El lobo ibérico, de dios a demonio

Los jiennenses están cada vez más interesados en proteger al cánido

20 jul 2020 / 13:46 H.

En una visita al Museo Íbero para redescubrir las piezas de la exposición La Dama, el Príncipe, el Héroe y la Diosa, los detalles que estas muestran llevan a pensar en cómo fue la vida de los antepasados que habitaron en la antigua Oretania y, entre las esculturas, hay una que no deja de sorprender cada vez que se observa de cerca: la cabeza del lobo encontrada en El Pajarillo, Huelma. Sus detalles cuentan cómo la cultura íbera convivió con este animal y lo convirtió en la imagen de fuerza y ferocidad de sus guerreros. Una línea que siguieron otras culturas como la celta, donde el lobo fue considerado incluso un dios. Sin embargo, la deificación de este cánido se perdió en las profundidades del recuerdo, pasando a ser un símbolo del mal, un demonio y una especie a extinguir.

A lo largo de la historia, se sucedieron políticas y acciones en contra de este animal. De hecho, tal y como se recoge en el artículo “Pasado y presente del lobo en Sierra Morena” —incluido en el libro “Aportaciones a la gestión sostenible de la caza”—, “en las actas capitulares de la ciudad de Andújar, en 1650, se indica que, debido a los muchos estragos que causan los lobos al ganado e incluso ponen en peligro a los pastores, se dispuso hacer una lista de los cazadores que había en la ciudad y obligarles a cada uno a presentar cada año un lobo y, al que no lo hiciese, se le impondría una culta”. Además, llegando al siglo XX, y tras sufrir una dura represión a lo largo de los siglos, se quedó acantonado en Sierra Morena, donde se continuó su persecución a través de las Juntas de Extinción de animales dañinos. “Se establecían premios para fomentar su captura, que consistían en 800 pesetas por loba; 500 pesetas por lobo y 200 por lobezno”, detallan en el citado artículo. Estas prácticas abusivas hacia la especie hicieron que, a día de hoy, no se pueda confirmar a ciencia cierta que el lobo ibérico siga habitando en territorio jiennense. Algunas voces hablan de su presencia en las zonas más profundas de Sierra Morena. Otras, de la existencia de una que otra manada de muy reducidos ejemplares afectados por la consanguinidad. Sin embargo, ¿hace cuánto que no hay pruebas evidentes de un lobo en Jaén?

Ligado a todo esto surgió en Andalucía una iniciativa en torno a la imagen y protección de este cánido, el proyecto Life Lobo. Desde entonces, han realizado numerosas actividades en pos de una mejora en el conocimiento y el sentir colectivo que el lobo genera en la población andaluza, especialmente en la jiennense y la cordobesa, por ser estos dos lugares los últimos en los que este animal dio indicios de su existencia en la región. Ahora, ha dado un siguiente paso. Junto a la World Wildlife Fund (WWF) buscaron y analizaron modelos de coexistencia y convivencia con el lobo que pudieran, si el lobo ibérico volviera por causas naturales al sur de la península, aplicarse al modo de vida de los andaluces. Así, un grupo de cinco periodistas, entre los que se encontró Diario JAÉN, viajó hasta la provincia de Zamora, concretamente hasta la Sierra de Culebra y Sanabria, donde se encuentra la mayor densidad de lobos ibéricos de toda España. Allí, sus habitantes y este animal son socios y rivales casi a partes iguales. Tanto, que si esta provincia de Castilla y León fuera un signo del horóscopo, claramente, sería Géminis. La dualidad existente en la imagen del lobo se mueve entre el amor y el —no muy mayoritario— odio.

Pero, ¿cómo lo miran los jiennenses? Un reciente estudio publicado por Life Lobo Andalucía muestra que dos tercios de la población de Jaén y Córdoba residente en la zona de Sierra Morena considera que el lobo “debería protegerse para evitar su extinción”. El sondeo, realizado entre febrero y marzo de este año, apunta que el 50% de los habitantes de los municipios más cercanos al hábitat de este animal está “en total acuerdo con la existencia de planes de conservación del lobo, un porcentaje que se eleva hasta el 63,05% en las capitales jiennense y cordobesa”. Además de estos datos, se desgrana que el 80% no lo percibe como una amenaza para el ser humano y que el 75% se muestra en desacuerdo con la extinción de la especie, por lo que se observa un amplio consenso en una actitud positiva hacia el lobo ibérico en Jaén.

Y quizás, este sea el primer paso para que, en un futuro, los jiennenses puedan volver a escuchar al lobo en los bosques de la provincia. Este animal es un superviviente nato y su capacidad de expansión por el territorio solo está frenada por las barreras humanas y el peligro que pueden correr en zonas donde no se proteja y se evite su caza. Sin embargo, poco a poco, se ha ido observando una tendencia de expansión desde la Sierra de la Culebra hacia el este y esto podría ser un primer paso a la repoblación del lobo por la península. Según se espera, la tendencia natural haría que el lobo volviera a Andalucía a través de la Submeseta Sur, siendo probablemente la zona entre Jaén y Córdoba la primera en recibir a este animal.

Y, cuando esto pase, quizás sea el momento de mirar al lobo como lo hacen en Puebla de Sanabria (primera parada del viaje). Allí, la imagen del animal está en cada rincón. Junto al río Tera, donde los sanabreños se bañan para combatir el calor (entendido en términos no andaluces), dibujos del lobo decoran un colorido mural y, al subir hasta el centro histórico, el inseparable guía que no escatimó en detalles (y seguridad sanitaria) Javier Talegón, de la empresa Llobu, señaló esos pequeños detalles en los antiguos edificios que invitan a reflexionar en la relación tan estrecha que hay entre humanos y lobos en esta zona.

No es más cierto que, viajar allí con la esperanza de ver un lobo en libertad, puede terminar en éxito o en fracaso al “fifty-fifty” (por desgracia, para el equipo invitado no hubo suerte). Quizás esta sea la misma sensación que sienten aquellos que entran en la Sierra de Andújar en busca del lince y, sin haberlo conseguido, se encomiendan a la Reina del Cabezo para tener más suerte la próxima vez.

Así, y casi como un suspiro, se pasó la primera noche en la Casa Maribona. El día se levantó fresquito (entendido en términos no castellanoleoneses) y el equipo puso rumbo al Cortello de Lubián, una antigua trampa para cazar lobos que se encuentra en la cima de un cerro que, desde abajo, no parecía tan alto. ¿Agujetas al día siguiente? Puede. Una vez allí, recuperado el aliento y oxigenada la mente, la historia de la trampa comenzó a quedarse grabada en la memoria. Tal y como contó Talegón, aquel círculo de piedras era un engaño perfecto. En el centro se colocaba un cabrito y si el lobo caía (aunque es desconfiado por naturaleza) era mínimamente probable que pudiera salir. Los muros están construidos de tal forma que queda casi como un cuenco, con los bordes hacia adentro, haciendo imposible que el animal saltase y consiguiera salir. Cada mañana, subía un vecino del pueblo, Lubián, y a través de una puerta metálica miraba al interior para ver si había caído algún lobo y, si este era el caso, gritaba con todas sus fuerzas: “¡Lobo no Cortello!” para que todos sus paisanos subieran a cogerlo. Con una horquilla lo inmovilizaban en el suelo, le ponían un bozal y lo llevaban por los pueblos colindantes para recibir premios por la proeza de atraparlo. Y, por si hay alguien que piense lo contrario, obviamente, eso no acababa bien para el lobo.

De hecho, aún quedan vecinos en Lubián que recuerdan los días en los que esto se practicaba. José Luis Montesinos era muy jovencito en esa época y, entre las distintas anécdotas que pasaron en el Cortello en su niñez, apunta que, una vez, calló en la trampa una loba. Tras amordazarla y atarla, del estrés, abortó a los cinco lobeznos de los que estaba embarazada. Relata que, casi siempre, quienes saltaban al “foso” para coger al lobo era zagales que querían parecer valientes y fuertes delante de alguna chica a la que quisieran sorprender y que un suceso como este se convertía en toda una fiesta para el pueblo. Una práctica que en Jaén se hacía mayormente con el uso de cebos y cepos.

Después de una rápida despedida, el siguiente municipio de la lista fue Santa Coloma de Sanabria, donde sería el turno de encontrarse con la familia de ganaderos creadores de la marca Pastando con Lobos. Rosa González y su marido, Alberto Fernández, mantienen una explotación ovina extensiva en la que sus hijos Milena, de 16 años, y Jorge, de 14, ponen su granito de arena; la tercera hija, Elvira, aún es demasiado pequeña para hacerlo. Esta familia y su ganado conviven con el lobo ibérico y aseguran que, alguna que otra vez, vieron alguno en los alrededores de la finca. Sin embargo, nunca sufrieron el ataque de un lobo. ¿El motivo? Muy probablemente se deba a los quince mastines que cuidan de sus ovejas.

Dejando atrás a sus rebaño y tras reponer fuerzas, la siguiente parada fue el Centro del Lobo Ibérico, donde se encuentran ejemplares nacidos en cautividad y que no pueden vivir en libertad. En palabras de Carlos Sanz, un biólogo con más de 40 años de experiencia en la crianza y manejo de estos cánidos y que trabajó para el mítico programa “El Hombre y la Tierra, si estos lobos volvieran a la naturaleza “no sobrevivirían, no están acostumbrados a cazar y podrían matarlos otros lobos”. Así, tras haber tenido ese esperado contacto —visual— con el cánido más famoso de la península, el municipio de Villardeciervos fue el lugar que marcaría el final del viaje. Y, justo cuando el equipo llegaba al pueblo, los últimos participantes de la Vuelta Ciclista a Zamora llegaban a la meta y una nueva escultura lucía en la plaza principal. Allí, su alcalde, Lorenzo Jiménez, aseveró que uno de los principales motores económicos de la zona era el turismo lobero, siendo, de hecho, un sector cada vez más en alza en la zona.