Doble Amargura en El Salvador por una procesión que no pudo ser
Las malas previsiones meteorológicas impiden salir a la “cofradía de los toreros”
Los pronósticos más agoreros se han cebado, en lo que va de Semana Santa, con el espíritu cofrade de las zonas más modernas de la capital. Y es que si, el Domingo de Ramos, La Santa Cena, con sede canónica en la iglesia de San Félix de Valois, prefirió quedare en el templo antes que arriesgarse a ser pasto de la lluvia, La Amargura —brazo pasionista de El Salvador— optó por la siempre sabia prudencia y escogió la intimidad del recinto sagrado frente a la tentación de salir a la calle.
2013 era, hasta hoy, el último año en el que El Despojado se vio obligado a permanecer en sus naves, con lo que ello implica de orfandad para los jiennenses. Orfandad, sí: ¿qué es, si no, la ausencia del Padre en la Pasión de aquí? ¡Con los momentos de cartel —para eso es la cofradía torera de Jaén— que deja cuando sube desde su barrio como un diestro triunfante al que siguen los suyos! Pero no pudo ser; hay días de ”toros malos”, y el Lunes Santo La Amargura sacó su número en el sorteo. Mala suerte. Así que la tarde pasó del triunfo seguro al silencio de un coso vacío, a la tristeza de lo que pudo ser y no fue.
Prevista la apertura de la puerta grande de la parroquia a las cuatro y media, la junta de gobierno la aplazó para estudiar pros y contras, pero la realidad, la cruda realidad, tardó poco en saberse. Ante la previsión de precipitaciones, con un ambiente frío y la certeza de tener que andar pendientes de la negrura del cielo más de lo recomendable para mantener la compostura propia de un cortejo penitencial, el colectivo hizo de tripas corazón y, desilusionado —para qué negarlo—, suspendió su maravillosa cita anual con la gran tradición para, precisamente, poder perpetuarla sin el más mínimo riesgo. Ganas de salir, muchas, pero no tantas como peligro de que el agua hiciese de las suyas.
La iglesia del Salvador, posteriormente, abrió para que Jaén admirase, aunque fuera sin movimiento, su colosal misterio y su paso de palio, para que rindiera honores a Jesús Despojado, morenísimo Dios de este barrio, y a la inabarcable hermosura de su Madre, exceso de belleza que, si no toca calle, parece más triste. Luego, la hermandad se unió en el dolor —superable, sin duda, pero dolor— en la celebración de una misa nostálgica, que al gozo eucarístico unió su pena.
La crónica del Lunes Santo según La Amargura es el segundo capítulo agrio de una Semana Santa que, a fuerza de valentía —la que procura la información—, avanza, pero en vilo. El cielo de los cofrades no suele ser azul celeste, sino aterciopelado, con una gloria en medio y muy, muy cimbreante. Lo que se dice un techo de palio. Ojalá que el otro, el que acumula nubes, lo respete.
paso. Las previsiones meteorológicas impidieron que la hermandad mostrara en las calles jiennenses uno de los grandes estrenos de este año, el canasto del paso de misterio de Nuestro Padre Jesús Despojado. Una fase ya concluida por completo, con lo que solo resta la terminación de los respiraderos, que la cofradía podrá estrenar en el futuro.
ajuar. La Virgen de la Amargura recibió recientemente la donación de un tisú de oro del siglo XVIII, de gran valor y calidad, que tenía previsto estrenar durante la procesión frustrada del Lunes Santo. Una pieza que dota a la Señora de una apariencia muy singular, “muy de barrio”, en palabras de algunos cofrades de la hermandad de El Salvador.
culto. La Amargura celebró, hace dos décadas, una cita, el Sábado Santo de 1986, en la capilla de la residencia de las Hermanitas de los Pobres, que supuso uno de los primeros actos de la que luego sería hermandad señera de la Pasión jiennense. Tras aquel culto, dentro de la casa de ancianos, “salió” una sencilla comitiva, semilla de la actual.
despojados. La caridad es una de las principales características de esta cofradía, que entre otras iniciativas desarrolla actividades encaminadas a vestir a los despojados de menor edad, es decir, aquellos pequeños cuya situación familiar les impide disponer de ropa con la que vestirse. Una grandiosa obra benéfica que es santo y seña del colectivo.