DÍA 58. La tenue lira

11 may 2020 / 13:00 H.

Hoy quiero contarte cómo un día la poesía llegó a mi corazón y descubrí la dulce melodía de su magia, la ternura de sus versos, cómo despertaba la rima poco a poco y al compás de su música se mezclaban las palabras y casi sin hacer nada nacían los poemas.

No sé muy bien cómo pasó, siempre me había gustado leer en los libros de texto del colegio aquellas poesías: “El romance del prisionero”, el de Rosalinda, los poemas infantiles de Clemencia Laborda, Lope de Vega, Alberti, Amado Nervo, Rubén Darío... Me conmovía el ritmo dulce con el que los poetas conseguían pintar sobre el papel partituras de ensueño. Me gustaba aprender esos versos llenos de expresión donde los sentimientos brotaban de lo oculto del alma y surgía la belleza, la expresividad, las emociones... y, sobre todo, la música que canta con la rima.

Escribir versos no es fácil al principio, es como pintar un cuadro o esculpir una imagen, o escribir una obra musical en la partitura de la vida. Necesitas sentir y descubrir la fuente que brota dentro, que mana suave, un manantial sereno que fluye a tu alma con la fresca armonía y la dulce calma. Luego necesitas que la creatividad se asome a tu ventana, y sobre todo haber leído muchos poemas que conmuevan tu espíritu por su musicalidad, sus temas, su rima... Entonces te dejas llevar por la fuerza de los sentimientos y cantas a una hoja sobre un charco en otoño, o a una rosa en el jardín de la primavera...

Es muy importante sentir, sentir lo que te rodea, las cosas cotidianas o las que en algún momento llaman la atención a tus sentidos o a tus emociones, lo que la imaginación te haga ver o soñar. El poeta siempre sueña, Y experimenta la poesía en el rincón más profundo de su alma.

Un día hubo que realizar un poema para el aula de lengua, y sin saber cómo las palabras se combinaron formando una estrofa con bastante sentido donde se podía observar que, allí, la poesía dejaba su huella. Yo misma me sorprendí entonces y desde ese momento comencé mi andadura por el terreno dulce del arte de la lírica. Luego vino el estudio y el aprender a rimar según las construcciones clásicas pedían. Después dejarse llevar por los sentidos del alma y cantar a la vida, a la esperanza, al amor...

Y, sobre todo, no dejar nunca que se apaguen los sueños.