Carta a mis alumnos al
otro lado de [pupitre] la pantalla
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A las 6:00 horas el despertador insiste en que tenemos que seguir tejiendo prisas. Corro a la cocina, la comida... la cama, el baño...; la alarma de las 8:00 recuerda que hay que fichar la entrada a... y cuándo fue la salida, si las yemas de los dedos han dejado su identidad confinada en aulas ficticias... El último mensaje, ese que llegó en horas que mi reloj ha aprendido a marcar en estos días, se quedó sin tinta pues a las 3:00 se confunden con sueños los interrogantes sobre la pregunta 4 y la tarea 7.
Todo por fin controlado: a la izquierda el móvil, en el centro la bandeja con el desayuno del niño, a la derecha el ordenador... y, en medio, el yo profesora compitiendo con los otros yo, aquellos que se hunden en celdas digitales.
“La batería se está agotando...”, el mensaje más leído en los últimos días...
Abro todas las ventanas, aunque este aire empieza a ser espeso... cuánto espacio ocupa, lo ralentiza todo. Por una entra la plataforma, la vecina es el correo, en el puesto 3 asoma el buscador, en las próximas aparecen los cuadernos de notas, enlaces y más enlaces.
Con las noticias de fondo leo la normativa, digital obviamente. Mi libro de cabecera, de mesita de noche: ese que se edita una y otra vez y siempre dice lo mismo. Pero suma más estrés al estrés conocer que antes de terminarlo de leer ya aparece como desfasado.
Y saco mi tesoro, guardado con celo en años de profesión: mi pen. Y lo meto y al lado de la unidad que tarda en detectar este PC se escriben una serie de caracteres... Parecen chinos... Asintomáticos, los trabajos de los niños, si acaso alguna manifestación ortográfica (totalmente inofensiva para ellos) pero ya se transmitió el virus... y ahora: pandemia. Pues el USB ya no responde... y el trabajo de años, esos miles de recursos empleados desaparecen. No sé si no nos avisaron de lo letal del virus o no quisimos escucharlo... Y tal vez, esa opción de protegerse, de crear copias de seguridad en la nube no fue del todo contemplada. O no se creía que podría pasar, o simplemente... las aglomeraciones de mensajes de alumnos y el dar respuesta inmediata, las llamadas de las familias, las vídeo conferencia... consumieron el tic tac.
Prisioneros de una pantalla... El niño despierto a mi lado, lo conecto a otra, porque no puedo salirme de la mía. “Hay un orangután en mi cuarto... orangután de mi cuarto te tengo que preguntar, ¿por qué te has ido tan lejos si este no es tu lugar?”.
Y lo miro a él. Los ojos de un niño, los de mi hijo, se reencuentran con los míos rojos de tanto encierro informático. Y me recuerda, eso que te escribo a ti, a ti, mi querido alumno.
¿Por qué te has ido tan lejos si este no es tu lugar?
Te hice una promesa cuando te sentaste por vez primera en mis aulas con miradas llenas de querer. Te dije que cuando abro las puertas de la clase, solo veo posibles. Solo veo lo que tú puedes llegar a ser, porque envuelto en regalo apareces en la vida del docente para hacerlo maestro. Y aunque en estos turbios días te ha arrancado el papel el hábito de conectarnos tanto a la red; aun queda intacto lo que llevas debajo de la piel o tal vez, también haya mutado... pero en una especie más evolucionada. Porque tú, alumno, nunca me dejas de sorprender.
¡Vamos!, que tú y yo, no somos de libro de texto... que como lengua viva nos reescribimos en cada renglón y a veces bien torcido el buen lector sabe comprender todo lo que no decimos pero dejamos ver. En cuántos recursos literarios somos capaces de convertirnos, siempre dando énfasis a nuestro sentir: A las 20:00 horas, en nuestros balcones, somos sinalefas que unen. Confiesa que cada visita al frigorífico se hace hipérbole. Personificación, si nuestros móviles hablan más que nunca. Metáfora: tú, tú eres el mundo. Al menos mi mundo... porque solo puedo nacer cuando tú lo haces. El virus este no mata al profesor.
¡Vamos!, mi querido alumno, que tú y yo jamás fuimos de uniforme y le agregamos algún complemento a la rutina para no envejecer en ideas detenidas. La actualidad, ya nos está repasando la historia. Cuántas lecciones de ciencia y economía. Cuánto saber geográfico en el recorrer de países contagiados con este mismo espíritu. Y... llegan también las matemáticas en análisis de curvas y curvas.
¡Vamos!, mi querido alumno, que hoy más que ayer se hace importante el ejercicio físico, esencial la música y el arte... ganan peso nuestras responsabilidades y crecemos en autonomía e iniciativa.
¡Vamos!, mi querido alumno, que el centro nunca cambiará, te seguiré esperando para cuando quieras volver a él... porque nunca ha sido un lugar, pero sí un espacio que no se puede concretar en este mundo virtual. Porque son tus ojos, tu voz, tus gestos, tus silencios, tus gritos, tus risas y sonrisas las que me hablan de ti... y de mí.
Y recuerda, mi querido alumno, que yo, profesor, solo existo si tú estás. Y la única nube que hay es esa que cuando Dios la acaricia con sus pinceles, hace que rompa en lágrimas de risa... así se produce la lluvia, así los sueños por los que tu pensamiento sabe volar.
Querido alumno, creo en ti y creo en ti porque aquellos que no tuvieron wifi, ni libros ni siquiera... Aquellos que escribieron la historia... Fueron mis maestros y dictaron lecciones con el coraje que enseña el trabajo, lecciones que no se borran con un virus... Que se graban en la vida. Esa que hoy luchamos por conservar.