Confinada. Necesitamos una desescalada con cabeza: el virus sigue ahí
Hay una mezcla de emoción y nervios, de intriga y desesperación, ante las noticias de paso de fase que se harán efectivas a partir del lunes. Sin poder celebrar como acostumbrábamos a hacer, es posible que muchos ciudadanos decidan reservar una mesa en la terraza de algún bar; sólo para sentir que estrenan libertad: igual que salimos en masa a pasear a los niños o a hacer deporte sin ser deportistas. Es nuestra nueva manera de celebrar.
La llegada del desconfinamiento, sin embargo, viene envuelta en un halo de incertidumbre, una vez más. Nos preocupa la nueva normalidad, porque queremos volver a nuestra normalidad, a la de antes, a la de siempre, a la de celebrar en familia que todo ha pasado. Y ese es el problema. Tenemos que luchar con nuestra razón para adaptarnos a la realidad. Y esa no es otra que aceptar que el virus no ha pasado, no ha desaparecido; sigue ahí y podemos contagiarnos, pero esta vez los hospitales estarán preparados, habrá camas y respiradores, lo cual garantiza el éxito en el tratamiento en un porcentaje mayor, pero nunca garantiza “per se” la curación. Lo que estamos viviendo no es ninguna broma. Este fin de semana, los modelos predictivos confirman que 100.000 personas habrán muerto de covid-19 en el mundo. No es ninguna broma que 200 personas sigan falleciendo a diario en nuestro país; ni que los expertos económicos pronostiquen una crisis económica peor que la de 2008, los más pesimistas hablan de un escenario de posguerra mundial.
Llevamos 57 días batallando, 57 días de encierro; yo, por diferentes motivos, 57 días alejada de la pantalla de televisión. Todos tenemos nuestros 57 días de historias personales. Una victoria contundente sería la mejor manera de olvidar la pesadilla. Pero no existe la victoria, porque el virus sigue ahí. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya advierte que desescalar de manera precipitada puede provocar un repunte catastrófico de casos. No quiero ni imaginar que cada uno de nuestros 57 días de batalla no hayan servido para nada. Es importante aguantar un poco más. El camino que se dibuja ante nosotros es esperanzador. España ha puesto en marcha 58 ensayos clínicos en hospitales, según datos del registro español de ensayos clínicos y pronto podría dar frutos. La cifra nos coloca como el primer país europeo y el cuarto mundial en este tipo de investigación; solo por detrás de China, Estados Unidos e Irán. La traducción de la lista es que 28.000 pacientes se benefician del acceso a estos ensayos.
Los ensayos son complejos y avanzan en distintas direcciones. Quizás lo más importante es que trabajan con medicamentos que ya existen y, por tanto, no habría que esperar a diseñar un nuevo fármaco de cero: un camino largo y muy costoso. Se investigan diferentes antivirales que reduzcan la carga viral del SARS-CoV-2. Hemos oído hablar mucho de la hidroxiclorina, un medicamento contra la malaria, la artritis y el lupus, cuya eficacia contra el virus está siendo evaluada en 62 hospitales de trece comunidades autónomas: involucra a más de 4.000 profesionales de los centros hospitalarios.
Ruxolitinib ya está autorizado para distintos tipos raros de cáncer y enfermedades inflamatorias. Tocilizumab está autorizado para artritis reumatoide que podría ser útil para pacientes con neumonía grave por covid-1. Se investiga también con anticoagulantes porque se ha detectado un alto numero de pacientes que desarrollan trombos.
Estos ensayos de tratamientos para atacar los efectos del coronavirus o reducir su carga viral se realizan a la par que los de una búsqueda de una vacuna. Los últimos datos recopilados por la OMS, indican que hay 8 posibles vacunas en fase clínica, es decir, con ensayos en personas, otras 94 vacunas en la fase preclínica, con pruebas en animales. Más de 100 vacunas en investigación. Ya queda menos. Aguantemos un poco más.