórica, episódica pero siempre latente. Lo que nosotros estamos padeciendo estos meses nos ayuda a comprender a nuestros antepasados. Ahora entendemos mucho mejor la importancia de las vacunas, que han permitido erradicar de nuestro país las graves enfermedades contagiosas a lo largo de la historia.

La existencia de epidemias es muy antigua. Algunos historiadores hablan de la existencia de síndromes respiratorios en Mesopotamia hace ya 5.000 años, y otros asociados a importantes hechos históricos. Por ejemplo, el caso del segundo viaje de Colón a las Antillas, en 1493. Contagiarían una cepa de la gripe y ésta provocó grandes mortandades, sobre todo entre los nativos, puesto que su sistema inmunitario no estaba preparado para esos virus.

Desde la antigüedad y hasta avanzado el siglo XVIII, la población aumentaba lentamente, constituía el llamado Ciclo Demográfico Antiguo, que se caracterizaba por tener altas tasas de natalidad, altas de mortalidad, y por lo tanto, el crecimiento de la población era lento. Esto en términos generales, luego hay que ver por territorios y por periodos concretos. Era muy común en Europa desde el medievo que, cuando había buenas cosechas, aumentaba la población, pero cuando venían años de malas, bien por cambios meteorológicos u otras circunstancias, se pasaba hambre y con los cuerpos debilitados, si estallaba una epidemia, las mortandades se generalizaban. En torno al año 1348 se produjo una epidemia de peste, procedente de Asia, que provocó en el viejo continente la desaparición de unos veinticinco millones de personas, algo así como un tercio de la población total. A Baeza también debió afectarle pues se tienen noticias de despoblación en el convento de la Merced, donde hoy está el Señor de las Necesidades.

En nuestra ciudad, desde finales del siglo XVI, ha habido distintas epidemias y el siglo XVII registró significativos episodios. Así, la epidemia de 1678 a 1683 afectó bastante. A esto se unían las levas para las guerras por Europa, las malas cosechas por ciclos de sequía o de grandes lluvias, que provocaban hambre; la expulsión de los judeoconversos en 1610, la notable presión fiscal y cierto movimiento migratorio, hizo que Baeza pasara de casi 20.000 habitantes en el XVI a unos 10.700 a finales de la centuria. Ahí empieza el concepto de decadencia.

El Concejo tomaba medidas de prevención para protegerse de las epidemias cuando tenía noticia de la existencia de peste en alguna ciudad importante del país. Por ejemplo, cuando en 1651 se había declarado en Sevilla, o en 1678 en Orihuela. Nombraba comisarios, controlaba los accesos a los alrededores de la ciudad poniendo vigilancia en el Puente del Obispo, en el Puente de Mazuecos y en otros lugares. Asimismo, la ciudad se cerraba para la cuarentena y se controlaban en las puertas las mercancías y su procedencia. Incluso la ciudad disponía de una cerca de tapial, que delimitaba claramente los barrios extramuros. El Padre Torres, en su “Historia de Baeza” de 1677, así la describía: “Este reducto era una muralla sin torres, corría desde el Arrabal de San Viçente hasta las puertas de Córdoba y Toledo, y de aquí daba buelta a la Puerta del Ejido, junto a San Marcos y llegando a la calle Don Antonio Moreno, bolvía hasta la Puerta Habladera”. Es indudable que el jesuita la vio directamente en su tiempo vital. No obstante, hay documentos que a lo largo del tiempo matizan este recorrido. En este sentido, la profesora María Dolores Higueras Quesada, ha estudiado en diversos trabajos la evolución urbanística y la población de aquellos siglos, y en concreto, en su tesis “Evolución urbanística y demográfica de Baeza (1550-1750)”, (publicada en el Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, N 162, 1996), aporta un plano con la cerca de las epidemias. La primera cerca se levantó en 1581 y la última en 1682.

El Ayuntamiento también procuraba dotar de más personal sanitario. En 1637, contaba la ciudad con cuatro médicos y cinco cirujanos y contrataron algunos más. En 1681, se preparó un hospital provisional alejado del núcleo urbano, entre los Granadillos y la calle Capilla. Incluso el rey concedió 6.000 ducados para atender “las grandes necesidades a que se halla reducida la ciudad de Baeza con las enfermedades contagiosas que actualmente está padeciendo”. Tradicionalmente Baeza contaba con tres hospitales. Así, el de San Antonio Abad hasta 1791, donde hoy está la Casa de Cultura, el de Lope Martínez, cercano al antiguo Alcázar, y el más importante, que era el de la Concepción, que ha llegado al siglo XX.

Si nos preguntáramos: ¿qué tipos de epidemias hubo?, tendríamos que contestar que diversas: unas víricas, otras bacterianas y según el periodo afectaron más o menos. Las de peste bubónica, que arrancan del siglo XIV, se terminaron a finales del siglo XVII. Hubieron en el XVIII fiebres palúdicas, fiebres gastroatáxicas, tifus exantemático, que en este caso tuvo episodios hasta después de nuestra Guerra Civil; la viruela, que oficialmente ha sido erradicada por el hombre en 1980. Los que tenemos ya una edad fuimos vacunados en la infancia, los jóvenes actuales no, precisamente por su erradicación.

Otra significativa fue, en el XIX, la de cólera, que provocaba graves dolencias intestinales, y de la que hubo varias pandemias. En nuestra ciudad afectó mucho la de 1834 y la de 1885, con el resultado de más de 200 muertos. La lepra tenía igualmente presencia, incluso en una fecha tan tardía como 1914 hubo un caso. Por supuesto el sarampión, que ha llegado casi a nuestros días. En 1917, en el colegio San Andrés —internado del Instituto— hubo algunos casos, como se puso de manifiesto en el periódico Diógenes de 23 de noviembre. En 1918, la gripe, conocida en la Europa bélica como “gripe española” se desarrolló bastante y se necesitó ayuda económica del Gobierno Civil, que remitió 400 pesetas “para las atenciones que origine la epidemia gripal reinante”. Sin embargo, los medios que tenían eran insuficientes por lo que el 16 de noviembre el Ayuntamiento acordó destinar 1.000 pesetas para hacer frente a la atención sanitaria, “dejando expedito el camino a la iniciativa particular, de quien hay que esperar fundadamente que, como en toda ocasión análoga, contribuya con lo que sea necesario”. Se impuso una cuota a los contribuyentes particulares para allegar fondos para el problema y se constató que algunos de ellos se habían negado a abonarla por lo que aprobaron hacer una lista de los mismos. Entre las medidas que adoptaron para las familias pobres, invadidas por la gripe, estuvo el suministrarles leche y otros alimentos de primera necesidad. También adquirieron algunos bidones de zotal para una desinfección de las dependencias municipales, el Instituto y el Seminario. La finalización de la epidemia fue acordada oficialmente por el cabildo el 25 de enero de 1919, con agradecimiento a los sanitarios por su dedicación.

Como es conocido históricamente, en muchos casos, se intuía la mano divina que castigaba por nuestros pecados por lo que se hacían rogativas y procesiones implorando el fin de la epidemia. Otras medidas para higienizar se recogen en múltiples documentos, como por ejemplo, encalar los edificios tanto las parroquias como los particulares.