“La Verea” que abre el curso de encierros de toda Segura
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Nadie conoce mejor sus tradiciones que los propios segureños, nadie es capaz de sentir como ellos sienten, va en sus genes y está prendido en su corazón todo lo que generación tras generación se transmite y el mejor ejemplo de la esencia festiva de la Sierra de Segura se condensa en las fiestas de La Matea. Todos a una con La Milagrosa, una Virgen que procesiona dos días seguidos y que es compartida en sentimiento y devoción con las aldeas vecinas y, como no podía ser de otra forma, también todos pendientes de las reses bravas que se sueltan en las calles aledañas a la iglesia del Niño Jesús y de la Santa Faz. Es una costumbre que nadie se quiere perder y que todos sienten al unísono, arropar a La Milagrosa desde bien temprano y, luego, ya con el sol de chicharra a estas altitudes (1.288 metros), a colocarse rápido para ver llegar el encierro desde el campo, lo que popularmente se le conoce como “la verea”. Caballistas trasladan por el campo a las vacas bravas que van a ser toreadas por la tarde con quiebros y valentía y que se hacen acompañar por cabestros con los que se han criado para que todo el traslado sea más fácil.
Esta doble página que tienen en sus manos es un ejemplo visual de una costumbre ancestral que los pueblos y aldeas de la Sierra de Segura se resisten a perder, pese a la problemática administrativa sobrevenida con este tipo de espectáculos y a la campaña antitaurina que colapsa las redes sociales. En La Matea hay siempre oídos sordos, ellos son ganaderos por esencia genética y cuando junio se disponer a finiquitarse, los encierros hacen grande la comarca y llegan gentes de toda la geografía nacional, emigrantes principalmente del levante y Cataluña que retornan a sus raíces y, también, expertos recortadores y aficionados a este tipo de “enfrentamiento” entre el hombre y el toro bravo. La gran ausente este año, la banda de Los Pizarrines de Génave, de siempre acompañando a La Milagrosa y a las dos tardes de suelta de vaquillas.