El chivo expiatorio
Entre las tendencias inconscientes que singularizan al ser humano se halla la de buscar siempre un chivo expiatorio sobre el que poder volcar cualquier tipo de culpa. Y digo inconscientes porque no nos damos cuenta de esta inercia tan nuestra que permite que nos justifiquemos y justifiquemos cualquier cosa con tal de no asumir la responsabilidad que ante todo se intenta eludir. Bertrand Russell decía que la mayoría de las personas preferían morir antes que pensar y, de hecho, lo hacen. Por “pensar” se refería al hecho de atreverse a cuestionar los propios presupuestos y planteamientos vitales.
Hoy día esta sería una preciada labor que podríamos asumir de manera individual y de forma creciente según el grado de responsabilidad de cada cual respecto al bien común, pero lo cierto es que hacerlo supondría mostrar la imagen frágil que se intenta defender a toda costa bajo un lenguaje persuasivo e interesado. Estaría bien que nos replanteáramos las cosas, asumiéramos la parte de responsabilidad que tenemos ante una decisión tomada, y dejáramos de “echar balones fuera” generando crispación y promulgando medias o falsas verdades con la única pretensión de devaluar al otro a toda costa. De esta manera, lo único que favorecemos es la difusión de mentiras que jamás podrán construir ninguna verdad consistente y coherente pues no olvidemos que son precisamente desde dichas verdades, junto con la coherencia interna que éstas poseen, las que pueden consensuar unos mínimos que satisfagan a una mayoría. Creo que aceptar los errores termina por mostrar una coherencia y una nobleza que podría ser distintiva de una nueva política creíble y servicial. Responsabilizar a otros, proyectar nuestras mediocridades, tan solo afianza un juego engañoso al que nunca se le podrá dar crédito alguno. No podemos olvidar que no existe ningún lugar completamente puro en el cual posicionarse por lo que solo un diálogo de los actores implicados puede ser del todo resolutivo, un ejercicio que necesariamente pasa por reconocer una verdad inevitable: es lícito y constructivo nombrar honestamente y aceptar nuestra imperfección.
Desde esta humildad sí estamos preparados para asumir retos, compromisos y responsabilidades que nos ayuden a reconstruir una sociedad en la que merezcamos todos vivir porque además, y sobre todo, es capaz de respetar y colaborar con el conjunto de todos los sistemas orgánicos que configuran el habitad planetario que es nuestra Tierra.
Una sociedad planetaria en la que puedan vivir nuestros hijos y nietos y de la cual se sientan profundamente agradecidos. Si esto solo lo vemos como un mero sueño idealizado y utópico entonces el futuro ya lo hemos dado por perdido pero, si por el contrario, esto nos mueve lo suficiente como para ponernos en marcha entonces sí podremos alentar ese fuego que alumbre el único camino posible.